LA
SILLA ROTA
Por: Octavio Díaz García de León
La reciente renuncia del Procurador General de la República, el despido
del Fiscal Especial en materia de Delitos Electorales y la falta del Fiscal
Anticorrupción han debilitado a la PGR de tal forma que están provocando una
crisis institucional en el peor momento posible: en vísperas de elecciones,
ante el inminente cambio de la Administración Federal y ante casos muy sonados
de corrupción. En esta coyuntura se vuelve indispensable tener instituciones
fuertes que permitan asegurar un cambio de gobierno sin sobresaltos por lo que
esperamos se resuelva pronto dicha problemática.
En el fondo de esta crisis en la PGR está el tema de la independencia
de los funcionarios que ocupen los puestos antes mencionados. El Procurador
Cervantes no duró ni un año en el puesto, en el transcurso del cual, algunos
críticos pusieron en duda su independencia del presidente de la república y por
lo cual, argumentaban, no era un candidato viable para luego pasar a encabezar
la nueva Fiscalía General de la República ya que se busca precisamente que
quien la dirija pueda actuar de manera imparcial sin importar a quien afecte.
Los miembros del Congreso, quienes son responsables de nombrar a estos funcionarios,
no se han puesto de acuerdo sobre las personas idóneas para cubrir los cargos
en la PGR y también han afectado al Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) el
cual sigue sin tener a todos sus integrantes, algunos de ellos clave, como el antes
mencionado Fiscal Anticorrupción, los 18 magistrados anticorrupción y los titulares
de órganos internos de control en organismos autónomos, entre otros. Además, se
aproxima el cambio del Auditor Superior de la Federación, pieza clave en el SNA
y es posible que también se pudiera entrampar el nombramiento de su sucesor.
Desafortunadamente el nombramiento de estos funcionarios depende de la
aprobación del Congreso y está sujeto a negociaciones cupulares entre partidos
políticos y con la Presidencia de la República. Si lo que se busca es que los
nombrados tengan autonomía para ejercer sus funciones, difícilmente se logrará encontrar
a las personas idóneas si dependen de una negociación política y no de sus
propios méritos.
Y aquí está el problema. Los funcionarios que ocupen estos puestos no
deben dar gusto a quienes los nombran sino a la población que van a servir. Si
los criterios de selección no son aquellos que permitan escoger a las personas
con el mejor perfil para desempeñar su trabajo, se corre el riesgo de que
quienes lleguen a esos puestos carezcan de las capacidades necesarias y por
tanto basen sus decisiones de trabajo en cuidar los apoyos políticos que los
llevaron al cargo.
La actuación imparcial de las instituciones pasa por la independencia
de los individuos que son parte de ellas. Es decir, los funcionarios que las
integran deben mostrar que son capaces de tomar decisiones sin importar que
intereses afecten o a que personajes toquen. Para ello deben tener no solo los
conocimientos suficientes para desempeñar su puesto, sino procurar el bien
general de la sociedad y no poner por delante los intereses de personas, grupos
o partidos.
Desafortunadamente en la etapa en que nos encontramos de la evolución
democrática de nuestro país, aún estamos lejos de tener estos funcionarios
modelo. Aún no tenemos una democracia lo suficientemente madura que permita
tener gobiernos más profesionales y aunque existe un servicio profesional de
carrera, este no ha funcionado como debiera.
Recordemos que venimos de un sistema político en que todas las
instituciones de Estado mexicano estaban sometidas a la voluntad del presidente
de la República y su voluntad era acatada por todos los que participaban en
este sistema, incluidos empresarios, sindicatos, y hasta las iglesias. Él podía
disponer quien iba a ser candidato de elección popular lo cual, además,
garantizaba el ser elegido al no existir una oposición viable. Por ello, la
lealtad de todos los así nombrados no era hacia la población a la que se
suponía debían servir, sino para cuidar los intereses del presidente en turno y
su grupo. Este sistema tenía grietas y deficiencias, pero estuvo cerca de ser
“la dictadura perfecta” como la caracterizó Vargas Llosa.
Con los avances hacia la democracia, hubo la ilusión de que habría algo
más cercano al modelo teórico de gobierno que nos hemos dado y donde se podría
contar con una verdadera independencia de los tres poderes, en donde los representantes
populares estuvieran verdaderamente al servicio de sus representados y se
tuvieran las demás bondades de un sistema democrático maduro. Pero aún no
llegamos a esa etapa. El poder presidencial se debilitó, pero en su lugar ha
surgido el poder de una pequeña élite política que dirige a los partidos o bien
en algunos de ellos, en donde todas las decisiones se concentran en una
persona.
¿Cómo hacer para que los funcionarios respondan al interés público,
procuren el bien común y estén verdaderamente al servicio de la población y no
de unos cuantos? Se ha intentado con la promulgación de la Ley del Servicio
Profesional de Carrera que tiene casi 15 años; se han creado cada vez más organismos
constitucionalmente autónomos, buscando hacerlos más profesionales y
desligarlos de los altibajos políticos. Sin embargo, en este último caso, mientras
los integrantes de sus órganos de gobierno sean elegidos por un Congreso que vela
más por los intereses partidistas y no los de la población, estos organismos
carecerán de la independencia necesaria que requieren.
No hay soluciones fáciles para lograr que los funcionarios respondan a
la población y no a sus padrinos políticos. Se podrían establecer métodos de
selección rigurosamente meritocráticos, como por ejemplo los que se llevan a
cabo para seleccionar comisionados en el Instituto Federal de Telecomunicaciones
o en la Comisión Federal de Competencia Económica (COFECE) (Aunque también han
sido sujetos de críticas). En estos procesos se debería privilegiar la
experiencia, los conocimientos, habilidades directivas y sobre todo la
honestidad con que se han conducido en su vida profesional y evitar en lo
posible que tengan conflictos de interés de cualquier tipo.
Un aspecto que ayuda a lograr la imparcialidad y garantizar la independencia
es la transparencia y la rendición de cuentas en donde las decisiones se toman
a la vista de todos. Otro buen ejemplo de esta transparencia son las sesiones
de los comisionados de la COFECE que, si bien aún no se hacen públicas en
tiempo real, por lo menos se pueden escuchar los audios de las mismas. Estos mecanismos
se deberían aplicar a otras instituciones en donde se toman decisiones que
afectan la vida del país.
Para que los gobiernos de nuestro país mejoren en su eficacia y
eficiencia y disminuya la corrupción, los funcionarios deben de dejar de pensar
en cómo favorecer sus intereses personales o los de sus familiares, amigos o
los partidos a los que pertenecen. Para su nombramiento se deben encontrar
criterios de selección imparciales que pongan a las mejores personas y se les
debe exigir que actúen apegados a la Ley y en pro de la comunidad. Todo ello urge ponerlo en práctica en los
puestos clave de la PGR y el Sistema Nacional Anticorrupción. También se debe
revisar el funcionamiento de los servicios profesionales de carrera e
implementarlos donde haga falta. Solo con funcionarios que pongan por delante
los intereses de la sociedad será que mejoren los resultados del gobierno y
disminuya la corrupción.
Las
opiniones vertidas en esta columna son exclusivamente a título personal y no
representan puntos de vista de ninguna institución.
Correo: odiazgl@gmail.com Twitter:
@octaviodiazg
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