25 de noviembre de 2017

UNO PUEDE HACER LA DIFERENCIA


Por: Octavio Díaz García de León

Para el Dr. Santaella

    En mi colaboración anterior mencionaba que es necesario no resignarse y protestar cuando los bienes y servicios que recibimos tanto del gobierno como del sector privado no reúnen las características que deberían tener. O bien, cuando vemos cosas que están mal, no quedarse callados ni caer en la indiferencia o resignación.

    Sin embargo, hay sectores de nuestra sociedad que han hecho de la protesta una forma de vida. Recurren a formas de reclamo que en ocasiones son violentas y en la mayoría de los casos perjudican al resto de la sociedad con sus acciones. Son formas organizadas de chantaje para beneficiar los intereses de unos cuantos en detrimento de los demás.

     Es necesario entonces diferenciar entre las protestas y reclamos legítimos y aquellos que se organizan para satisfacer intereses particulares. Algunas autoridades de nuestro país han acostumbrado a grupos clientelares a darles todo lo que piden. Estos grupos ya conocen el camino y saben que, mediante manifestaciones, obstaculización a las vías de comunicación, toma de instalaciones y otros métodos violentos, pueden presionar para pedir prebendas a cambio de apoyos políticos. Este clientelismo basado en la extorsión y la dádiva de recursos públicos no es el que va a mejorar al país pues solo beneficia a unos cuantos. Como ejemplo de estos grupos están: “Los 400 pueblos”, Antorcha Campesina, la CNTE, el SME y un largo etcétera.

    ¿Cómo entonces protestar de manera legítima y no ser confundidos con los protestantes profesionales? ¿Cómo ir más allá de la protesta para que las cosas cambien?

     Un primer principio podría ser el protestar sin hacer daño a los demás. Los protestantes profesionales o incluso en ocasiones los que lo hacen con razón, no piensan en cómo afectan a los demás (Los primeros lo hacen a propósito). Inclusive una causa que puede ser justa, se vuelve impopular por las afectaciones que produce. Muestra de ello son las decenas de manifestaciones diarias que ocurren en la CDMX y que hacen más difícil la vida de todos en esa ciudad.

    Otra forma de hacerlo, que no necesita grandes movilizaciones sociales, requiere que las personas vayan cambiando las cosas por pequeñas que sean. Requiere pequeños héroes que de manera cotidiana luchen en su ámbito de acción por cambiar lo que no está bien.  Thomas Carlyle decía que “De nada le sirve al hombre lamentarse de los tiempos en que vive, pero siempre le es posible mejorarlos.”  También decía que “El hablar que no termina en acción, mejor suprimirlo.” Para él los motores de la historia son los individuos a través de su acción; son quienes la escriben con sus actos. (Ver   http://stasiotika.blogspot.mx/2010/03/los-heroes-de-thomas-carlyle.html). 

   Así surgen individuos paradigmáticos que han señalado el rumbo a la humanidad. Por ejemplo, Sócrates, Buda, Confucio, Jesús, Mahoma o bien en tiempos más cercanos, personajes de acción como Napoleón, Churchill y Deng Xiaoping por nombrar algunos.  Pero no es necesario ser como estas figuras emblemáticas, sino imitarlas en pequeñas dosis. En la medida cotidiana de lo que cada uno tiene que enfrentar para mejorar lo que nos rodea.

    En México también tenemos a nuestros propios héroes que han sellado el destino de nuestro país con su influencia. Por ejemplo, Hidalgo, Iturbide, Juárez, Díaz y Madero, entre otros.  En ese sentido, no cabe duda que la influencia individual es capaz de forjar una nación. En una escala más cercana, en el artículo pasado mencionaba yo a María Elena Morera y Alejandro Martí, pero también hay muchas personas que de manera casi anónima luchan por cambiar las cosas en su entorno. Por ejemplo, fundaciones como “Unidos… Asociación Pro-Trasplante de Médula Ósea Francisco Casares Cortina, A.C.” o bien, la tarea que hace la familia Quintanar aquí en Aguascalientes con su casa hogar, en donde acoge a niños que viven en condiciones de violencia en sus hogares y les da sustento y formación.

    Hay otros ejemplos de valentía y coraje de personas que no están dispuestas a aceptar una injusticia. Así son los padres de familia que tienen años buscando a sus hijos desparecidos luchando contra amenazas y adversidades, o bien heroínas como Marisela Escobedo, asesinada a las puertas del Palacio de Gobierno de Chihuahua.

    A veces luchar contra lo que está mal requiere grandes sacrificios. Pero no se trata de eso. Se trata de realizar pequeños actos de mejora en nuestro entorno, los cuales, por pequeños que sean, se van sumando para hacer la diferencia. Por ejemplo, impedir que otros tiren basura en su calle, reclamar cuando un auto se estaciona mal, el peatón que regaña al automovilista que casi lo atropella, el pasajero que protesta ante el chofer del transporte público por manejar irresponsablemente. Esas pequeñas acciones de no resignación a la larga inciden positivamente en mejorar la convivencia.

     No hay que resignarse a lo que está mal, sino protestar cuando sea necesario para mejorar las cosas y no hacerlo a costa de los demás. Pero no basta protestar sino, con pequeñas acciones, mejorar lo que esté a nuestro alcance.  Si cada uno pasara a la acción en lugar de quejarse, tendríamos un país muy diferente.




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16 de noviembre de 2017

NO HAY QUE RESIGNARSE

LA SILLA ROTA


Por: Octavio Díaz García de León


Hay un rasgo en el comportamiento de nuestra sociedad que me llama la atención y es posible que, usted lector, haya observado. Los mexicanos tenemos una tendencia a la resignación. Claro, sin generalizar, porque siempre hay notables excepciones. Desafortunadamente la resignación, para efectos sociales, es negativa porque  impide cambiar las cosas que no están bien. Por ejemplo, acceder a mejores servicios públicos, reducir la corrupción, mejorar la seguridad pública, etc. Lo peor es que la resignación también produce frustración que luego se expresa en formas destructivas.

     Seguramente usted tendrá muchos ejemplos en su vida cotidiana de este fenómeno. Ante servicios malos, abusos de  autoridad o prepotencia de personas que deberían atender bien a otras, las personas que reciben los malos tratos tienden a quedarse calladas, aceptar la situación y no chistar.

     En otros países, las actitudes de las personas son diferentes y reclaman si algo no está bien.  En Estados Unidos, por ejemplo, una persona que no respeta una fila o que realiza acciones prohibidas como tirar la basura en la calle no teme recibir el reclamo de una autoridad que es imposible que esté en todas partes. Los que lo rodean, ciudadnos comunes, son quienes le reclaman y obligan a que respete la ley o las reglas de convivencia y de ser necesario, lo denuncian.  Recuerdo que cuando estudiaba en Estados Unidos, los profesores no tenían que cuidar a sus alumnos en los exámenes: se salían y nadie copiaba o hacía trampa, porque sus propios compañeros no vacilaban en denunciar a quienes lo hicieran.

     Pero en México, no es el caso. Usted puede ir al IMSS, al ISSSTE, o a un hospital de la SS los cuales, al estar saturados, lo pueden hacer esperar largas horas (A veces hasta meses) sin que haya quejas manfiestas, a pesar de que es un servicio que los derechohabientes pagan mensualmente y que no es barato. O bien se paga impuestos puntualmente y no se hace nada cuando ese dinero se pierde en corrupción y malos servicios. Pero los ejemplos no ocurren solo con instancias de gobierno. Se va a un restaurante con mala comida y mal servicio y aún así se deja propina y lo peor, hasta se regresa al mismo lugar; o un médico particular cita a la misma hora a 5 ó más  pacientes  haciéndolos esperar a todos innecesariamente sin que nadie diga nada y también regresan con él; o las escuelas particulares  pueden subir la colegiatura cada año todo lo que quieran sin ninguna justificación y sin embargo, los papás dejarán allí a los hijos; o  se pueden vender “litros” de gasolina de 900 ml sin que nadie proteste y se regresa a la misma gasolinera para que lo vuelvan a asaltar (Con las computadoras de viaje de los carros es fácil verificar cuanto  roban).

     No creo  que la resignación sea un rasgo cultural del mexicano pero sí es un rasgo que se encuentra con frecuencia. Es raro encontrar  reacciones contra  los malos tratos, injusticias, abusos o contra los malos bienes y servicios recibidos. En todo caso, es una reacción tímida y  las más de las veces indirecta, ya que si acaso, la queja se hace con los amigos y familia, pero no ante quien debería resolver la exigencia.  

     Creo que es tiempo, primero, de ser conscientes de que el quedarse callado no ayuda a nadie y solo perpetúa situaciones que no se deben dar. Tampoco se trata de hacer protestas como los protestantes profesionales que todos los días organizan 10 o 20 marchas por la CDMX y cuyo único efecto es molestar a los demás sin lograr mucho.  Debería ser una protesta bien encausada, con buenas razones o la ley en la mano para exigir lo que por derecho corresponde recibir. Se debe dejar de actuar pasivamente en situaciones que no son aceptables por pequeñas y cotidianas que sean. Acostumbrarse a lo malo, “al cabo que no se puede hacer nada”, es condenarse a no mejorar las cosas.

¿Por qué sucede esto? Aventuro algunas explicaciones:

1.    Da miedo reclamar. Se suele pensar que alguien, la entidad  o la persona criticada, tiene tal poder que podrá tomar represalias por un reclamo. Por ello se prefiere “no hacer olas”.
2.    No pasa nada. Se piensa que es inútil quejarse, que nadie hará caso y que las cosas no cambiarán por quejarse.

3.    Es mejor algo que nada. La actitud es de  agradecer que se tiene  el servicio por malo que sea. Podría no tenerse.

4.    Así funciona el sistema. Se echa la culpa al “sistema”. Si todo está mal. ¿Por qué pensar que algo se podrá corregir? Nada se puede hacer.

5.    Por complicidad. Se protege a quien actúa mal por solidaridad mal entendida, porque se admira a la persona que abusa, o por tratarse de una amistad.  

    Seguramente hay otras racionalizaciones de porqué se justifica la inacción ante situaciones que no se deben tolerar.

    Esta actitud en algunos casos tiene su razón de ser. Por ejemplo, la mayoría de las personas víctimas de un delito prefieren no denunciarlo, ya sea porque piensan que es una pérdida de tiempo o que será peor ir a denunciar, pues se puede ser víctima de represalias ya que a veces las propias autoridades son cómplices. Estos temores han sido confirmados por la experiencia.    

    Pero las personas que están dispuestas a no quedarse calladas han hecho una gran diferencia para el país. Por ejemplo, el activismo de María Elena Morera, Isabel Miranda de Wallace y Alejandro Martí, entre otros, ante  las tragedias personales que sufrieron, se convirtieron en portavoces de otros que prefieren callar y han demostrado que la acción individual y desinteresada puede presionar lo suficiente para lograr cambios de fondo.

    Lo mismo ocurre con el tema de la corrupción. Protestas de ciudadanos,  periodistas,  académicos y ONG’s que han estado dispuestas a denunciar casos de corrupción,  están obligando a las autoridades a tomar acción ante las fechorías de  ex gobernadores corruptos y de otros funcionarios que se han enriquecido al amparo de sus puestos. El Sistema Nacional Anticorrupción es una muestra de lo que puede lograr una sociedad que no se resigna y está dispuesta a actuar.

    También ocurrió en el ámbito electoral, tras décadas en que la población se resignó a aceptar los designios de la clase política que se perpetuaba en el poder a base de que ganara el mismo partido con fraude y compra de voto, se pasó a tener un sistema electoral más transparente y competitivo que ha permitido transitar hacia  la democracia, porque hubo personas que no estuvieron dispuestas a tolerar esas conductas.

    No siempre se requiere la acción de las masas para lograr grandes cambios. A veces el testimonio valiente de un padre de familia que no se queda callado ante la violación que sufrió su hija a manos de cuatro delincuentes juniors o las madres que protestan por el asesinato de sus hijas, a riesgo de sus  vidas, hacen la diferencia.

     En los gobiernos existen mecanismos para quejarse y presentar denuncias. Hay que hacerlo aportando todos los elementos que permitan castigar al culpable y luego, darle seguimiento a la denuncia. Si quien se supone que debe investigar no lo hace, también debe ser denunciado a su vez.

    Si la sociedad no se vuelve exigente con los servicios que recibe, nunca mejorarán las cosas. Está en nuestras manos hacerlo. No se vale decir “al cabo que nadie hace nada” cuando  quienes deberíamos hacer algo, somos nosotros mismos. Además, los pequeños triunfos irán retroalimentándose de una forma positiva hasta lograr impactar en gran parte de la sociedad. Es tiempo de no resignarse y pasar a la acción para cambiar lo que no está bien.



                                           Twitter: @octaviodiazg

PROTESTAR PARA MEJORAR


Por: Octavio Díaz García de León

      Hay un rasgo en el comportamiento de nuestra sociedad que me llama la atención y es posible que, usted lector, haya observado. Los mexicanos tenemos una tendencia a la resignación. Claro, sin generalizar, porque siempre hay notables excepciones. Desafortunadamente la resignación, para efectos sociales, es negativa porque  impide cambiar las cosas que no están bien. Por ejemplo, acceder a mejores servicios públicos, reducir la corrupción, mejorar la seguridad pública, etc. Lo peor es que la resignación también produce frustración que luego se expresa en formas destructivas.

     Seguramente usted tendrá muchos ejemplos en su vida cotidiana de este fenómeno. Por ejemplo, usted puede ir al IMSS, al ISSSTE los cuales, al estar saturados, lo pueden hacer esperar largas horas (A veces hasta meses) sin que haya quejas manfiestas, a pesar de que es un servicio que los derechohabientes pagan mensualmente y que no es barato. O bien se paga impuestos puntualmente y no se hace nada cuando ese dinero se pierde en corrupción y malos servicios. Pero los ejemplos no ocurren solo con instancias de gobierno. Se va a un restaurante con mala comida y mal servicio y aún así se deja propina y lo peor, hasta se regresa al mismo lugar; o un médico particular cita a la misma hora a 5 ó más  pacientes  haciéndolos esperar a todos innecesariamente sin que nadie diga nada y también regresan con él; o las escuelas particulares  pueden subir la colegiatura cada año todo lo que quieran sin ninguna justificación y sin embargo, los papás dejarán allí a los hijos; o  se pueden vender “litros” de gasolina de 900 ml sin que nadie proteste y se regresa a la misma gasolinera para que lo vuelvan a asaltar (Con las computadoras de viaje de los carros es fácil verificar cuanto  roban).

     No creo  que la resignación sea un rasgo cultural del mexicano pero sí es un rasgo que se encuentra con frecuencia. Es raro encontrar  reacciones contra  los malos tratos, injusticias, abusos o contra los malos bienes y servicios recibidos. En todo caso, es una reacción tímida y  las más de las veces indirecta, ya que si acaso, la queja se hace con los amigos y familia, pero no ante quien debería resolver la exigencia. Debería darse una protesta bien encausada, con buenas razones o la ley en la mano para exigir lo que por derecho corresponde recibir. Acostumbrarse a lo malo, “al cabo que no se puede hacer nada”, es condenarse a no mejorar las cosas.

    ¿Por qué sucede esto? Aventuro algunas explicaciones:

1.    Da miedo reclamar. Se suele pensar que alguien, la entidad  o la persona criticada, tiene tal poder que podrá tomar represalias por un reclamo. Por ello se prefiere “no hacer olas”.

2.    No pasa nada. Se piensa que es inútil quejarse, que nadie hará caso y que las cosas no cambiarán por quejarse.

3.    Es mejor algo que nada. La actitud es de  agradecer que se tiene  el servicio por malo que sea. Podría no tenerse.

4.    Así funciona el sistema. Se echa la culpa al “sistema”. Si todo está mal. ¿Por qué pensar que algo se podrá corregir? Nada se puede hacer.

5.    Por complicidad. Se protege a quien actúa mal por solidaridad mal entendida, porque se admira a la persona que abusa, o por tratarase de una amistad.  

     Seguramente hay otras racionalizaciones de porqué se justifica la inacción ante situaciones que no se deben tolerar.

     Esta actitud en algunos casos tiene su razón de ser. Por ejemplo, la mayoría de las personas víctimas de un delito prefieren no denunciarlo, ya sea porque piensan que es una pérdida de tiempo o que será peor ir a denunciar, pues se puede ser víctima de represalias ya que a veces las propias autoridades son cómplices. Estos temores han sido confirmados por la experiencia.    

    Pero las personas que están dispuestas a no quedrase calladas han hecho una gran diferencia para el país. Por ejemplo, el activismo de María Elena Morera, Isabel Miranda de Wallace y Alejandro Martí, entre otros, ante  las tragedias personales que sufrieron, se convirtieron en portavoces de otros que prefieren callar y han demostrado que la acción individual y desinteresada puede presionar lo suficiente para lograr cambios de fondo.

    No siempre se requiere la acción de las masas para lograr grandes cambios. A veces el testimonio valiente de un padre de familia que no se queda callado ante la violación que sufrió su hija a manos de cuatro delincuentes juniors o las madres que protestan por el asesinato de sus hijas, a riesgo de sus  vidas, hacen la diferencia.

    En los gobiernos existen mecanismos para quejarse y presentar denuncias. Hay que hacerlo aportando todos los elementos que permitan castigar al culpable y luego, darle seguimiento a la denuncia. Si quien se supone que debe investigar no lo hace, también debe ser denunciado a su vez.

    Si la sociedad no se vuelve exigente con los servicios que recibe, nunca mejorarán las cosas. Está en nuestras manos hacerlo. No se vale decir “al cabo que nadie hace nada” cuando  quienes deberíamos hacer algo, somos nosotros mismos. Además, los pequeños triunfos irán retroalimentándose de una forma positiva hasta lograr impactar en gran parte de la sociedad. Es tiempo de no resignarse y pasar a la acción para cambiar lo que no está bien.


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11 de noviembre de 2017

UN PAÍS POLARIZADO


Por: Octavio Díaz García de León

      A un año del cambio del gobierno federal se perciben síntomas de enojo y división en la sociedad mexicana y sus élites. Pareciera que los consensos se han roto y se siente una efervescencia negativa en el ambiente. Lo peor que podría pasar es que el encono se transformara en violencia y eso no debemos permitirlo.

     Este sexenio inició con muy buenos augurios. La oposición a AMLO hizo posible que el PRI regresara a los Pinos. Las élites y una parte de la población, después de 12 años de gobiernos panistas, le apostaron a un regreso del PRI, partido que vendió bien la idea de que ellos sí sabían gobernar, ante la debacle de la candidatura del PAN y la posibilidad de que AMLO ganara. A estas alturas del sexenio, los bajos índices de popularidad del presidente Peña parecen indicar que hubo una gran decepción.

      El presidente Peña fue elegido con un mandato menos cuestionado que el de Calderón y logró armar el Pacto por México con todos los partidos para impulsar una agenda reformista de gran calado. Tan exitoso fue el arranque de su administración que un posible bombazo en enero de 2013 en las oficinas centrales de PEMEX,  el cual  cobró 32 vidas y 121 heridos, pasó desapercibido (La versión oficial fue que se trató de una explosión derivada de una fuga de gas) (https://octaviodiazgl.blogspot.mx/2013/02/la-tragedia-en-el-edificio-de-pemex.html). La luna de miel de esta administración acabó entre el 26 de septiembre de 2014 con la tragedia de Ayotzinapa y el 9 de noviembre de ese año al darse a conocer la existencia de la “Casa Blanca de Las Lomas”, propiedad de la primera dama. A partir de allí, la polarización y el encono contra el gobierno se han agudizado y los medios de comunicación y las redes sociales han dado cuenta del malestar de un gran segmento de la población.

     Luego del éxito del Pacto, ahora también la clase política está enfrentada. El Congreso, paralizado, es incapaz de nombrar a funcionarios clave del gobierno: los de la PGR y el Sistema Anticorrupción. Los partidos, por su parte, están en crisis.  

    El PAN no supo procesar el caso de Margarita Zavala quien, con su salida, ha provocado el enojo y el posible abandono del PAN de sus seguidores. Ricardo Anaya logrará su objetivo de ser candidato a la presidencia, por un partido dividido, aunque en alianza con el PRD y MC. El PRI ya está por designar a su candidato y eso generará tensión y divisiones, aunque ese partido tiene sus formas de procesar las disidencias y poco sale a la luz pública. Tradicionalmente se han dividido entre políticos y tecnócratas y todo parece indicar que ganarán los tecnócratas con la candidatura de Meade.  Falta ver que harán los otros, cuyas figuras emblemáticas Beltrones y Gamboa podrían poner nuevamente en riesgo la unidad al interior de ese partido. En MORENA, pese al gran control que ejerce AMLO, Monreal podría representar una fractura y la inconformidad por el reparto de puestos ya los enfrenta. Por lo que respecta al PRD, la desbandada de miembros de ese partido hacia MORENA, muestra las divisiones a su interior.

      Pero hay otro fenómeno que llama la atención: la polarización en las redes sociales. Preocupa el tono agresivo y fanático que manifiestan, por ejemplo, quienes apoyan a los diferentes partidos y candidatos en Twitter.

     Como pequeña muestra, hace poco le di un retuit  a una entrevista que el periódico  español,  El País,  le hizo a Roger Bartra (https://elpais.com/internacional/2017/11/07/mexico/1510095586_738424.htmly cuyo encabezado decía “López Obrador representa la nostalgia por el viejo PRI”. Inmediatamente una tuitera me contestó: “Digan lo que digan los defensores a ultranza del neoliberalismo, no hay prueba fehaciente que sustente esas patrañas. El D.F. fue gobernado por AMLO de la mejor forma q se ha hecho en los últimos 50 años… Es la UNICA opción viable hoy por hoy”. Salvo el gobierno de Ebrard, los demás gobiernos del PRD en la CDMX, incluido el de AMLO, han sido bastante malos, pero acusar a Roger Bartra de defensor a ultranza del neoliberalismo se me hizo un exceso.    El Dr. Bartra es una de las voces más lúcidas de la izquierda mexicana, habiendo militado en el partido comunista y hasta en la guerrilla, además de ser un extraordinario conocedor de la  política de nuestro país (http://www.elfinanciero.com.mx/retrato-hablado/yo-naci-en-la-izquierda.html). Esta muestra (Aunque hay otros tuiteros seguidores de AMLO que son mucho peores) nos da idea del paupérrimo nivel de discusión en redes sociales, el fanatismo, la ignorancia y, sobre todo, la violencia.  

    La polarización que estamos viviendo nos podría llevar a confrontaciones internas que recuerdan la época más trágica de México: la secesión de Texas en 1836 y la invasión norteamericana en 1847 que nos encontró siendo un país sumamente dividido, con un pésimo gobierno, el de Santa Anna, e incapaz de defender lo más elemental: su territorio. Ante un cambio de gobierno, lo peor que nos puede pasar es que no sepamos conciliar nuestras diferencias y pasemos de enfrentarnos en redes sociales a hacerlo en las calles


Las opiniones vertidas en esta columna son exclusivamente a título personal y no representan puntos de vista de ninguna institución.


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3 de noviembre de 2017

SERVIR AL PAÍS Y NO A INTERESES PARTICULARES

LA SILLA ROTA


Por: Octavio Díaz García de León

     La reciente renuncia del Procurador General de la República, el despido del Fiscal Especial en materia de Delitos Electorales y la falta del Fiscal Anticorrupción han debilitado a la PGR de tal forma que están provocando una crisis institucional en el peor momento posible: en vísperas de elecciones, ante el inminente cambio de la Administración Federal y ante casos muy sonados de corrupción. En esta coyuntura se vuelve indispensable tener instituciones fuertes que permitan asegurar un cambio de gobierno sin sobresaltos por lo que esperamos se resuelva pronto dicha problemática.

     En el fondo de esta crisis en la PGR está el tema de la independencia de los funcionarios que ocupen los puestos antes mencionados. El Procurador Cervantes no duró ni un año en el puesto, en el transcurso del cual, algunos críticos pusieron en duda su independencia del presidente de la república y por lo cual, argumentaban, no era un candidato viable para luego pasar a encabezar la nueva Fiscalía General de la República ya que se busca precisamente que quien la dirija pueda actuar de manera imparcial sin importar a quien afecte.

     Los miembros del Congreso, quienes son responsables de nombrar a estos funcionarios, no se han puesto de acuerdo sobre las personas idóneas para cubrir los cargos en la PGR y también han afectado al Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) el cual sigue sin tener a todos sus integrantes, algunos de ellos clave, como el antes mencionado Fiscal Anticorrupción, los 18 magistrados anticorrupción y los titulares de órganos internos de control en organismos autónomos, entre otros. Además, se aproxima el cambio del Auditor Superior de la Federación, pieza clave en el SNA y es posible que también se pudiera entrampar el nombramiento de su sucesor.

     Desafortunadamente el nombramiento de estos funcionarios depende de la aprobación del Congreso y está sujeto a negociaciones cupulares entre partidos políticos y con la Presidencia de la República. Si lo que se busca es que los nombrados tengan autonomía para ejercer sus funciones, difícilmente se logrará encontrar a las personas idóneas si dependen de una negociación política y no de sus propios méritos.

     Y aquí está el problema. Los funcionarios que ocupen estos puestos no deben dar gusto a quienes los nombran sino a la población que van a servir. Si los criterios de selección no son aquellos que permitan escoger a las personas con el mejor perfil para desempeñar su trabajo, se corre el riesgo de que quienes lleguen a esos puestos carezcan de las capacidades necesarias y por tanto basen sus decisiones de trabajo en cuidar los apoyos políticos que los llevaron al cargo.  

     La actuación imparcial de las instituciones pasa por la independencia de los individuos que son parte de ellas. Es decir, los funcionarios que las integran deben mostrar que son capaces de tomar decisiones sin importar que intereses afecten o a que personajes toquen. Para ello deben tener no solo los conocimientos suficientes para desempeñar su puesto, sino procurar el bien general de la sociedad y no poner por delante los intereses de personas, grupos o partidos.

    Desafortunadamente en la etapa en que nos encontramos de la evolución democrática de nuestro país, aún estamos lejos de tener estos funcionarios modelo. Aún no tenemos una democracia lo suficientemente madura que permita tener gobiernos más profesionales y aunque existe un servicio profesional de carrera, este no ha funcionado como debiera.

    Recordemos que venimos de un sistema político en que todas las instituciones de Estado mexicano estaban sometidas a la voluntad del presidente de la República y su voluntad era acatada por todos los que participaban en este sistema, incluidos empresarios, sindicatos, y hasta las iglesias. Él podía disponer quien iba a ser candidato de elección popular lo cual, además, garantizaba el ser elegido al no existir una oposición viable. Por ello, la lealtad de todos los así nombrados no era hacia la población a la que se suponía debían servir, sino para cuidar los intereses del presidente en turno y su grupo. Este sistema tenía grietas y deficiencias, pero estuvo cerca de ser “la dictadura perfecta” como la caracterizó Vargas Llosa.

    Con los avances hacia la democracia, hubo la ilusión de que habría algo más cercano al modelo teórico de gobierno que nos hemos dado y donde se podría contar con una verdadera independencia de los tres poderes, en donde los representantes populares estuvieran verdaderamente al servicio de sus representados y se tuvieran las demás bondades de un sistema democrático maduro. Pero aún no llegamos a esa etapa. El poder presidencial se debilitó, pero en su lugar ha surgido el poder de una pequeña élite política que dirige a los partidos o bien en algunos de ellos, en donde todas las decisiones se concentran en una persona.  

    ¿Cómo hacer para que los funcionarios respondan al interés público, procuren el bien común y estén verdaderamente al servicio de la población y no de unos cuantos? Se ha intentado con la promulgación de la Ley del Servicio Profesional de Carrera que tiene casi 15 años; se han creado cada vez más organismos constitucionalmente autónomos, buscando hacerlos más profesionales y desligarlos de los altibajos políticos. Sin embargo, en este último caso, mientras los integrantes de sus órganos de gobierno sean elegidos por un Congreso que vela más por los intereses partidistas y no los de la población, estos organismos carecerán de la independencia necesaria que requieren.

     No hay soluciones fáciles para lograr que los funcionarios respondan a la población y no a sus padrinos políticos. Se podrían establecer métodos de selección rigurosamente meritocráticos, como por ejemplo los que se llevan a cabo para seleccionar comisionados en el Instituto Federal de Telecomunicaciones o en la Comisión Federal de Competencia Económica (COFECE) (Aunque también han sido sujetos de críticas). En estos procesos se debería privilegiar la experiencia, los conocimientos, habilidades directivas y sobre todo la honestidad con que se han conducido en su vida profesional y evitar en lo posible que tengan conflictos de interés de cualquier tipo.

     Un aspecto que ayuda a lograr la imparcialidad y garantizar la independencia es la transparencia y la rendición de cuentas en donde las decisiones se toman a la vista de todos. Otro buen ejemplo de esta transparencia son las sesiones de los comisionados de la COFECE que, si bien aún no se hacen públicas en tiempo real, por lo menos se pueden escuchar los audios de las mismas. Estos mecanismos se deberían aplicar a otras instituciones en donde se toman decisiones que afectan la vida del país.  

     Para que los gobiernos de nuestro país mejoren en su eficacia y eficiencia y disminuya la corrupción, los funcionarios deben de dejar de pensar en cómo favorecer sus intereses personales o los de sus familiares, amigos o los partidos a los que pertenecen. Para su nombramiento se deben encontrar criterios de selección imparciales que pongan a las mejores personas y se les debe exigir que actúen apegados a la Ley y en pro de la comunidad.  Todo ello urge ponerlo en práctica en los puestos clave de la PGR y el Sistema Nacional Anticorrupción. También se debe revisar el funcionamiento de los servicios profesionales de carrera e implementarlos donde haga falta. Solo con funcionarios que pongan por delante los intereses de la sociedad será que mejoren los resultados del gobierno y disminuya la corrupción.


Las opiniones vertidas en esta columna son exclusivamente a título personal y no representan puntos de vista de ninguna institución.


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SE REQUIEREN FUNCIONARIOS AL SERVICIO DEL PAÍS


Por: Octavio Díaz García de León

    La reciente renuncia del Procurador General de la República, el despido del Fiscal Especial en materia de Delitos Electorales y la falta del Fiscal Anticorrupción han debilitado a la PGR de tal forma que están provocando una crisis institucional en el peor momento posible: en vísperas de elecciones, ante el inminente cambio de la Administración Federal y ante casos muy sonados de corrupción. En esta coyuntura se vuelve indispensable tener instituciones fuertes que permitan asegurar un cambio de gobierno sin sobresaltos por lo que esperamos se resuelva pronto dicha problemática.

     En el fondo de esta crisis en la PGR está el tema de la independencia de los funcionarios que ocupen los puestos antes mencionados. Los miembros del Congreso, quienes son responsables de nombrar a estos funcionarios, no se han puesto de acuerdo sobre las personas idóneas para cubrir los cargos en la PGR y también han afectado al Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) el cual sigue sin tener a todos sus integrantes, algunos de ellos clave, como el antes mencionado Fiscal Anticorrupción, los 18 magistrados anticorrupción y los titulares de órganos internos de control en organismos autónomos, entre otros. Además, se aproxima el cambio del Auditor Superior de la Federación, pieza clave en el SNA y es posible que también se pudiera entrampar el nombramiento de su sucesor.

    Desafortunadamente el nombramiento de estos funcionarios depende de la aprobación del Congreso y está sujeto a negociaciones cupulares entre partidos políticos y con la Presidencia de la República. Si lo que se busca es que los nombrados tengan autonomía para ejercer sus funciones, difícilmente se logrará encontrar a las personas idóneas si dependen de una negociación política y no de sus propios méritos.

    Y aquí está el problema. Los funcionarios que ocupen estos puestos no deben dar gusto a quienes los nombran sino a la población que van a servir. Si los criterios de selección no son aquellos que permitan escoger a las personas con el mejor perfil para desempeñar su trabajo, se corre el riesgo de que quienes lleguen a esos puestos carezcan de las capacidades necesarias y por tanto basen sus decisiones de trabajo en cuidar los apoyos políticos que los llevaron al cargo.  

    Desafortunadamente en la etapa en que nos encontramos de la evolución democrática de nuestro país, aún estamos lejos de tener funcionarios modelo. Aún no tenemos una democracia lo suficientemente madura que permita tener gobiernos más profesionales y aunque existe un servicio profesional de carrera, este no ha funcionado como debiera.

    Con los avances hacia la democracia, hubo la ilusión de que habría algo más cercano al modelo teórico de gobierno que nos hemos dado y donde se podría contar con una verdadera independencia de los tres poderes, en donde los representantes populares estuvieran verdaderamente al servicio de sus representados y se tuvieran las demás bondades de un sistema democrático maduro. Pero aún no llegamos a esa etapa.

    ¿Cómo hacer para que los funcionarios respondan al interés público, procuren el bien común y estén verdaderamente al servicio de la población y no de unos cuantos? Se ha intentado con la promulgación de la Ley del Servicio Profesional de Carrera que tiene casi 15 años; se han creado cada vez más organismos constitucionalmente autónomos, buscando hacerlos más profesionales y desligarlos de los altibajos políticos.

    No hay soluciones fáciles para lograr que los funcionarios respondan a la población y no a sus padrinos políticos. Se podrían establecer métodos de selección rigurosamente meritocráticos, como por ejemplo los que se llevan a cabo para seleccionar comisionados en el Instituto Federal de Telecomunicaciones o en la Comisión Federal de Competencia Económica (COFECE). En estos procesos se debería privilegiar la experiencia, los conocimientos, habilidades directivas y sobre todo la honestidad con que se han conducido en su vida profesional y evitar en lo posible que tengan conflictos de interés de cualquier tipo.

     Un aspecto que ayuda a lograr la imparcialidad y garantizar la independencia es la transparencia y la rendición de cuentas en donde las decisiones se toman a la vista de todos. Otro buen ejemplo de esta transparencia son las sesiones de los comisionados de la COFECE que, si bien aún no se hacen públicas en tiempo real, por lo menos se pueden escuchar los audios de las mismas. Estos mecanismos se deberían aplicar a otras instituciones en donde se toman decisiones que afectan la vida del país.  

    Para que los gobiernos de nuestro país mejoren en su eficacia y eficiencia y disminuya la corrupción, los funcionarios deben de dejar de pensar en cómo favorecer sus intereses personales o los de sus familiares, amigos o los partidos a los que pertenecen. Para su nombramiento se deben encontrar criterios de selección imparciales que pongan a las mejores personas y se les debe exigir que actúen apegados a la Ley y en pro de la comunidad.  Todo ello urge ponerlo en práctica en los puestos clave de la PGR y el Sistema Nacional Anticorrupción. También se debe revisar el funcionamiento de los servicios profesionales de carrera e implementarlos donde haga falta. Solo con funcionarios que pongan por delante los intereses de la sociedad será que mejoren los resultados del gobierno y disminuya la corrupción.


Las opiniones vertidas en esta columna son exclusivamente a título personal y no representan puntos de vista de ninguna institución.


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