29 de mayo de 2015

CONTRIBUYENTES VOLUNTARIOS


Por: Octavio Díaz García de León.
 @octaviodiazg

       Los impuestos deberían ser donaciones voluntarias. Tal es la propuesta que aventuró el filósofo alemán Peter Sloterdijk hace unos cinco años y fue víctima de la reacción virulenta de muchos comentadores. Algunas de las razones que le dieron  para desvirtuar su propuesta es que si no fueran obligatorios los impuestos nadie los pagaría; que las personas son por naturaleza egoístas y que si pueden evitar ayudar a otros lo harán; que es imposible pensar que las personas que tienen más dinero quieran  donar parte de sus ingresos de manera voluntaria para dedicarlos a apoyar  a quienes tienen menos.  

    Usted puede agregar una larga lista de razones por la cual  esto no funcionará. Después de todo la creencia generalizada es, como cita Sloterdijk a Benjamín Franklin, “En este mundo solo hay dos cosas seguras: la muerte y pagar impuestos”. Nadie pone en duda si debe o no haber impuestos,  como si fuera una verdad esculpida en piedra. Que se quieran o no pagar, es otra cosa. Se da por descontado que los impuestos son necesarios y que siempre existirán.

    Sloterdijk piensa que no debe ser así. El filósofo alemán propone una sociedad solidaria en donde las personas otorguen voluntariamente parte de sus ingresos para mejorar el bienestar de la sociedad. Esto no es utópico. De alguna manera  lo vivimos en México cotidianamente. No es el gobierno el que otorga la mejor red de protección social, sino  la familia, en donde sus miembros contribuyen al bienestar de sus parientes con dinero o con servicios no remunerados. También en el círculo de los amigos la solidaridad se manifiesta con generosidad. Y hemos visto como en casos de desastres,  la solidaridad de nuestra población es extraordinaria.

   Las cantidades de dinero que recauda el gobierno mexicano son estratosféricas desde el punto de vista de un mortal común. Para 2015, la Ley de Ingresos prevé ingresos por impuestos por 1.9 billones de pesos. En estas cifras enormes donde los errores de redondeo se dan en millones de pesos, se  pierde de vista el sacrificio y la contribución individual de las personas. En esa gran masa de contribuyentes el individuo es solo un RFC más y su aportación, insignificante.

    Pero la carga de los impuestos no se reparte uniformemente. La clase media es la que paga la mayor parte.  La mayor parte del pago de impuestos recae en el 30% de los hogares con más ingresos quienes pagan el 88.8 del impuesto sobre la renta, el 73.3% de las cuotas de seguridad social, el 53.1% del IVA, y el 95.4% del impuesto sobre automóviles nuevos. Estos hogares prácticamente mantienen al otro 70% de los hogares.

    El contribuyente individual se desvincula del bienestar que con su donación forzosa hace a la sociedad  como si el dinero nunca hubiera sido suyo y siempre del gobierno. Otro aspecto que desvincula a los contribuyentes de lo que aportan,  es el cómo y en qué se gasta, porque el común de las personas tampoco tiene ninguna influencia en decidir a donde se va ese dinero. Además, para empeorar las cosas, el desperdicio en el gasto es enorme, la corrupción se lleva una buena parte y casi no existe  rendición de cuentas.  Por si fuera poco, cuando el gasto es desmedido, se opta por endeudar al gobierno, que es una forma de que futuras generaciones paguen por un beneficio que nunca verán.

    Desafortunadamente el objetivo de todos los gobiernos es  recaudar más para gastar más;  muy rara vez  para gastar mejor o inclusive menos  y para obtener más rendimiento por el dinero que todos aportan.

    Rara vez las preocupaciones de la sociedad son escuchadas cuando se trata de los impuestos. Ante la premisa de que los impuestos son inevitables casi nadie protesta contra su pago o lo hacen débilmente. Los empresarios  tratan de defenderse y a veces lo logran, pero el asalariado que paga impuestos como contribuyente cautivo, no tiene opciones para manifestar su desacuerdo. La sociedad recurre entonces a dos formas de protesta ilegales: la informalidad y la evasión.

    Los impuestos en México representan el 19.6% del PIB según un estudio de la OCDE (Artículo) y estamos en el último lugar como si fuera algo deshonroso porque existe la creencia que solo el gobierno puede proporcionar bienestar a la población y por ello requiere siempre más dinero.  En la lógica de gastar más y de que el gobierno sea quien  provea más y mejores servicios, la única forma de alimentar al ogro filantrópico es dándole cada vez más recursos. Sin embargo, el gobierno ha demostrado históricamente que no es un buen administrador. Por lo menos en nuestro país. Habrá otros países en donde si luzcan más los impuestos que se pagan y entonces quizá tendrá sentido el pagar más.

   Sloterdijk propone que en lugar de una confiscación de parte de los ingresos de las personas y las empresas, por parte del Estado, se les dé más voz y  opciones de como ceder su dinero. Decidir, por ejemplo, a que destinar una parte de los impuestos que cada quien paga. En todo caso, el pago de impuestos no debe ser visto como dogma y se podría, tal y como lo propone Sloterdijk,  aspirar a una sociedad solidaria en donde todos aporten voluntariamente al bienestar de los demás.


Bibliografía:

1. "Fiscalidad Voluntaria y Responsabilidad Ciudadana". Peter Sloterdijk. Biblioteca de Ensayo Siruela. Madrid, 2014.



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23 de mayo de 2015

REFORMAS Y PENDIENTES



Por: Octavio Díaz García de León.
 @octaviodiazg

     Después de la reforma en materia de transparencia al artículo 6 Constitucional el 7 de  febrero de 2014, se suponía que la Ley General respectiva debía estar lista antes de un año. Transcurrieron un año y 3 meses hasta que  el pasado 5 de mayo entró en vigor la Ley General de Transparencia y Acceso a la Información. Bueno, es un decir que entró en vigor. Los artículos transitorios prevén que podrá pasar hasta un año más para que estén plenamente vigentes las disposiciones de la Ley.

     Uno de los grandes pendientes es el diseño, discusión, aprobación y promulgación de la nueva Ley Federal de Transparencia y las correspondientes en cada una de las entidades federativas. Otros aspectos como las obligaciones de transparencia (todo aquello que debe estar publicado en los portales de internet de las instituciones obligadas por la Ley) tendrán que esperar meses a que se definan los  criterios respectivos. Quedan también pendientes la ley de protección de datos personales en posesión del gobierno y la reforma a la ley de archivos.

     Por lo pronto el nuevo Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI, antes IFAI) ya le informó a los Poderes Judicial y Legislativo, partidos políticos y organismos autónomos, entre otros,  que no aplicarán esta nueva Ley hasta que estén listas las leyes secundarias pendientes.    

      Las reformas en materia de transparencia son un buen avance, pero estas ventajas están todavía a un par de años de dar frutos. Pero hay un fenómeno preocupante. La sociedad organizada y la academia le dieron un gran impulso a las reformas de 2003 cuando fue promulgada la primera Ley en la materia y ese impulso duró varios años. Ese interés inicial se ha perdido. Aunque recientemente revivió el activismo  a raíz de  las reformas constitucionales y la nueva Ley General,   pareciera que es un tema que empieza a pasar de moda. Se espera ahora que el activismo venga ya no de la sociedad sino del INAI y sus organismos equivalentes en las entidades federativas, lo que equivale a burocratizar la promoción y ejercicio de este derecho.

     Tampoco se aprecia que las ventajas del acceso a la información gubernamental hayan permeado a estratos más amplios de la población. Y es que no basta con tener más transparencia y más sujetos obligados si no tenemos una sociedad que demande esa información que deben proporcionar  las instituciones y personas que manejan recursos públicos.

     El  acceso a la información pública tampoco se ha traducido en una mayor rendición de cuentas. Si bien la información podrá estar disponible, la capacidad de analizarla  sigue siendo muy limitada. Solo los especialistas la entienden y hace falta que se involucren segmentos más amplios de la población en su uso para reclamar mejores acciones de gobierno y aprovechamiento de los recursos públicos. En este sentido las escuelas de educación superior deberían introducir cursos para que sus alumnos aprendan a usar esta información y a exigir  una mayor  rendición de cuentas.

     Uno de las promesas incumplidas de la transparencia es pensar que a mayor transparencia habrá menos corrupción. Incluso los expertos confunden términos al implicar que transparencia y lucha anticorrupción son sinónimos.  Los indicios con que contamos es que a pesar de las leyes en la materia, no se ha reflejado  en reducir la corrupción y menos ahora que se observa un repunte muy importante de la misma.

     Si bien es cierto que algunos de los casos de corrupción han podido ser descubiertos gracias a las leyes de transparencia, las redes sociales han sido mucho más eficaces para darlos a conocer.  

     El acceso a la información pública gubernamental solo es una herramienta más para el combate a la corrupción pero no da resultados en automático. Se tiene que usar la información con ese propósito y exponer ante la sociedad y  las autoridades los hallazgos para  que se castigue a los corruptos.

     Por otra parte,  después de mucho activismo reciente por parte de la sociedad organizada y la academia, las reformas constitucionales en materia anticorrupción fueron  ya  aprobadas por el Congreso Federal y en la mayoría de los congresos estatales por lo que próximamente serán promulgadas por el Presidente.  Pero así como en el caso de las reformas en materia de transparencia,  estas reformas anticorrupción tardarán unos tres años en estar  vigentes. Luego habrá que darles capacidades operativas a las instituciones que se pretende fortalecer con estas reformas, tarea que probablemente quede para la próxima administración federal en 2019.  Si había alguna expectativa de que con ellas se atacaría el fenómeno desatado de la corrupción en un corto plazo, no va a ocurrir así. Esto no quiere decir que no se pueda hacer algo con las instituciones que ya existen. Solo basta voluntad política para empezar a trabajar contra la corrupción de inmediato y que la sociedad participe en este esfuerzo.

     La paradoja está en  que la sociedad espera que el gobierno sea quien combata la corrupción al interior de sus propias instituciones, pero si los ciudadanos no usan las leyes de transparencia y las reformas anticorrupción,  será muy difícil que  desde adentro se erradiquen los vicios que aquejan a la burocracia. Estas reformas no darán fruto  si no se da  una participación activa de la sociedad.

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16 de mayo de 2015

EL MUNDO SEGÚN KISSINGER



Por: Octavio Díaz García de León.
 @octaviodiazg

     Decía un comentarista que solo una persona como Henry Kissinger puede titular a su más reciente libro “Orden Mundial”, por lo arrogante que puede sonar. El Dr. Kissinger nació y creció en Alemania hasta que su familia de raíces judías fue víctima de la persecución nazi y tuvo que emigrar a Estados Unidos de donde se hizo ciudadano. Participó en la Segunda Guerra Mundial en labores de inteligencia y de allí pasó a la academia en Harvard donde estudió hasta su doctorado y luego impartió clases. Ingresó a la política vía Nelson Rockefeller y a partir de 1969 se convirtió en Consejero de Seguridad Nacional y luego en Secretario de Estado para los presidentes Nixon y Ford entre 1969 y 1977.  Alcanzó dimensiones de Rock Star cuando en esa época hacía y deshacía en la política exterior de su país.  

     Sus ideas acerca de cómo debe establecerse el orden internacional parten de la forma en que se organizaron las naciones europeas en 1648 después de la Guerra de 30 Años y que se llamó la Paz de Westfalia. Estos tratados instituyeron la igualdad entre los estados por encima de otros poderes como la iglesia y las dinastías e introdujeron un equilibrio entre naciones. Dice Kissinger que “cualquier orden internacional tarde o temprano tiene que alcanzar un equilibrio o de otra forma estará en un estado de guerra constante”. Desde este punto de vista la única manera de prevenir que una potencia depredadora conquiste a sus vecinos y si puede, al mundo, es a base de equilibrios de fuerza entre naciones.

     Si Napoleón rompió los equilibrios europeos e introdujo el pensamiento revolucionario por todo el continente, a su derrota, reunidos en el Congreso de Viena,  los países europeos  construyeron un nuevo equilibrio entre naciones que duró un siglo y durante el cual Europa gozó  en términos generales, de paz. A partir de la Primera Guerra Mundial esos equilibrios han sido  difíciles de lograr.

    ¿Cuáles son ahora las amenazas al orden internacional según Kissinger? El surgimiento del islamismo militante, la disputa por Palestina y los conflictos en Siria e Irak. Dedica un capítulo completo al caso de Irán. Luego analiza Asia y a las naciones dominantes en esa región: Japón, India y China.

     La gran preocupación de Kissinger es China a quien ya dedicó un libro recientemente. Hay que recordar que el presidente Nixon y él  realizaron una de las jugadas más espectaculares  de la Guerra Fría al tener un acercamiento con ese país con el cual  los separaba la ideología pero los unía su interés por contrarrestar a la Unión Soviética. A raíz de las reformas de Deng Xiaoping en China se dio un crecimiento que ha convertido a este país  en la segunda economía del mundo, en un rival  geoestratégico de Estados Unidos y  un factor muy importante en el nuevo orden mundial.

    Kissinger reflexiona sobre el papel de Estados Unidos en el concierto entre naciones  y la ambivalencia de esa gran nación entre promotor de valores como la democracia y la libertad y el ser un imperio. Este país ha combatido cinco guerras desde la Segunda Guerra Mundial,  en tres de las cuales ha decidido retirarse porque el consenso interno se ha roto y en cuatro de ellas no ha logrado sus objetivos. Dice Kissinger que  “los historiadores quizá concluyan que esto derivó de la incapacidad para resolver la ambivalencia entre  la fuerza y la diplomacia, el realismo y el idealismo, el poder y la legitimidad, que cruza por toda la sociedad”. Quizá Kissinger, creyente y  practicante de la Realpolitik, hubiera preferido que el pueblo americano dejara de lado las consideraciones morales.
 
    Finalmente describe las amenazas más recientes al orden mundial: la proliferación de las armas nucleares en Corea del Norte o el intento de Irán por tenerlas. Los riesgos de la cibertecnología y el papel del internet y las redes sociales como alteradoras del orden mundial.  

    México solo merece un par de menciones en el libro: cuando describe la Doctrina Monroe y cuando explica la expansión territorial de ese país a costa del nuestro. En la visión de Kissinger,  los países al sur de la frontera son  territorio de influencia de los Estados Unidos  por “Destino Manifiesto” y porque tiene el poderío militar para evitar que algún otro país intente apoderarse de esta región. La Doctrina Monroe que data de 1823, tenía como propósito que Estados Unidos interviniera  militarmente contra potencias europeas que quisieran invadir nuestro continente pero  luego fue usada como pretexto para la intervención de Estados Unidos en diversos conflictos en América Latina.

    Para Estados Unidos, en todo caso, México representa solo la amenaza de la desestabilización interna, la inseguridad y el tráfico de drogas pero no como país que quiera disputarle territorios o competir por influencia en el mundo.
  
    México no puede rivalizar con nuestro vecino  por falta de vocación para ser una potencia siquiera regional,  por falta de una fuerza militar que sea relevante y por falta de visión geoestratégica o interés por ser una potencia. No me imagino a alguno de nuestros intelectuales escribiendo un libro como el de Kissinger presentando el papel que nuestra nación  deba tener en el diseño del orden mundial. Si ni siquiera podemos poner orden adentro de nuestras fronteras. Por ello es natural que para Kissinger,  México no esté en el concierto de naciones capaz de influir en el mundo para bien o para mal.  

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9 de mayo de 2015

EL PAÍS DE LAS FORMAS


Por: Octavio Díaz García de León.
 @octaviodiazg

     En México, sobre todo en la capital del país, los usos y costumbres  se encuentran llenos de rituales que hacen énfasis en las formas y no en el fondo. En contraste con los europeos y los americanos que son más directos, francos y mas transparentes en sus sentimientos. Sobre todo, orientados a lograr lo que se proponen lo que les ha permitido tener países exitosos.

      La historia de los rituales corteses es amplia. Un buen ejemplo se dio en la corte del rey Luis XIV de Francia donde existía un complejo entramado de reglas de etiqueta que todos los cortesanos tenían que cumplir. Las horas de estos desocupados se llenaban de rituales y los favores del Rey se obtenían a partir de una obediencia meticulosa a la etiqueta y un sometimiento absoluto al  llamado Rey Sol.

      La alta burocracia federal que reside en su mayor parte en el D.F., también está llena de estos rituales y gestos. Desde las insufribles e indescifrables comunicaciones oficiales llenas de fórmulas jurídicas escritas en “burocratés”, hasta los rituales de comportamiento en las mesas de reuniones, en las comunicaciones con los superiores, entre pares y con los subordinados donde reinan formas de autoritarismo y culto a la personalidad que parecen de la época de Luis XIV.

     Aquél dicho de Jesús Reyes Heroles de que “En política, la forma es fondo” era importante en un país en donde lo que prevalecían eran los silencios, los gestos, las insinuaciones y  rara vez la palabra directa y clara. Juego de sombras, la política y la burocracia se manejaban por una serie de rituales y mensajes no verbales que había que ser conocedor para interpretar. Era un código para iniciados.

     Los tiempos ya cambiaron pero las costumbres tardan en morir. Lo peor es que aquellas palabras de Reyes Heroles quizá se hayan mal interpretado y algunos  piensen que lo importante es la forma y no el fondo. Esta confusión hace que algunos políticos y funcionarios públicos  vivan de las apariencias. Se equivocan y la realidad no tardará en alcanzarlos.

     El presidente Fox lo primero que hizo cuando tomó posesión fue romper ese rígido ritual de solemnidad que prevalecía antes de que él llegara; que el resultado haya sido jocoso quizá fue una consecuencia involuntaria, pero ese rompimiento de las formas le dio un poco de aire  al ambiente enrarecido a que estábamos acostumbrados. Había que romper con el culto a la personalidad y otros vicios de la cultura burocrática. Tenía razón también en que lo importante era dar resultados. Pero o no quiso o no pudo mover a la pesada burocracia heredada para hacer que abandonaran sus formas y se enfocaran a dar lo que esperaba el país después de la transición.

     Hoy en día podemos observar el regreso de aquellos usos y costumbres.  Muchos gestos grandilocuentes y pocos logros. Grandes reformas que tardarán muchos años en madurar, si es que lo hacen; creación de organismos autónomos que realizan las mismas tareas que sus antecesores pero son más burocráticos y no dan resultados; grandes obras que no redundan en beneficio del país y han disparado la corrupción;  el enojo ante las críticas y la falta de sensibilidad.   Queda pendiente mejorar el  bienestar de la población.

     También existe una nueva generación de líderes que han llegado a sus puestos sin ninguna experiencia en dirección de instituciones y a veces sin tener los conocimientos técnicos necesarios. A estas personas les gana el activismo, el exceso de proyectos, los planes,  las ocurrencias y la falta de poder concentrarse en aterrizar y hacer que las instituciones a su cargo cumplan con sus mandatos legales. Esto sin abundar en  la arrogancia y prepotencia de que hacen gala algunos  y del confundir los bienes públicos con su patrimonio personal como hemos visto recientemente.   

    Esta nueva generación de líderes enfrasca a sus burocracias en febriles actividades internas para dar la ilusión de que se trabaja mucho pero que no trasciende en beneficios para la sociedad. Los subordinados por su parte se ven obligados a un servilismo cortesano por agradar a los jefes y conservar su trabajo. Tienen que soportar las largas horas improductivas en la oficina o llenas de actividades que no son importantes y el estar sujetos a  malos tratos y arbitrariedades. El sacrificio de su vida familiar y personal los hace parte de una generación perdida en la falta de trascendencia. Pero en la simulación solo se engañan ellos. Afuera todos ven que no hay resultados.  

     Gran parte de la burocracia está enferma. Encerrada en sí misma se escuda en que nadie exige una rendición de cuentas. Por eso hay tantos programas que no dan resultados y el país no avanza. La idea de un presupuesto base cero es muy buena pero impracticable en un tiempo corto y casi imposible de llevar a cabo por las inercias. De llevarse hasta sus últimas consecuencias, podría transformar al gobierno federal.

     En Estados Unidos, el Reino Unido y otros países hace décadas que se dieron cuenta que lo importante no es ganar elecciones sino dar resultados al gobernar,  aspecto del que da cuenta Sir Michael Barber  en su reciente libro  “Como Gestionar un Gobierno de tal Forma que los Ciudadanos se Beneficien y los Causantes no Enloquezcan”. Ojalá nuestra alta burocracia lea el libro y sobre todo,  lo ponga en práctica.
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2 de mayo de 2015

DE LAPSUS Y COSAS PEORES



Por: Octavio Díaz García de León.
 @octaviodiazg

     Recientemente el presidente Peña Nieto sufrió lo que Freud llamaría un “acto fallido”,  una mezcla de  lapsus linguae y olvido,  en donde confundió ciudades con estados. El video de su discurso se hizo viral en las redes sociales. No es la primera vez que el Presidente comete errores de carácter geográfico cuando hace capitales de estados a ciudades que no lo son o a una ciudad fronteriza del estado de Chihuahua,  la convierte en isla japonesa. También se recuerda el caso de la confusión con el nombre del presidente Chino. El presidente Peña tiene razón cuando él mismo, con humor,  se burla de sus errores y dice que es de humanos cometerlos.  

      Seguramente sus errores pueden ser materia de estudio para psicólogos a quienes interese el fenómeno de los actos fallidos. Freud  los estudió y propuso que había una relación con el inconsciente en  situaciones que según los psicoanalistas,  se dan en condiciones de estrés, angustia, déficits de atención o ansiedad. Seguramente estos acontecimientos darán a los expertos materia para dilucidar por qué le ocurren  estos errores. Todas las personas cometemos estos actos fallidos  pero desde luego son más visibles en las figuras públicas y por ello despierten mayor atención en el caso del Presidente.

     Estos errores pueden tener orígenes psicológicos pero quizá pudieran tener  causas físicas o neurológicas.  Hay que recordar que el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan que sufría de Alzheimer y que murió con esa enfermedad, ya tenía síntomas cuando era presidente de su país y en esas condiciones tomaba decisiones de importancia; o bien las migrañas que sufría el presidente López Mateos y que se dice,  lo incapacitaban.

    ¿Inconsciente o enfermedad? En su ciudad de origen, lugar más bien pequeño,  supuestos allegados al presidente Peña dicen que el nódulo tiroideo del que fue operado el 31 de julio de 2013  no es un cáncer controlado sino que ha seguido su evolución y que no se trata de un problema de tiroides sino de un problema de garganta. Quizá la imaginación popular confunda ambos aspectos por su cercanía anatómica. Los problemas de tiroides son mucho más manejables. También circulan videos en You Tube  sobre un posible cáncer donde se especula con  su aspecto demacrado, su aparente pérdida de peso y posiblemente también  los actos fallidos.   

     Caer en la especulación sin más elementos que una sospecha es irresponsable. Pero no lo es el contemplar que pudiese ocurrir algo así. Desde el punto de vista del derecho al acceso a la información pública gubernamental, ¿el estado de salud del Presidente de la República podría clasificarse como confidencial por tratarse de datos personales que solo le incumben a él  o de carácter reservado por tratarse de un asunto que podría afectar a la seguridad nacional? O bien,  dada su trascendencia para el país y  que de ser el caso, el presidente tuviera que abandonar su cargo, ¿debería informarse a los ciudadanos para arreglar una transición pacífica? La respuesta no es fácil. Pero si lo que estuviera en juego fuera el futuro del país, esa información debería abrirse al público para prepararlo a lo que sigue.

     No es la primera vez que se hacen este tipo de reflexiones. El presidente Fox fue intervenido quirúrgicamente cuando estaba en ejercicio de sus funciones y por algunas horas no hubo quien estuviera formalmente a cargo de sus atribuciones y en caso de que algo hubiese salido mal, no había nada previsto en la Constitución en caso de su ausencia absoluta. Afortunadamente las reformas a la Constitución realizadas en agosto de 2012 han venido a cubrir este vacío legal.

       La Constitución,  en su artículo 84,   dice que en caso de falta absoluta del Presidente,  el Secretario de Gobernación asumirá la Presidencia por un periodo de hasta 60 días  en tanto el Congreso nombre al presidente interino o substituto y no podrá remover a secretarios o Procurador sin autorización del Senado. Pasando  los dos primeros años de gobierno, procede el nombramiento de un presidente substituto, designado por el Congreso de la Unión para terminar el periodo presidencial correspondiente.

     El hecho de que al nuevo Presidente lo tenga que elegir el Congreso de la Unión no es sencillo por la división que existe entre partidos e incluso al interior de los grupos parlamentarios más grandes. No me queda claro cuál sería el procedimiento, si en una sesión de ambas Cámaras en donde cada voto de senadores o diputados tuviese el mismo valor o en votaciones separadas; en este último caso sería complicado si hubiese votaciones encontradas.  Así que no es trivial el que pudiera quedar acéfala la Presidencia. El esquema constitucional, desafortunadamente no garantiza una transición suave.

     Por lo pronto esperamos que el presidente Peña Nieto goce de cabal salud y que sus lapsus solo sean asuntos sin importancia derivados de la cantidad de temas y problemas que debe resolver todos los días. Pero nunca está demás estar preparado para lo inesperado. Nadie esperaba que en los últimos diez años murieran dos secretarios de gobernación y un secretario de seguridad pública en accidentes de aviación. Afortunadamente en esos casos todo se mantuvo en paz y bajo control porque había un Presidente que podía nombrar de inmediato al reemplazo de funcionarios de esa relevancia. Pero si llegase a faltar el Presidente de la República, los demonios podrían desatarse.




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