Por: Octavio Díaz García de León
Para el Dr. Santaella
En mi colaboración anterior mencionaba que es necesario no resignarse y
protestar cuando los bienes y servicios que recibimos tanto del gobierno como
del sector privado no reúnen las características que deberían tener. O bien,
cuando vemos cosas que están mal, no quedarse callados ni caer en la indiferencia
o resignación.
Sin embargo, hay sectores de nuestra sociedad que han hecho de la
protesta una forma de vida. Recurren a formas de reclamo que en ocasiones son
violentas y en la mayoría de los casos perjudican al resto de la sociedad con
sus acciones. Son formas organizadas de chantaje para beneficiar los intereses
de unos cuantos en detrimento de los demás.
Es necesario entonces diferenciar entre las protestas y reclamos
legítimos y aquellos que se organizan para satisfacer intereses particulares. Algunas
autoridades de nuestro país han acostumbrado a grupos clientelares a darles
todo lo que piden. Estos grupos ya conocen el camino y saben que, mediante
manifestaciones, obstaculización a las vías de comunicación, toma de
instalaciones y otros métodos violentos, pueden presionar para pedir prebendas
a cambio de apoyos políticos. Este clientelismo basado en la extorsión y la
dádiva de recursos públicos no es el que va a mejorar al país pues solo beneficia
a unos cuantos. Como ejemplo de estos grupos están: “Los 400 pueblos”, Antorcha
Campesina, la CNTE, el SME y un largo etcétera.
¿Cómo entonces protestar de manera legítima y no ser confundidos con
los protestantes profesionales? ¿Cómo ir más allá de la protesta para que las
cosas cambien?
Un primer principio podría ser el protestar sin hacer daño a los demás.
Los protestantes profesionales o incluso en ocasiones los que lo hacen con
razón, no piensan en cómo afectan a los demás (Los primeros lo hacen a
propósito). Inclusive una causa que puede ser justa, se vuelve impopular por
las afectaciones que produce. Muestra de ello son las decenas de
manifestaciones diarias que ocurren en la CDMX y que hacen más difícil la vida
de todos en esa ciudad.
Otra forma de hacerlo, que no necesita grandes movilizaciones sociales,
requiere que las personas vayan cambiando las cosas por pequeñas que sean. Requiere
pequeños héroes que de manera cotidiana luchen en su ámbito de acción por
cambiar lo que no está bien. Thomas
Carlyle decía que “De nada le sirve al hombre lamentarse de los tiempos
en que vive, pero siempre le es posible mejorarlos.” También decía que “El hablar que no termina
en acción, mejor suprimirlo.” Para él los motores de la historia son los
individuos a través de su acción; son quienes la escriben con sus actos. (Ver http://stasiotika.blogspot.mx/2010/03/los-heroes-de-thomas-carlyle.html).
Así surgen individuos
paradigmáticos que han señalado el rumbo a la humanidad. Por ejemplo, Sócrates,
Buda, Confucio, Jesús, Mahoma o bien en tiempos más cercanos, personajes de
acción como Napoleón, Churchill y Deng Xiaoping por nombrar algunos. Pero no es necesario ser como estas figuras
emblemáticas, sino imitarlas en pequeñas dosis. En la medida cotidiana de lo
que cada uno tiene que enfrentar para mejorar lo que nos rodea.
En México también tenemos a nuestros propios héroes que han sellado el
destino de nuestro país con su influencia. Por ejemplo, Hidalgo, Iturbide,
Juárez, Díaz y Madero, entre otros. En
ese sentido, no cabe duda que la influencia individual es capaz de forjar una
nación. En una escala más cercana, en el artículo pasado mencionaba yo a María
Elena Morera y Alejandro Martí, pero también hay muchas personas que de manera
casi anónima luchan por cambiar las cosas en su entorno. Por ejemplo,
fundaciones como “Unidos… Asociación Pro-Trasplante de Médula Ósea Francisco
Casares Cortina, A.C.” o bien, la tarea que hace la familia Quintanar aquí en
Aguascalientes con su casa hogar, en donde acoge a niños que viven en
condiciones de violencia en sus hogares y les da sustento y formación.
Hay otros ejemplos de valentía y coraje de personas que no están dispuestas
a aceptar una injusticia. Así son los padres de familia que tienen años
buscando a sus hijos desparecidos luchando contra amenazas y adversidades, o
bien heroínas como Marisela Escobedo, asesinada a las puertas del Palacio de
Gobierno de Chihuahua.
A veces luchar contra lo que está mal requiere grandes sacrificios.
Pero no se trata de eso. Se trata de realizar pequeños actos de mejora en
nuestro entorno, los cuales, por pequeños que sean, se van sumando para hacer
la diferencia. Por ejemplo, impedir que otros tiren basura en su calle,
reclamar cuando un auto se estaciona mal, el peatón que regaña al automovilista
que casi lo atropella, el pasajero que protesta ante el chofer del transporte
público por manejar irresponsablemente. Esas pequeñas acciones de no
resignación a la larga inciden positivamente en mejorar la convivencia.
No hay que resignarse a lo que está mal, sino protestar cuando sea necesario
para mejorar las cosas y no hacerlo a costa de los demás. Pero no basta
protestar sino, con pequeñas acciones, mejorar lo que esté a nuestro alcance. Si cada uno pasara a la acción en lugar de
quejarse, tendríamos un país muy diferente.
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