3 de enero de 2017

RECUERDOS PARALELOS



Por: Octavio Díaz García de León

Para mis amigos de la colonia americana en Avalos

     Terminé el 2016 leyendo una antología de Sergio Pitol. En el texto “Cementerio de Tordos”, Pitol entreteje su relato con la reflexión de la creación del propio texto que está desarrollando como en un juego de espejos que además salta de un tiempo a otro alimentado por los recuerdos del autor. Dice Pitol: “En cierta forma se trataría de una investigación sobre los mecanismos de la memoria: sus pliegues, sus atolladeros, sus prodigios” y así, nos lleva a los recuerdos de su niñez en un ingenio en Veracruz. De esos recuerdos surge el entierro de un tordo depositado en una caja, que los niños intentan preservar de la descomposición. Días después lo desentierran y encuentran al pájaro agusanado. El autor describe como un ingeniero observa curioso a los niños y les diría algo que no entenderían del todo: “aunque la caja fuera de metal y no tuviera rendijas cualquier animal muerto se agusanaría, porque era el cuerpo quien contenía los gérmenes de la putrefacción y no el exterior que los introducía”.

     De pronto, mis recuerdos y los de Pitol se conectan inesperadamente. Los recuerdos se quedan enterrados en la mente, pero a veces surgen revividos por un estímulo inesperado. En la colonia americana, en Avalos, los niños entierran a una conguita para evitar su descomposición ¿Cómo pueden ser los recuerdos del escritor tan parecidos a los míos? Y es que las reminiscencias de ambos no son solo los pájaros sepultados. A lo largo de su relato, Pitol describe el lugar donde crecí porque el suyo y el mío eran similares.  Por ejemplo:

      La inmensa fábrica del ingenio…a su alrededor crecía un parque donde se hallaban la casa del gerente, los técnicos y empleados de confianza... los ingenieros, … el lugar de las actividades sociales, la cancha de tenis, el hotel para los visitantes…. más nuevamente jardines y otras casas hasta llegar a las bardas…  Dos portones, perpetuamente custodiados por un grupo de porteros, daban acceso al otro mundo, el del pueblo… Un largo muro rodeaba la fábrica, la casa y los jardines que las rodeaban, así como los centros de esparcimiento: el hotel para huéspedes, … y las canchas de tenis cuyo objeto era separar aquel flamante oasis del resto del pueblo. Del otro lado del muro vivían los obreros, los peones, … gente de otro color y otro pelaje…  El protagonista piensa que si revisitara el ingenio tal vez descubriría que todo era mucho más modesto de cómo lo veían sus ojos infantiles. Está seguro de que el jardín era menos espectacularmente hermoso que la visión conservada en su memoria, que las casas no eran tan amplias, ni tan modernas como la serie de artefactos entonces casi desconocidos se lo indicaban: las estufas y los calentadores de baño eléctricos, por ejemplo. Los idiomas extranjeros, en especial el inglés que oía constantemente, le imprimían al lugar una nota de extrañeza, pues buena parte de los técnicos eran norteamericanos.”

    La costumbre de los técnicos extranjeros de crear sus propios espacios privilegiados con las comodidades que tenían en su país de origen, se replicó no solo en los ingenios, sino en las minas, en las fundiciones, en las colonias ferrocarrileras y otros lugares habitados por extranjeros. La colonia americana en Avalos era un oasis en medio del desierto de Chihuahua, situada a un lado de la fundición de plomo y zinc la cual destacaba con sus dos enormes chimeneas y sus extensas instalaciones. La colonia tenía sus jardines, las canchas de tenis, basquetbol y futbol, la escuelita donde cursamos parte de la primaria en inglés, la alberca, el hotel; allí estaban las casas con su “porche” al frente, tenían chimenea, pisos de madera y su calentador de baño eléctrico; había también una vegetación privilegiada: álamos y sicomoros frondosos, pasto inglés en los jardines que rodeaban a las casas y en el jardín del centro delimitado por setos (“hedges”), con bancas de metal y madera. El club tenía sus mesas de boliche, billar, piano, sillones en una gran sala, una pequeña biblioteca, una barra y mesas para el dominó o los dados. Una barda de adobe rodeaba la colonia que la separaba del mundo de los obreros y del resto de la población y un portón de hierro vigilado por un portero. Recuerdo el sonido de una máquina de vapor que llevaba y traía mineral y la sirena que anunciaba los cambios de turno.  

    Ya no es posible regresar a esa colonia que fue destruida por la indiferencia y el abandono. Sus jardines se convirtieron en llanos secos, los árboles fueron talados y las casas, en ruinas. No se pudo enterrar a la colonia para que tuviera una muerte digna; se descompuso como cualquier cadáver. Pero nadie nos podrá borrar los recuerdos de lo que allí vivimos, aunque, como dice Pitol, quizá era menos espectacularmente hermosa que la visión conservada en la memoria.


    Sergio Pitol tuvo a bien revivir mis recuerdos con su extraordinario texto. Asombra el pensar que vivimos en lugares tan parecidos y vimos personas y situaciones tan similares a pesar del tiempo y la distancia. Cuantos de nosotros enterramos alguna vez un pájaro, esperando que no se descompusiera, para venir a descubrir que en el lugar donde no se descompone es en la memoria.  


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