Hemos
sido testigos en las últimas semanas de una escalada de protestas violentas en
los estados de Michoacán, Guerrero y Oaxaca que además coincide con el
crecimiento de la violencia de los cárteles de la droga especialmente en
Michoacán y el surgimiento de grupos armados autollamados guardias comunitarias
en los tres estados. No sé si estos fenómenos estén ligados entre sí pero
reclaman una atención especial de las autoridades y abren el debate acerca de
usar o no la fuerza pública contra estos grupos que retan el poder del Estado. Pero
además esto no es nuevo. Las manifestaciones de todo tipo en la Cd. de México y
en otras partes de la república – algunas de ellas muy violentas - son un hecho
cotidiano que ocurre desde hace décadas y en donde rara vez las autoridades
intervienen contra los manifestantes aunque estén delinquiendo. En la capital
recientemente tuvimos los actos de vandalismo durante la toma de posesión del
Presidente Enrique Peña Nieto – sin olvidar la ocupación de Avenida Reforma por varios
meses después de la elección del
Presidente Calderón - y el lamentable caso de la toma de la rectoría de la
UNAM.
La
modalidad con que se presentan los
violentos en las manifestaciones estos días es que están encapuchados. Las
autoridades les llaman anarquistas o
anarco-punks u otros nombres anarco-derivados. Estos profesionales del desorden
y la protesta no quieren que se les identifique porque ello puede conducir a
descubrir quienes les pagan. Pero el ambiente se está enrareciendo y da cabida
a todo tipo de especulaciones.
En
un artículo publicado el pasado 1 de
mayo el diario español El País menciona que había sido costumbre de los
gobiernos mexicanos infiltrar porros en las manifestaciones para justificar la
acción de la policía o quizá para hacer que la opinión pública exigiera la
intervención de la fuerza pública. En estos casos recientes más bien lo que
hemos visto es inacción por parte de la policía del D.F.- a quien corresponde atender estos desórdenes-
y por parte de las policías estatales de
Michoacán, Guerrero y Oaxaca que no han hecho nada.
En
un artículo del New York Times publicado el 30 de abril se trasluce el disgusto
del gobierno de Estados Unidos porque el gobierno mexicano ha decidió limitar
la actuación de sus agentes anti-drogas en territorio nacional y restringir las
libertades de que gozaron en el sexenio pasado, incluyendo el replantear la
Iniciativa Mérida. En dicho artículo revelan que según autoridades americanas, las
autoridades mexicanas decidieron ya no utilizar a los expertos de las agencias policiales americanas que
vinieron a auxiliar en la investigación de la explosión del edificio de PEMEX, una vez que las conclusiones preliminares de dichos
expertos fue que se trataba de una bomba, lo cual contradecía la versión oficial del gobierno de México.
En
todo caso lo preocupante es la escalada de violencia. ¿Alguien querrá poner a
prueba al gobierno entrante y ver si cae en la trampa de la provocación para
entrar en una espiral de confrontación? ¿Alguien desea mover a la opinión
pública para legitimar el uso de la fuerza?¿Los rijosos están viendo hasta
donde pueden llegar en sus demandas utilizando estas tácticas? ¿Oscuros
factores de poder quieren fijarle sus condiciones al nuevo gobierno? Todo ello
da pie a conjeturas y a un coctel de teorías conspiratorias, más coctel molotov que coctel relajante.
¿Quién está detrás de los que fomentan la
violencia? Algunas teorías podrían ser:
a. Los propios gobiernos estatales o
federal – que tuvieron que haber leído a Maquiavelo - supuestamente para
justificar el uso de la fuerza.
b. Las fuerzas opositoras al gobierno
actual: ponga aquí las siglas de cualquier partido de oposición o de cualquier
movimiento político de su preferencia.
c. Los americanos que están enojados.
d. Los cárteles de la droga que quieren
negociar.
e. La Maestra.
f. Los movimientos radicales tipo EPR o EZLN.
g. Intereses oscuros que desean
desestabilizar al país.
h. Ninguno de las anteriores. Los
anarquistas lo hacen por vocación.
Pero
no todos los que protestan de manera violenta andan encapuchados ni son
producto de una conspiración: los maestros del CNTE, la CETEG y los normalistas
de Tiripetío tienen demandas reales
contra la reforma educativa y la falta de empleos. También a estas personas las
autoridades los dejan en libertad de
hacer sus desmanes.
Hoy
en día una porción de la opinión pública sigue manifestando su oposición al uso
de la fuerza pública contra cualquier tipo de delincuencia “organizada” ya sea
que se traten de manifestantes violentos o cárteles de la droga, en la esperanza de que así se evitará aún más
violencia y en el caso de los cárteles
porque así se detendría la ola de asesinatos. La lógica de este
razonamiento parece ser la creencia de que es el Estado, con su intervención,
quien provoca la violencia y no al contrario,
que son los delincuentes quienes la causan y el Estado quien trata de acotarla.
Cualesquiera
que sean las razones o los cálculos políticos para evitar el uso de la fuerza pública
para aplicar la Ley, el no hacer nada como estrategia deja al resto de los
ciudadanos que sólo aspiran a vivir en paz, desprotegidos.
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