LA
SILLA ROTA
Por: Octavio Díaz García de León
Hay un rasgo en el comportamiento de nuestra sociedad que me llama la atención y es posible que, usted lector, haya observado. Los mexicanos tenemos una tendencia a la resignación. Claro, sin generalizar, porque siempre hay
notables excepciones. Desafortunadamente la resignación, para efectos sociales,
es negativa porque impide cambiar las
cosas que no están bien. Por ejemplo, acceder a mejores servicios públicos,
reducir la corrupción, mejorar la seguridad pública, etc. Lo peor es que la
resignación también produce frustración que luego se expresa en formas
destructivas.
Seguramente usted tendrá muchos ejemplos en su vida cotidiana de este
fenómeno. Ante servicios malos, abusos de autoridad o prepotencia de personas que
deberían atender bien a otras, las personas que reciben los malos tratos
tienden a quedarse calladas, aceptar la situación y no chistar.
En otros países, las actitudes de las personas son diferentes y
reclaman si algo no está bien. En
Estados Unidos, por ejemplo, una persona que no respeta una fila o que realiza
acciones prohibidas como tirar la basura en la calle no teme recibir el reclamo
de una autoridad que es imposible que esté en todas partes. Los que lo rodean,
ciudadnos comunes, son quienes le reclaman y obligan a que respete la ley o las
reglas de convivencia y de ser necesario, lo denuncian. Recuerdo que cuando estudiaba en Estados
Unidos, los profesores no tenían que cuidar a sus alumnos en los exámenes: se
salían y nadie copiaba o hacía trampa, porque sus propios compañeros no
vacilaban en denunciar a quienes lo hicieran.
Pero en México, no es el caso. Usted puede ir al IMSS, al ISSSTE, o a
un hospital de la SS los cuales, al estar saturados, lo pueden hacer esperar
largas horas (A veces hasta meses) sin que haya quejas manfiestas, a pesar de
que es un servicio que los derechohabientes pagan mensualmente y que no es
barato. O bien se paga impuestos puntualmente y no se hace nada cuando ese
dinero se pierde en corrupción y malos servicios. Pero los ejemplos no ocurren
solo con instancias de gobierno. Se va a un restaurante con mala comida y mal
servicio y aún así se deja propina y lo peor, hasta se regresa al mismo lugar;
o un médico particular cita a la misma hora a 5 ó más pacientes
haciéndolos esperar a todos innecesariamente sin que nadie diga nada y
también regresan con él; o las escuelas particulares pueden subir la colegiatura cada año todo lo
que quieran sin ninguna justificación y sin embargo, los papás dejarán allí a los
hijos; o se pueden vender “litros” de
gasolina de 900 ml sin que nadie proteste y se regresa a la misma gasolinera
para que lo vuelvan a asaltar (Con las computadoras de viaje de los carros es
fácil verificar cuanto roban).
No creo que la resignación sea
un rasgo cultural del mexicano pero sí es un rasgo que se encuentra con
frecuencia. Es raro encontrar reacciones
contra los malos tratos, injusticias,
abusos o contra los malos bienes y servicios recibidos. En todo caso, es una
reacción tímida y las más de las veces
indirecta, ya que si acaso, la queja se hace con los amigos y familia, pero no
ante quien debería resolver la exigencia.
Creo que es tiempo, primero, de ser conscientes de que el quedarse
callado no ayuda a nadie y solo perpetúa situaciones que no se deben dar. Tampoco
se trata de hacer protestas como los protestantes profesionales que todos los
días organizan 10 o 20 marchas por la CDMX y cuyo único efecto es molestar a
los demás sin lograr mucho. Debería ser
una protesta bien encausada, con buenas razones o la ley en la mano para exigir
lo que por derecho corresponde recibir. Se debe dejar de actuar pasivamente en
situaciones que no son aceptables por pequeñas y cotidianas que sean.
Acostumbrarse a lo malo, “al cabo que no se puede hacer nada”, es condenarse a
no mejorar las cosas.
¿Por qué sucede esto? Aventuro algunas explicaciones:
1. Da miedo reclamar. Se suele pensar
que alguien, la entidad o la persona criticada,
tiene tal poder que podrá tomar represalias por un reclamo. Por ello se
prefiere “no hacer olas”.
2. No pasa nada. Se piensa que es
inútil quejarse, que nadie hará caso y que las cosas no cambiarán por quejarse.
3. Es mejor algo que nada. La actitud es de agradecer que se tiene el servicio por malo que sea. Podría no
tenerse.
4. Así funciona el sistema. Se echa la culpa
al “sistema”. Si todo está mal. ¿Por qué pensar que algo se podrá corregir?
Nada se puede hacer.
5. Por complicidad. Se protege a quien
actúa mal por solidaridad mal entendida, porque se admira a la persona que
abusa, o por tratarse de una amistad.
Seguramente hay otras racionalizaciones de porqué se justifica la
inacción ante situaciones que no se deben tolerar.
Esta actitud en algunos casos tiene su razón de ser. Por ejemplo, la
mayoría de las personas víctimas de un delito prefieren no denunciarlo, ya sea
porque piensan que es una pérdida de tiempo o que será peor ir a denunciar,
pues se puede ser víctima de represalias ya que a veces las propias autoridades
son cómplices. Estos temores han sido confirmados por la experiencia.
Pero las personas que están dispuestas a no quedarse calladas han hecho
una gran diferencia para el país. Por ejemplo, el activismo de María Elena
Morera, Isabel Miranda de Wallace y Alejandro Martí, entre otros, ante las tragedias personales que sufrieron, se
convirtieron en portavoces de otros que prefieren callar y han demostrado que
la acción individual y desinteresada puede presionar lo suficiente para lograr
cambios de fondo.
Lo mismo ocurre con el tema de la corrupción. Protestas de ciudadanos, periodistas,
académicos y ONG’s que han estado dispuestas a denunciar casos de
corrupción, están obligando a las
autoridades a tomar acción ante las fechorías de ex gobernadores corruptos y de otros funcionarios
que se han enriquecido al amparo de sus puestos. El Sistema Nacional
Anticorrupción es una muestra de lo que puede lograr una sociedad que no se resigna
y está dispuesta a actuar.
También ocurrió en el ámbito electoral, tras décadas en que la
población se resignó a aceptar los designios de la clase política que se
perpetuaba en el poder a base de que ganara el mismo partido con fraude y
compra de voto, se pasó a tener un sistema electoral más transparente y
competitivo que ha permitido transitar hacia
la democracia, porque hubo personas que no estuvieron dispuestas a
tolerar esas conductas.
No siempre se requiere la acción de las masas para lograr grandes
cambios. A veces el testimonio valiente de un padre de familia que no se queda callado
ante la violación que sufrió su hija a manos de cuatro delincuentes juniors o
las madres que protestan por el asesinato de sus hijas, a riesgo de sus vidas, hacen la diferencia.
En los gobiernos existen mecanismos para quejarse y presentar
denuncias. Hay que hacerlo aportando todos los elementos que permitan castigar
al culpable y luego, darle seguimiento a la denuncia. Si quien se supone que
debe investigar no lo hace, también debe ser denunciado a su vez.
Si la sociedad no se vuelve exigente con los servicios que recibe,
nunca mejorarán las cosas. Está en nuestras manos hacerlo. No se vale decir “al
cabo que nadie hace nada” cuando quienes
deberíamos hacer algo, somos nosotros mismos. Además, los pequeños triunfos
irán retroalimentándose de una forma positiva hasta lograr impactar en gran
parte de la sociedad. Es tiempo de no resignarse y pasar a la acción para
cambiar lo que no está bien.
Twitter:
@octaviodiazg
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