Los años
ochenta no solo fueron una década perdida para México sino una época de
innumerables pequeñas tragedias personales. Venía el país de un periodo de
crecimiento económico durante la década anterior, alimentado por el gasto
excesivo del gobierno, por su endeudamiento y basado en los descubrimientos de
petróleo. Un gobierno sin oposición y populista impuso políticas económicas que
dañaron al país de forma extraordinaria. La falta de contrapesos propició una
corrupción rampante que corroía a todos los sectores del gobierno y de la
sociedad. La súbita caída de los precios internacionales del petróleo hizo que el sistema implosionara ante la caída
de los ingresos del gobierno y su incapacidad para pagar sus deudas. En 1982 inició
la debacle que se extendió por el resto de la década y que provocó una serie de
devaluaciones del peso, inflaciones que llegaron a superar el 120% anual, la
estatización de la banca, el control de cambios, la ausencia total de crédito y
el estancamiento económico entre otras calamidades. Ello también impulsó el nacimiento de una oposición política de
importancia ante el desastre que sufría el país.
A escala
personal, en las familias de la clase media y en general para el resto de la
población, la tragedia aparecía en el día a día: los ahorros en dólares
súbitamente fueron confiscados y se convirtieron a pesos a una tasa de cambio muy
inferior a la de mercado. No había
divisas y, por ejemplo, era muy difícil viajar ante la escasez de moneda
extranjera. No había empleo. Empresas endeudadas en dólares, quebraron. Todo se
debía de adquirir en efectivo y rápido antes de que el peso perdiera valor. Las
tiendas amanecían saqueadas después de las devaluaciones. En el mercado no
había pasta de dientes por que el tubo que las contenía era importado. Pero en
general tampoco había bienes importados. Comprar una casa o un
departamento solo podía hacerse en efectivo. No había crédito. Se luchaba
porque los ahorros no perdieran valor gastándolos en bienes que conservaran
algo del valor. Los ahorros de muchas personas se perdieron destruidos por la
inflación ya que los bancos pagaban tasas de interés por debajo de la inflación.
Varios cambios
fundamentales lograron acabar con la pesadilla de los setenta y ochenta: la
reducción del déficit del gobierno, la renegociación de la deuda, la autonomía
del Banco de México para contener la inflación; la alternancia política y el
Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN). Este último con un
éxito ampliamente documentado para los tres países. El comercio en 1993 en América
del Norte ascendía a 290 mil millones de dólares. Hoy asciende a 1.1 billones
de dólares (Cuatro veces más) y la economía en el subcontinente se duplicó en
ese periodo pasando el PIB de 8 a 19 billones de dólares en ese período formando
un mercado de 470 millones de personas. En el caso de México las exportaciones
pasaron de 60 mil millones de dólares a 400 mil millones en 2013.
A nivel
familiar, gracias al TLCAN, se hizo posible encontrar en el mercado local
bienes antes inalcanzables. Por ejemplo, en los supermercados se encuentran bienes
de todo tipo, nacionales e importados. Existen decenas de marcas de automóviles
y más de un centenar de modelos de donde escoger (En los ochenta había cinco o
seis marcas de autos en México y unos pocos modelos por marca). Los productos
electrónicos antes solo disponibles mediante contrabando hoy se encuentran en
cualquier tienda. Con la estabilidad financiera regresó el crédito y con él planes
de financiamiento de todo tipo para autos, compra de vivienda y crédito al consumo no solo en tarjetas de
crédito. También gracias al tipo de cambio libre no hay escasez de divisas. No
todo fue consecuencia del TLCAN pero mucho influyó.
Los beneficios
para Estados Unidos y Canadá han sido muy importantes. Si bien para México hubo
aspectos positivos como los antes mencionados, nuestro país no ha generado
empleo suficiente ni de mayor valor agregado y continúan deteriorándose
aspectos de la relación entre México y
E.U. tales como el migratorio con la construcción de muros que recuerdan más a
la cortina de hierro soviética y al muro de Berlín o respecto al tráfico de
drogas hacia el norte y de dinero y armas hacia el sur que han generado una
escalada de violencia en nuestro país.
Hay pues una
promesa incumplida del TLC. La promesa de una más fructífera unión con nuestros
vecinos del norte, asunto que por lo pronto no está en sus prioridades ya que prefieren mirar hacia otros intereses geopolíticos
que hacia sus vecinos del sur. Por lo que hace a nuestro país, hace falta
imaginación e iniciativa para cambiar la relación entre los dos países. Quizá
ahora con la reforma energética se
despierte nuevamente el apetito de nuestros vecinos del norte por tener una
relación más estrecha con México para hacer a Norteamérica autosuficiente en
materia de energía. A veinte años del TLC la reforma energética puede ser el nuevo
detonante para un mayor acercamiento entre los tres países. Aprovecho para
desearles un muy feliz y próspero 2014 y que cumplan todas sus metas.
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