4 de enero de 2011

MONARQUÍA MEXICANA

El monarquismo  mexicano no ha muerto y no lo digo sólo porque existe un heredero de la Casa Imperial Mexicana, el Conde Maximiliano Götzén-Iturbide, sino porque en México la monarquía absoluta ha sido la forma mas frecuente de gobierno a lo largo de su historia, y aunque hoy ya no la tengamos, todavía hay quien prefiera ese tipo de regímenes.

Si bien los únicos que se proclamaron emperadores de México fueron fusilados, la verdad es que en México hemos tenido gobiernos  monárquicos disfrazados durante casi toda nuestra historia. Nuestro monarquismo viene ya desde la época prehispánica en donde los pueblos nativos se sometían a la autoridad de un rey. Luego en la época de la colonia se tuvo el absolutismo de los reyes españoles. Al lograr la independencia y durante los primeros cincuenta años los mexicanos de entonces se la pasaron oscilando entre gobernantes débiles incapaces de gobernar al país y dictadores igualmente incapaces. Tal era el caos que muchos mexicanos anhelaban un monarca, de preferencia extranjero, que se hiciera cargo del gobierno. Hasta que se les cumplió el deseo con la invasión francesa y la llegada de Maximiliano de Habsburgo

Ya cuando triunfan los liberales con  Juárez,  a quien la democracia no se le daba mucho, se va imponiendo lo que por el resto del siglo XIX y el XX, podrían caracterizarse como  “presidencias imperiales”.  De fachada liberal o revolucionaria, pero en donde el poder del Presidente era prácticamente absoluto al controlar los tres poderes de los tres órdenes de gobierno y al poder nombrar a su sucesor.

Así tenemos que una vez muerto Juárez, Porfirio Díaz se va perfilando para asumir el poder y no dejarlo por treinta años. Don Porfirio no se andaba por las ramas, controlaba los tres poderes, al ejército y ponía y quitaba gobernadores como le conviniera. Si acaso se escapaban un poco de su control los grandes terratenientes, como Luis Terrazas en Chihuahua, quien decía que el no era de Chihuahua, sino que Chihuahua era suyo.

 Madero quién sí creía en la democracia encabezó la breve revuelta que terminó por derrocar a Díaz. Pero Huerta a quién se le desbordó el pequeño Don Porfirio que los mexicanos de la época llevaban en su corazón, no tardó en asesinar a Madero y asumir las riendas del gobierno en un esquema nuevamente autocrático. Después de la derrota de Huerta pasaron algunos años antes de que los sonorenses  tomaran finalmente el poder. También ellos con la idea  de no soltarlo, ya fuera directamente como lo quiso hacer Obregón hasta que lo mataron,  o como lo hizo Calles a través de intermediarios “elegidos democráticamente”.

El sistema lo perfecciona Cárdenas quien a través del régimen de la Revolución crea lo que Enrique Krauze llamó la  “presidencia imperial” en donde nada se mueve ni se hace,  sin permiso del Señor Presidente. 

¿Será que a los mexicanos nos gusta el régimen monárquico, con los disfraces de la época y por eso sobrevivió hasta terminar el siglo XX o será que quienes presidieron estos regímenes simplemente usaron toda la fuerza del estado para evitar que surgiera otro tipo de gobierno?  El caso es que eso ya se acabó. Los cánticos por regresar al pasado se siguen escuchando pero la sociedad mexicana creció,  maduró y será difícil que dé marcha atrás.  

Para quienes están interesados en la Casa Imperial Mexicana, por aquello de la nostalgia o simple curiosidad, les comento algo de la historia. Maximiliano de Habsburgo, al no tener descendencia decide que su sucesor sea un nieto de Agustín de Iturbide. Así es como surgen los príncipes imperiales: Agustín y Salvador. El primero nunca tuvo descendencia y murió en el extranjero. El segundo tuvo dos hijas en donde la supuesta sucesión dinástica se continuó en la mayor, María Josefa Iturbide, casada con el barón Johan Nepomuk Tunkl con quien tuvo dos hijas: María Ana y Gisela Tunkl- Iturbide. La primera falleció en un campo de concentración comunista en Rumania. La segunda, Gisela, casada con el conde Gustavo von Götzén, hereda el título a su hijo Maximiliano Götzén–Iturbide. Se dice que Don Maximiliano no tiene aspiraciones políticas o de poder,  pero sus hijos podrían tener derecho al trono de México. Allí están estos príncipes “legítimos”, por si  los nostálgicos prefieren ya mejor quitarse la máscara y dejar de buscar políticos locales que nomás no convencen.

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