26 de octubre de 2021

UNA NUEVA ÉTICA

  

Por: Octavio Díaz García de León

 

    La idea: Nuestra época está llena de desafíos éticos. La mayor parte impulsados por cambios tecnológicos que plantean a los seres humanos situaciones que nunca ha enfrentado. Las certezas que proporcionaba la religión, la ética, la moral, hoy se ven sacudidas por las inmensas posibilidades que el ser humano ha liberado a través de la tecnología. No hay respuestas talladas en piedra para los nuevos problemas éticos. Habrá que irlas construyendo racionalmente dejando ideologías y emociones a un lado.

  Recientemente Juan Enríquez Cabot publicó en Estados Unidos el libro “Correcto/Incorrecto. Cómo la Tecnología Transforma Nuestra Ética.” Dice el autor que “… la tecnología cambia la ética. Pone en entredicho viejas creencias, pone patas arriba a las instituciones que no crecen o cambian. Estamos en la edad de los cambios exponenciales en la ética.”

  Por ello, hay que adaptarse a los tiempos, pues constantemente surgen problemas éticos sin precedentes. Esta evolución de la ética no es nueva. La humanidad ha ido cambiando lo que es o no aceptable para la convivencia entre las personas.  

   Por ejemplo, la esclavitud fue una práctica normal y aceptable por siglos hasta muy recientemente. La tortura a los prisioneros, la falta de derechos de las mujeres, la discriminación por el color de la piel y tantas otras prácticas, hoy son inaceptables.

   Dice Enríquez que el día de mañana futuras generaciones verán con horror muchas de las prácticas que hoy consideramos normales: la matanza de animales para convertirlos en alimentos; el uso de animales para realizar experimentos; la fabricación de armas y su distribución indiscriminada; el calentamiento global; la acumulación de fortunas en manos de unos cuantos y quien sabe que tantas otras conductas que en el futuro se verán como abominaciones.

   Enríquez nos da en su libro un gran número de ejemplos acerca de los nuevos problemas éticos que están surgiendo, derivados principalmente de la tecnología.

   Entre ellos, el rediseño del ser humano. Hoy en día se realizan millones de cirugías estéticas para “mejorar” la imagen de las personas, pero la tecnología pronto permitirá reemplazar partes del cuerpo, no solo por razones estéticas, sino para alargar la vida. Con ello se puede llegar a la inmortalidad, pues la tecnología pronto permitirá detener el envejecimiento sustituyendo los órganos que ya no funcionan.

   Esta revolución se da también en la genética. Ya es posible modificar al ser humano para diseñarlo con características estéticas, de fortaleza, de inteligencia deseadas, lo cual nos conduce a una evolución dirigida, en donde habrá que decidir lo que es aceptable cambiar del genoma humano.

   La medicina ha hecho posible también la transformación de los comportamientos sexuales. Gracias a los anticonceptivos el tener relaciones sexuales ya no tiene como consecuencia el tener descendencia. Tampoco es necesario tener relaciones sexuales para concebir hijos, mediante la concepción in vitro, lo cual a su vez genera un gran número de nuevas posibilidades. También es posible el cruce con otras especies, tener sexo con robots, etc. con lo cual habrá que dilucidar cuales son comportamientos aceptables.  

   Asimismo, la sexualidad ha dejado de ser binaria (Hombre – Mujer) ayudada por intervenciones médicas que permiten cambiar de sexo y medicamentos que alteran las hormonas. Con ello la gama de posibilidades de relaciones ente parejas se ha multiplicado y gracias a lo cual ha surgido una robusta comunidad LGTBIQ, con lo cual estas conductas han ganado aceptación.  

  El aborto, dice Enríquez, plantea importantes problemas éticos: “el derecho y deseo de las madres vs. los derechos del feto; ¿se debe traer al mundo a un niño si no se le puede o quiere cuidar?; ¿cuáles son los derechos y obligaciones de los padres (hombres)?; ¿deberá haber excepciones por violaciones e incesto?”

  Enríquez no pretende dar una respuesta a esta problemática sino plantearla para discutir cuales deberán ser los caminos que resultan mas aceptables para el ser humano.

   Edgar Morin en su libro “Mis Demonios” habla de una Auto-ética. “Una ética que se funda en sí misma, dependiente de las condiciones históricas, sociales, culturales y psíquicas en las que emerge.” Dice que “enfrentamos la necesidad de una ética compleja. Una ética que encuentra sin cesar, en su seno, la incertidumbre y la contradicción. Es una ética de la apuesta. “

  Vivimos en un mundo complejo donde las certezas mueren cada día. Esto puede traer angustia pues ya no hay respuestas ni recetas establecidas que indiquen lo que es correcto o incorrecto en la convivencia cotidiana de los seres humanos y su interacción con el medio ambiente.

   Nos vemos en la necesidad de ir construyendo respuestas de la mejor manera posible, quizá apelando a unos cuantos principios como sugiere Enríquez tales como compasión, modestia, generosidad, empatía, humildad, decencia, veracidad, etc.,   a partir de los cuales se puedan elaborar. Quizá deberemos adoptar una ética de la apuesta, como dice Morin, en donde hay espacio para equivocarnos y corregir, para llegar a soluciones razonables.

11 de octubre de 2021

PRONTUARIO DE LA CORRUPCIÓN

 

Por: Octavio Díaz García de León

 

   La idea: La corrupción requiere herramientas. Una de ellas es el lenguaje. En la particular cultura de México se ha desarrollado un idioma que permite realizar corruptelas sin ofender la sensibilidad de los corruptos, cuya dignidad parece tener prioridad sobre cualquier consideración ética y legal. Entender este idioma ayuda también a desnudar las prácticas corruptas.

 

    Hace casi 20 años que Transparencia Mexicana le encargó al escritor, periodista y humorista, Germán Dehesa, que escribiera un diccionario de la corrupción. Como dice el autor, esa era una tarea titánica cuyo resultado podía haber sido más extenso que la Enciclopedia Británica. Así que prefirió escribir algo más breve y de allí resultó el libro “¿Cómo nos arreglamos? Prontuario de la corrupción en México” con prólogo de Federico Reyes Heroles.

   El prontuario, lleno de humor, pero también de profundidad, define o explica alrededor de 90 vocablos que se utilizan de manera cotidiana en nuestro país y que para un mexicano resultan tan familiares como la corrupción que padecemos.

   Las palabras que devela Dehesa son eufemismos e indirectas, para no herir la susceptibilidad de los corruptos, quienes se ofenden fácilmente si se les llama por su nombre o se les dice sin tapujos lo que se quiere de ellos. Un lenguaje de la corrupción que refleja la cultura del centro de México conocida por su amabilidad y amaneramiento. Dehesa bautiza a este idioma como “corrupñol”.

    No es que la corrupción se concentre en la Ciudad de México, pero a lo largo de la historia de nuestro país, es en esta ciudad donde se ha forjado gran parte de la cultura de la corrupción y con ello el lenguaje propio de ella.

    Esto se debe a que en la capital se concentra la mayor parte de la burocracia federal, especialmente aquella donde se diseñan y realizan los grandes actos de corrupción. También los gobiernos de la Ciudad de México cuentan con una larga historia de cómo han organizado a sus clientelas negociando la ley (obedézcase, pero no se cumpla) mediante la corrupción.

    Los casos de corrupción y clientelismo (muy vinculados) se pueden observar por toda la Ciudad de México: construcciones que violan los reglamentos, invasión de propiedades, tianguis, vendedores ambulantes, taxistas “tolerados”, narcomenudistas, giros negros operando y una gran cantidad de clientelas controladas mediante la corrupción. Contribuyen a ella el enorme aparato burocrático de la Ciudad de México, que cuenta con  130 mil personas.  

   También a lo largo de la historia, gobernadores y presidentes municipales convirtieron a sus estados y municipios en negocios particulares, logrando que la corrupción y el corrupñol se descentralizaran.   

     Los términos que incluye Dehesa en su prontuario nos resultan muy conocidos a los mexicanos: tener charola y charolear, cachirul, chayote, chueco, contacto, coyote, una corta, un entre, un hueso, tener influencia o ser influyente, irse por la libre, maicear, echar una mano, moche, mordida, movida, tener palanca, estar bien parado, ser tapadera, untar, aceitar, aflojar, tener cola (que le pisen), autos chocolate, un ciego, una milanesa, faltar un documento o una firmita o un sello, etc... Estas palabras no son lo que parecen. Para un extranjero inocente, le sonará a lo que dice su diccionario, pero en buen corrupñol, sabemos que se refieren a otra cosa.

    Con el término “Fuerte”, Dehesa hace un análisis del mexicano. Dice que “nuestro concepto de las capacidades del individuo, por ejemplo, y nuestra capacidad de autoestima tienden a la inexistencia. Cada mexicano se mira como huérfano, como un pobre venadito, perseguido por un destino fatal, víctima de la mitología, de la teología, de la historia y de su familia política…” “No somos nadie y, por lo tanto, nadie puede exigirnos nada, ni pedirnos cuentas, ni esperar que obtengamos algo: si no somos nadie, alguien tiene que darnos todo…” “lo único que puedo hacer es esperar un prodigio celestial, alguna “busquita” política o que se me aparezca, a mí que no soy nadie, algún Don Alguien que me haga fuerte, es decir, que auxilie mi debilidad y que por caminos legales, semiilegales o francamente ilegales (...) me saque de la nada y me proporcione algo.” Una idea tan propicia a la corrupción dice Dehesa “que nos es inculcada (inoculada) en el hogar, en la iglesia, en la escuela, en la oficina y hasta en el estadio de fútbol”.  

    En estos 20 años que distan de la publicación de este libro, la corrupción no ha disminuido pese a los esfuerzos de organizaciones pioneras como Transparencia Mexicana. El corrupñol, si acaso, se ha enriquecido con términos como “estafa maestra”, “dinero bajo la mesa”, “paraísos fiscales” y tantos otros que denotan que no solo no avanzamos, sino que cada vez estamos peor en materia de corrupción.

    El libro de Dehesa no se ha vuelto a editar desde entonces, pero sería muy oportuno que Transparencia Mexicana lo reeditase, quizá enriqueciéndolo con nuevos términos, porque para combatir la corrupción también tenemos que entender el idioma que habla y este se actualiza todos los días.