Por:
Octavio Díaz García de León
Para mis amigos de la colonia americana
en Avalos
Terminé
el 2016 leyendo una antología de Sergio Pitol. En el texto “Cementerio de Tordos”,
Pitol entreteje su relato con la reflexión de la creación del propio texto que
está desarrollando como en un juego de espejos que además salta de un tiempo a
otro alimentado por los recuerdos del autor. Dice Pitol: “En cierta forma se trataría de una investigación sobre los mecanismos
de la memoria: sus pliegues, sus atolladeros, sus prodigios” y así, nos lleva
a los recuerdos de su niñez en un ingenio en Veracruz. De esos recuerdos surge
el entierro de un tordo depositado en una caja, que los niños intentan
preservar de la descomposición. Días después lo desentierran y encuentran al
pájaro agusanado. El autor describe como un ingeniero observa curioso a los
niños y les diría algo que no entenderían del todo: “aunque
la caja fuera de metal y no tuviera rendijas cualquier animal muerto se
agusanaría,
porque era el cuerpo quien contenía los gérmenes de la putrefacción y no el
exterior que los introducía”.
De
pronto, mis recuerdos y los de Pitol se conectan inesperadamente. Los recuerdos
se quedan enterrados en la mente, pero a veces surgen revividos por un estímulo
inesperado. En la colonia americana, en Avalos, los niños entierran a una
conguita para evitar su descomposición ¿Cómo pueden ser los recuerdos del
escritor tan parecidos a los míos? Y es que las reminiscencias de ambos no son
solo los pájaros sepultados. A lo largo de su relato, Pitol describe el lugar
donde crecí porque el suyo y el mío eran similares. Por ejemplo:
“La
inmensa fábrica del ingenio…a su alrededor crecía un parque donde se hallaban la casa del gerente, los técnicos y
empleados de confianza... los ingenieros, … el lugar de las actividades
sociales, la cancha de tenis, el hotel para los visitantes…. más nuevamente
jardines y otras casas hasta llegar a las bardas… Dos portones, perpetuamente custodiados por un grupo de porteros, daban acceso al otro mundo, el del
pueblo… Un largo muro rodeaba la fábrica, la casa y los jardines que las rodeaban,
así como los centros de esparcimiento: el hotel para huéspedes, … y las canchas
de tenis cuyo objeto era separar aquel flamante oasis del resto del pueblo. Del
otro lado del muro vivían los obreros,
los peones, … gente de otro color y otro
pelaje… El protagonista piensa que si
revisitara el ingenio tal vez descubriría que todo era mucho más modesto de cómo
lo veían sus ojos infantiles. Está seguro de que el jardín era menos espectacularmente hermoso que la
visión conservada en su memoria, que las casas no eran tan amplias, ni tan modernas
como la serie de artefactos entonces casi desconocidos se lo indicaban: las
estufas y los calentadores de baño eléctricos, por ejemplo. Los idiomas
extranjeros, en especial el inglés que oía constantemente, le imprimían al
lugar una nota de extrañeza, pues buena parte de los técnicos eran norteamericanos.”
La
costumbre de los técnicos extranjeros de crear sus propios espacios
privilegiados con las comodidades que tenían en su país de origen, se replicó
no solo en los ingenios, sino en las minas, en las fundiciones, en las colonias
ferrocarrileras y otros lugares habitados por extranjeros. La colonia americana
en Avalos era un oasis en medio del desierto de Chihuahua, situada a un lado de
la fundición de plomo y zinc la cual destacaba con sus dos enormes chimeneas y
sus extensas instalaciones. La colonia tenía sus jardines, las canchas de
tenis, basquetbol y futbol, la escuelita donde cursamos parte de la primaria en
inglés, la alberca, el hotel; allí estaban las casas con su “porche” al frente, tenían chimenea,
pisos de madera y su calentador de baño eléctrico; había también una vegetación
privilegiada: álamos y sicomoros frondosos, pasto inglés en los jardines que
rodeaban a las casas y en el jardín del centro delimitado por setos (“hedges”),
con bancas de metal y madera. El club tenía sus mesas de boliche, billar, piano,
sillones en una gran sala, una pequeña biblioteca, una barra y mesas para el
dominó o los dados. Una barda de adobe rodeaba la colonia que la separaba del
mundo de los obreros y del resto de la población y un portón de hierro vigilado
por un portero. Recuerdo el sonido de una máquina de vapor que llevaba y traía
mineral y la sirena que anunciaba los cambios de turno.
Ya
no es posible regresar a esa colonia que fue destruida por la indiferencia y el
abandono. Sus jardines se convirtieron en llanos secos, los árboles fueron talados
y las casas, en ruinas. No se pudo enterrar a la colonia para que tuviera una
muerte digna; se descompuso como cualquier cadáver. Pero nadie nos podrá borrar
los recuerdos de lo que allí vivimos, aunque, como dice Pitol, quizá era menos
espectacularmente hermosa que la visión conservada en la memoria.
Sergio
Pitol tuvo a bien revivir mis recuerdos con su extraordinario texto. Asombra el
pensar que vivimos en lugares tan parecidos y vimos personas y situaciones tan
similares a pesar del tiempo y la distancia. Cuantos de nosotros enterramos
alguna vez un pájaro, esperando que no se descompusiera, para venir a descubrir
que en el lugar donde no se descompone es en la memoria.
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Twitter: @octaviodiazg http://heraldo.mx/tag/todo-terreno/ Correo: odiazgl@gmail.com
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