4 de enero de 2011

ACEPTAR LA MUERTE PARA ACEPTAR LA VIDA


El ser humano tiene temor a la muerte y es por ello que ha buscado escapar a ese temor de diversas maneras. Algunas de ellas niegan la vida terrena y la coartan y limitan como condición para conseguir una vida eterna. Si aceptáramos la muerte como algo que tiene que ocurrir y en lugar de angustiarnos por el como evitarlo nos dedicáramos a vivir esta vida plenamente, podríamos ser mas productivos y felices.

En un libro de reciente publicación, Fernando Savater dice “sabemos que vamos a morir, pero no nos la creemos”. Y en ese proceso de no aceptarlo, la humanidad ha construido un gran repertorio de creencias en pos de la vida eterna. Especialmente las religiones que se basan entre otras cosas en la creencia de una vida después de la muerte. Pero como el cuerpo muere, se ha creado un alma que puede aspirar a la vida eterna, como si esa alma fuera una versión virtual del cuerpo y conservara después de la muerte muchas de las propiedades que tiene el cuerpo en vida.

Que el alma sea inmortal podría estar bien porque si el cuerpo lo fuera quizá sería una maldición. La eternidad del alma también sería una maldición si fuese condenada a los infiernos. Aunque quien sabe si la felicidad eterna no sea también una carga muy pesada. En cuanto a la inmortalidad del cuerpo y lo indeseable que resulta hay que recordar al inmortal de la novela de Simone de Beauvoir en donde el protagonista vaga por los siglos sabiendo que los demás mueren e inexorablemente lo dejan solo y además ha perdido la gana de vivir porque ya lo ha vivido todo; o como los inmortales del cuento de Jorge Luis Borges que se han reducido con el paso de los siglos a la bestialidad y vagan como pequeños monstruos; o como en la mitología griega en que una diosa se enamora de un hombre y pide a Zeus que le conceda la inmortalidad y al concederlo aquél hombre va envejeciendo y resecándose a lo largo de los años hasta volverse un ser repugnante mientras que la diosa se mantiene siempre bella.

El ser humano teme a la muerte y desea la inmortalidad a pesar de todo. Así a través de las religiones se ofrece la vida después de la vida, pero para ganar esa vida eterna hay que obedecer una serie de reglas y mandamientos que a veces implican renunciar a la vida terrenal por alcanzar la eterna. Tenemos el caso reciente de los terroristas islámicos suicidas que atacaron Nueva York, Madrid o Londres y que mueren todos los días en Irak, Afganistán y Palestina: no le temen a la muerte pues ellos creen que les espera una mejor vida y con su acto se hacen acreedores a ella. También están los monjes que se retiran para encerrase en conventos renunciando a la vida terrenal esperando la recompensa eterna. O aquellas personas que están dispuestas a vivir una vida de sufrimientos sin chistar con tal de ser recompensadas en el mas allá.




Desafortunadamente nadie garantiza ni hay prueba alguna de que exista la otra vida. Así que apostar la vida terrena por creencias que el hombre ha construido, puede ser un grave error.

Si aceptáramos que la muerte es el inevitable punto final de la vida podremos evitar la angustia que esto ocasiona y ahorrarnos ilusiones sobre una hipotética vida futura sobre la que nada sabemos pero lo imaginamos todo; ahorrarnos privaciones y sufrimientos, obediencias y reglas que solo limitan el desarrollo de la vida terrena. Podremos asumir esta vida como la única que existe y vivirla como se debe para alcanzar todas las potencialidades que tenemos como seres humanos y así lograr una plena realización en este mundo. Innumerables autores nos hablan de este vivir el presente y llevar nuestras potencialidades al máximo: Nietzsche, Ortega y Gasset, Sartre, Fromm, etc..

Si bien existe la angustia por la muerte también está el tema de darle sentido a la vida. Si no hubiese una vida eterna a la que aspirar, la vida carecería de sentido para innumerables personas. Las religiones proporcionan este alivio y dan respuesta a estas inquietudes. Pero también es posible elegir el camino de no aceptar lo que las religiones proponen y emprender la búsqueda de sentido a la vida como un ejercicio personal e irreducible. Fernando Savater descubre en un libro de Hanna Arendt un mensaje que podría darnos la pauta para encontrar este sentido. Dice Savater después de citar a Arendt: “Los humanos no venimos al mundo para morir, sino para engendrar nuevas acciones y nuevos seres: somos hijos de nuestras propias obras y también padres de quienes emprenderán a partir de ellas o contra ellas trayectos inéditos…. Nuestra misión pese a todo es dar a luz”.

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