Hay un tipo de mexicano que hace daño a todos los demás al violentar leyes, normas y pasar por encima de quien sea para lograr mezquinos beneficios. Desafortunadamente no son pocos quienes así se comportan. Usted reconocerá seguramente a quienes se las ingenian para violar la ley, para hacer trampas, para sacar pequeñas ventajas reprobables o para engañar a los demás. Ejemplos los hay por doquier: las grandes empresas que no les pagan el seguro social a sus empleados o que no pagan impuesto sobre la renta; el profesionista independiente o el comerciante ambulante que no declaran impuestos; las personas que delinquen y salen libres mediante el soborno o las trampas procesales; los que violan la ley con total impunidad; los políticos que ganan elecciones mediante el fraude; el que se pasa el alto; el que tira la basura en lugar prohibido; el estudiante que copia en los exámenes; el mecánico que no cambia las refacciones del coche pero que las cobra como si lo hubiera hecho; el médico que opera sin ser necesario; el ingeniero que mete materiales de calidad inferior a la requerida; el gobernante que utiliza su puesto para enriquecerse; el trabajador que finge que trabaja y sólo pierde el tiempo; y muchos otros ejemplos que se ven todos los días.
Sin embargo en ocasiones la actitud hacia estas personas es ambivalente. A veces se admira al gran defraudador porque ha tenido éxito y ha salido impune, se dice que es muy abusado. Se tacha de tonto al que descubren haciendo trampa en lugar de acusarlo de lo que es: tramposo. Esta ambivalencia refleja el que algunos, si tuvieran el valor o el ingenio, quizá imitarían a estos abusivos. Los transgresores y su cohorte de admiradores ya suman bastantes. Desde luego que la mayoría los repudia, especialmente cuando se es víctima de esas personas sin escrúpulos o le hacen un daño visible a la sociedad.
¿Qué motiva a estos abusivos, en ocasiones malhechores? Persiguen desde intereses materiales para su beneficio personal, sin más sentido que la acumulación o el derroche; o buscan las pequeñas ventajas de la trampa por desidia, ignorancia o simple incapacidad; o bien lo hacen por tener poder para satisfacer al ego o mitigar sus inseguridades.
También la ambivalencia de ciertas personas a estas actitudes inapropiadas parece venir de una cierta aversión a cumplir con leyes y normas de todo tipo, especialmente aquellas que se interponen en el logro de las metas personales. Pero sabemos que para lograr una convivencia social productiva se requiere establecer límites, obligaciones y derechos que permitan progresar a la sociedad en paz.
Si bien el diseño de las leyes en nuestro país no ha sido de lo más afortunado pues existen a veces incongruencias, son de difícil cumplimiento o simplemente son excesivas, estas son necesarias aunque requieran de mejora continua. Esta dificultad para cumplir con las leyes no es nueva. Un caso interesante lo presenta en su libro “Ciudadanos Imaginarios”, el investigador del Colegio de México, Fernando Escalante Gonzalbo quien describe cómo en el siglo XIX se crean leyes hechas para una república ideal a la que aspiran el grupo de intelectuales que las promulgan, pero que poco o nada tiene que ver con la cultura y la realidad de México. Entonces su aplicación se vuelve selectiva y se usa para distribuir favores entre grupos sociales a cambio de apoyo político al gobernante en turno; son leyes que no reflejan los usos y costumbres de la mayoría y por ello no se cumplen: se negocian. Las cosas no fueron muy diferentes en el Siglo XX. Excepto que no hubo legisladores de la talla e ideales que se tuvieron en el Siglo XIX, originando una serie de cambios y disposiciones legales que no representaron avances sino confusión.
Más allá de las posibles deficiencias legales, el comportamiento de este grupo de mexicanos que están dispuestos a pasar por encima de todo para lograr sus objetivos personales, su comportamiento también podría deberse a un individualismo exacerbado; o atribuirse a su desconfianza; o reflejar un sentimiento de inferioridad; o quizá se daba a un sentimiento de soledad donde se lucha solo contra el mundo.
Tratando de desentrañar motivaciones que originan comportamientos comunes a los mexicanos, se han realizado diversos intentos por explicar la psicología del mexicano. Octavio Paz en “El Laberinto de la Soledad” y Samuel Ramos en “El Perfil del Hombre y la Cultura en México”, entre otros, lo hicieron de manera brillante. Habría que retomar el estudio psicológico del mexicano, especialmente de los rasgos negativos que constituyen un lastre para el avance de nuestro país. Ese grupo de mexicanos que sólo ven por sí o para sus pequeños intereses nos perjudican a todos: desde los que no usan las reglas elementales de la cortesía hasta los grandes criminales que asesinan sin ningún escrúpulo. Empecemos por pensar si nosotros mismos no tenemos algunos de estos rasgos negativos en nuestros comportamientos para empezar por aquí a erradicarlos; luego habrá que ser intolerantes con los abusivos y no permitir que se salgan con la suya. Para que progrese nuestro país habrá que emprender esta lucha sin cuartel.
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