Por:
Octavio Díaz García de León
La
suma de los presupuestos de egresos del gobierno federal de 2013 a 2017 se
incrementó en un 80% comparado con la misma suma de 2008 a 2012 (http://www.transparenciapresupuestaria.gob.mx/). En el periodo 2008 a 2012 la economía
creció un 8.4% (5 años) a pesar de la fuerte caída del PIB por la crisis de los
mercados financieros internacionales mientras que entre 2013 y 2016 el PIB
creció 7.3% (4 años) (http://www.inegi.org.mx/est/contenidos/proyectos/cn/) es decir, a niveles similares que en
la administración anterior si se cumple la expectativa de crecimiento para 2017.
Se gastó mucho más pero no se logró un crecimiento económico mayor ni hay
mejoras visibles en los servicios que presta el gobierno federal. ¿Qué pasó con
todo ese gasto adicional? ¿En qué se fue? ¿Dónde están los resultados de ese
gasto?
Existe la creencia de que el gasto público por
sí mismo es bueno y hay quienes abogan por aumentar la recaudación de impuestos
para tener más que gastar. Uno de los efectos que esperan los proponentes de un
mayor gasto es que haya más crecimiento de la economía, que se reduzca la
pobreza, aumente el nivel educativo, mejore la salud de la población y se
disminuya la inseguridad, entre otras cosas. Por lo menos en el caso de México
esto no ha sucedido en los últimos 10 años. Ante estos resultados, ha vuelto el
clamor de que el gobierno ya no cobre más impuestos y deje mayor libertad a los
empresarios para que hagan lo que saben hacer: generar empleo y riqueza y a la
población se le deje su dinero para que pueda optar por mejores servicios y no
por los que ofrezca el gobierno, cuando estos son malos. Recientemente, uno de
los proponentes de esta última posición ha sido el senador Francisco Búrquez,
de Sonora. (A quien, por cierto, le deseo que mejore su salud).
Recaudar
más impuestos es bueno cuando el gobierno es capaz de ofrecer servicios de
primera sin desvíos ni corrupción. Allí está el caso de los países
escandinavos. Cobrar menos impuestos y dejar en manos de la iniciativa privada
los servicios que normalmente presta el gobierno también es bueno, siempre y cuando
se regule su actuación en beneficio de la población y se creen mecanismos
solidarios (Que no tienen que venir del gobierno) para apoyar a la población más
desprotegida. En México podría funcionar una combinación de ambos.
El
gasto excesivo, más allá de la capacidad de generar ingresos vía impuestos,
lleva al endeudamiento. Esto ya lo vimos en las décadas 70, 80 y 90 del siglo
pasado, cuando el gasto y el endeudamiento crecieron sin control y las crisis
económicas se repitieron sexenio tras sexenio. Ojalá no estemos regresando a
las épocas de la inestabilidad macroeconómica, aunque ya hay indicios
preocupantes: un endeudamiento excesivo
que ya alcanza el 50% del PIB, gasto poco eficaz como ya se mencionó, inflación
creciente, devaluación del peso de 70% en los últimos 3 años (Aunque esto se
debe a otros factores) y una corrupción rampante como lo han demostrado casos
recientes de ex gobernadores.
¿Qué
es lo que está haciendo falta? Un control interno adecuado dentro del gobierno.
El propósito del control interno es ayudar a los responsables de las
instituciones de cualquier tipo a cumplir con sus metas. En el caso del
gobierno federal, la secretaría responsable del control interno es la
Secretaría de la Función Pública (SFP). Su casi desaparición afectó sus tareas y
no siempre se ha entendido su función ni se han utilizado las herramientas que
tiene para exigir una rendición de cuentas adecuada. La SFP debería ser el
instrumento con el que el Presidente de la República se asegure que
presupuestos, metas y programas se cumplan y que haya rendición de cuentas de
los funcionarios responsables.
Otros
problemas de control interno son, por ejemplo, que las metas estén mal fijadas
ya que las ponen quienes tienen que cumplirlas, lo que en muchas ocasiones hace
que cada institución se fije metas que no las comprometa (Todos las cumplen);
también se fijan metas inerciales sin valorar si sirven o no para resolver
problemas porque a la burocracia le suele interesar más su supervivencia que
dar resultados. Los mecanismos de evaluación también suelen ser deficientes al no
tener mediciones que reflejen la resolución de los problemas que se quieren
atender. Tampoco hay rendición de cuentas. No tengo noticia, por ejemplo, de
algún funcionario que haya sido sancionado por exceder su gasto, por no cumplir
sus metas o por no dar resultados.
Ahora
que se ha vuelto a incorporar formalmente la SFP al gobierno federal, es tiempo
de que esta institución se asegure que existen los controles necesarios en las
instituciones del poder ejecutivo federal para que se cumplan los objetivos y metas
para los cuales se les entrega recursos.
Sería conveniente que el presidente
les fije metas exigentes, que la SFP verifique su cumplimiento y que los
recursos se usen con eficacia y eficiencia, exigiendo cuentas a los responsables,
con consecuencias. También será importante revalorar, otra vez, todos los
programas de gasto, para ver si realmente resuelven algún problema social y desaparecer
aquellos que sean inútiles. Un gobierno que gasta excesivamente sin dar
resultados perceptibles para la población, está en riesgo de perder apoyo
popular y generar ingobernabilidad. Lo bueno es que allí están las herramientas
para evitarlo.
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Twitter: @octaviodiazg
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