Por: Octavio Díaz García de León.
@octaviodiazg
En
México, sobre todo en la capital del país, los usos y costumbres se encuentran llenos de rituales que hacen
énfasis en las formas y no en el fondo. En contraste con los europeos y los
americanos que son más directos, francos y mas transparentes en sus
sentimientos. Sobre todo, orientados a lograr lo que se proponen lo que les ha
permitido tener países exitosos.
La
historia de los rituales corteses es amplia. Un buen ejemplo se dio en la corte
del rey Luis XIV de Francia donde existía un complejo entramado de reglas de etiqueta que todos los cortesanos
tenían que cumplir. Las horas de estos desocupados se llenaban de rituales y
los favores del Rey se obtenían a partir de una obediencia meticulosa a la
etiqueta y un sometimiento absoluto al llamado
Rey Sol.
La
alta burocracia federal que reside en su mayor parte en el D.F., también está
llena de estos rituales y gestos. Desde las insufribles e indescifrables comunicaciones
oficiales llenas de fórmulas jurídicas escritas en “burocratés”, hasta los
rituales de comportamiento en las mesas de reuniones, en las comunicaciones con
los superiores, entre pares y con los subordinados donde reinan formas de
autoritarismo y culto a la personalidad que parecen de la época de Luis XIV.
Aquél
dicho de Jesús Reyes Heroles de que “En política, la forma es fondo” era
importante en un país en donde lo que prevalecían eran los silencios, los gestos,
las insinuaciones y rara vez la palabra
directa y clara. Juego de sombras, la política y la burocracia se manejaban por
una serie de rituales y mensajes no verbales que había que ser conocedor para
interpretar. Era un código para iniciados.
Los
tiempos ya cambiaron pero las costumbres tardan en morir. Lo peor es que
aquellas palabras de Reyes Heroles quizá se hayan mal interpretado y algunos piensen que lo importante es la forma y no el
fondo. Esta confusión hace que algunos políticos y funcionarios públicos vivan de las apariencias. Se equivocan y la
realidad no tardará en alcanzarlos.
El
presidente Fox lo primero que hizo cuando tomó posesión fue romper ese rígido
ritual de solemnidad que prevalecía antes de que él llegara; que el resultado
haya sido jocoso quizá fue una consecuencia involuntaria, pero ese rompimiento
de las formas le dio un poco de aire al
ambiente enrarecido a que estábamos acostumbrados. Había que romper con el
culto a la personalidad y otros vicios de la cultura burocrática. Tenía razón
también en que lo importante era dar resultados. Pero o no quiso o no pudo
mover a la pesada burocracia heredada para hacer que abandonaran sus formas y
se enfocaran a dar lo que esperaba el país después de la transición.
Hoy
en día podemos observar el regreso de aquellos usos y costumbres. Muchos gestos grandilocuentes y pocos logros.
Grandes reformas que tardarán muchos años en madurar, si es que lo hacen; creación
de organismos autónomos que realizan las mismas tareas que sus antecesores pero
son más burocráticos y no dan resultados; grandes obras que no redundan en
beneficio del país y han disparado la corrupción; el enojo ante las críticas y la falta de
sensibilidad. Queda pendiente mejorar
el bienestar de la población.
También
existe una nueva generación de líderes que han llegado a sus puestos sin
ninguna experiencia en dirección de instituciones y a veces sin tener los
conocimientos técnicos necesarios. A estas personas les gana el activismo, el
exceso de proyectos, los planes, las
ocurrencias y la falta de poder concentrarse en aterrizar y hacer que las
instituciones a su cargo cumplan con sus mandatos legales. Esto sin abundar
en la arrogancia y prepotencia de que
hacen gala algunos y del confundir los
bienes públicos con su patrimonio personal como hemos visto recientemente.
Esta
nueva generación de líderes enfrasca a sus burocracias en febriles actividades
internas para dar la ilusión de que se trabaja mucho pero que no trasciende en
beneficios para la sociedad. Los subordinados por su parte se ven obligados a
un servilismo cortesano por agradar a los jefes y conservar su trabajo. Tienen
que soportar las largas horas improductivas en la oficina o llenas de
actividades que no son importantes y el estar sujetos a malos tratos y arbitrariedades. El sacrificio
de su vida familiar y personal los hace parte de una generación perdida en la
falta de trascendencia. Pero en la simulación solo se engañan ellos. Afuera
todos ven que no hay resultados.
Gran
parte de la burocracia está enferma. Encerrada en sí misma se escuda en que
nadie exige una rendición de cuentas. Por eso hay tantos programas que no dan
resultados y el país no avanza. La idea de un presupuesto base cero es muy
buena pero impracticable en un tiempo corto y casi imposible de llevar a cabo
por las inercias. De llevarse hasta sus últimas consecuencias, podría transformar
al gobierno federal.
En
Estados Unidos, el Reino Unido y otros países hace décadas que se dieron cuenta
que lo importante no es ganar elecciones sino dar resultados al gobernar, aspecto del que da cuenta Sir Michael Barber en su reciente libro “Como Gestionar un Gobierno de tal Forma que
los Ciudadanos se Beneficien y los Causantes no Enloquezcan”. Ojalá nuestra alta
burocracia lea el libro y sobre todo, lo
ponga en práctica.
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