Por: Octavio Díaz
García de León
La idea: La corrupción requiere herramientas.
Una de ellas es el lenguaje. En la particular cultura de México se ha
desarrollado un idioma que permite realizar corruptelas sin ofender la
sensibilidad de los corruptos, cuya dignidad parece tener prioridad sobre
cualquier consideración ética y legal. Entender este idioma ayuda también a
desnudar las prácticas corruptas.
Hace casi 20 años que Transparencia Mexicana le
encargó al escritor, periodista y humorista, Germán Dehesa, que escribiera un
diccionario de la corrupción. Como dice el autor, esa era una tarea titánica
cuyo resultado podía haber sido más extenso que la Enciclopedia Británica. Así
que prefirió escribir algo más breve y de allí resultó el libro “¿Cómo nos
arreglamos? Prontuario de la corrupción en México” con prólogo de Federico
Reyes Heroles.
El prontuario, lleno de humor, pero también de profundidad,
define o explica alrededor de 90 vocablos que se utilizan de manera cotidiana
en nuestro país y que para un mexicano resultan tan familiares como la
corrupción que padecemos.
Las palabras que devela Dehesa son eufemismos e
indirectas, para no herir la susceptibilidad de los corruptos, quienes se
ofenden fácilmente si se les llama por su nombre o se les dice sin tapujos lo
que se quiere de ellos. Un lenguaje de la corrupción que refleja la cultura del
centro de México conocida por su amabilidad y amaneramiento. Dehesa bautiza a
este idioma como “corrupñol”.
No es que la corrupción se concentre en la Ciudad
de México, pero a lo largo de la historia de nuestro país, es en esta ciudad donde
se ha forjado gran parte de la cultura de la corrupción y con ello el lenguaje
propio de ella.
Esto se debe a que en la capital se concentra la
mayor parte de la burocracia federal, especialmente aquella donde se diseñan y realizan
los grandes actos de corrupción. También los gobiernos de la Ciudad de México cuentan
con una larga historia de cómo han organizado a sus clientelas negociando la
ley (obedézcase, pero no se cumpla) mediante la corrupción.
Los casos de corrupción y clientelismo (muy
vinculados) se pueden observar por toda la Ciudad de México: construcciones que
violan los reglamentos, invasión de propiedades, tianguis, vendedores ambulantes,
taxistas “tolerados”, narcomenudistas, giros negros operando y una gran
cantidad de clientelas controladas mediante la corrupción. Contribuyen a ella
el enorme aparato burocrático de la Ciudad de México, que cuenta con 130 mil personas.
También a lo largo de la historia, gobernadores y
presidentes municipales convirtieron a sus estados y municipios en negocios
particulares, logrando que la corrupción y el corrupñol se descentralizaran.
Los términos que incluye Dehesa en su prontuario
nos resultan muy conocidos a los mexicanos: tener charola y charolear,
cachirul, chayote, chueco, contacto, coyote, una corta, un entre, un hueso, tener
influencia o ser influyente, irse por la libre, maicear, echar una mano, moche,
mordida, movida, tener palanca, estar bien parado, ser tapadera, untar,
aceitar, aflojar, tener cola (que le pisen), autos chocolate, un ciego, una
milanesa, faltar un documento o una firmita o un sello, etc... Estas palabras
no son lo que parecen. Para un extranjero inocente, le sonará a lo que dice su diccionario,
pero en buen corrupñol, sabemos que se refieren a otra cosa.
Con el término “Fuerte”, Dehesa hace un análisis
del mexicano. Dice que “nuestro concepto de las capacidades del individuo, por
ejemplo, y nuestra capacidad de autoestima tienden a la inexistencia. Cada
mexicano se mira como huérfano, como un pobre venadito, perseguido por un
destino fatal, víctima de la mitología, de la teología, de la historia y de su
familia política…” “No somos nadie y, por lo tanto, nadie puede exigirnos nada,
ni pedirnos cuentas, ni esperar que obtengamos algo: si no somos nadie, alguien
tiene que darnos todo…” “lo único que puedo hacer es esperar un prodigio
celestial, alguna “busquita” política o que se me aparezca, a mí que no soy
nadie, algún Don Alguien que me haga fuerte, es decir, que auxilie mi debilidad
y que por caminos legales, semiilegales o francamente ilegales (...) me saque
de la nada y me proporcione algo.” Una idea tan propicia a la corrupción dice
Dehesa “que nos es inculcada (inoculada) en el hogar, en la iglesia, en la
escuela, en la oficina y hasta en el estadio de fútbol”.
En estos 20 años que distan de la publicación de
este libro, la corrupción no ha disminuido pese a los esfuerzos de
organizaciones pioneras como Transparencia Mexicana. El corrupñol, si acaso, se
ha enriquecido con términos como “estafa maestra”, “dinero bajo la mesa”,
“paraísos fiscales” y tantos otros que denotan que no solo no avanzamos, sino
que cada vez estamos peor en materia de corrupción.
El libro de Dehesa no se ha vuelto a editar desde entonces,
pero sería muy oportuno que Transparencia Mexicana lo reeditase, quizá enriqueciéndolo
con nuevos términos, porque para combatir la corrupción también tenemos que
entender el idioma que habla y este se actualiza todos los días.
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