25 de enero de 2019

TLAHUELILPAN ERA UNA FIESTA…




Por: Octavio Díaz García de León


    La idea: Hemos sido testigos recientemente de acontecimientos que desafían la lógica. Un grupo de personas bañadas en gasolina, extrayendo de una zanja combustible robado, sin pensar en el riesgo que corrían ni en que lo que hacían era ilegal. Un grupo de soldados y policías contemplando la escena sin capacidad para detenerlos. Todo acabó en tragedia. ¿Qué nos pasa?

   Según diversos testimonios, como a las 2:30 p.m.,  los pobladores de Tlahuelilpan, Hidalgo, en cuanto supieron que había una fuga cercana en un ducto de combustible, corrieron hacia  ella. La fuga producía  un géiser de varios metros de altura que caía sobre el campo y se acumulaba en la zanja por donde aparentemente perforaron el ducto.

   Llevaban bidones, cubetas y otros recipientes; llegaron en carros, camionetas y a pie; había niños, hombres, mujeres y algunas familias. Aquello se convirtió en una fiesta, intoxicados por los vapores de gasolina que los ponían eufóricos, haciéndolos  reír y festejar. Al acercarse a la zanja se bañaban de la gasolina que caía del geiser y se regocijaban y jugaban con ella.

   Algunos empezaron a vomitar y enfermarse, envenenados por los gases de la gasolina, pero eso no impidió que siguiera llegando la gente, tratando de llevarse lo más que pudieran.

   Al poco rato de detectarse la fuga, llegó un destacamento de soldados y policías, alrededor de 25, quienes ante el tumulto al que se enfrentaban, decidieron no usar la fuerza para disuadirlos.

   Alrededor de las 7 de la tarde, la fiesta se convirtió en infierno.

   Pudo ser una chispa emitida por alguno de los muchos vehículos que había allí; o un cigarro tirado con descuido (Sí, estaban fumando también) o incluso pudo ser intencional. Nadie sabe,  ni sabrá. Los testigos seguramente murieron.

   Las escenas desgarradoras corrieron como pólvora por las redes sociales. Escenas que parecían salidas de la imaginación de  Dante,  en donde se llegaban a ver teas humanas alejándose, encendidas, de la explosión.

   Yo no me lo explico. Un líquido altamente inflamable, corriendo a chorros y bañando a las personas. ¿No sabían el peligro que corrían? ¿No les importó? ¿No creían que pudiera suceder una tragedia? A lo mejor no. Quizá fueron testigos de derrames anteriores en donde no ocurrió nada. Se acordarían de los pobladores de Acambay, unos pocos días atrás,  haciendo lo mismo, sin que se encendiera  la gasolina.

   Ya van 109  muertos y es posible que su número siga creciendo. El sufrimiento de los sobrevivientes heridos, debe ser indescriptible.

   ¿Por qué cientos de personas racionales hacen eso? ¿Por ignorancia, falta de valores, falta de educación, desprecio por la autoridad y las leyes? Algo está muy mal en algunos segmentos de nuestra sociedad. 

   Fuimos también testigos de la actuación de una fuerza pública, sin fuerza. Desarmada  por el miedo de sus jefes a utilizar la fuerza,  cuando era necesaria para disuadir a la turba. Incapaz de convencerlos con palabras del riesgo que corrían. Incapaz también de cuidar a un bien del Estado que estaba siendo robado.

   Pero esto no es nuevo. Las escenas de rapiña protagonizadas por poblados enteros, son frecuentes. Camiones accidentados asaltados por hordas que roban su contenido. Ferrocarriles descarrilados para robar la mercancía de los furgones.

   No quisiera culpar a la pobreza o a la necesidad, porque no son muertos de hambre los que lo hacen.  Son grupos que han hecho de la delincuencia una forma de vida.

   Peor aún, el robo en masa de combustibles y otros bienes es un negocio administrado por la delincuencia organizada que ha llegado a corromper a poblaciones enteras para dedicarlas  a estas actividades ilegales.

   El riesgo de la tragedia está presente también en la forma como estas turbas enfrentan a la autoridad.  Vimos  estos días videos que circularon en redes sociales, de algunos de estos pobladores agrediendo con palos a militares bien armados. Los agreden  sin pensar en el riesgo que corren de provocar una reacción de legítima defensa por parte de los militares, quienes estoicamente resisten la agresión.

   Pero provocar a estos soldados,  que solo hacen su trabajo, equivale a jugar con fuego en medio de un géiser de gasolina.

   Algo no está bien en el país.  No solo existe una pérdida de valores y falta de respeto por la Ley y la autoridad. También hay una incapacidad del Estado por evitarlo.  Si la población decide delinquir en masa, no habrá suficiente fuerza pública que lo evite.

   Es tiempo de que la sociedad se enderece. El llamado del presidente López Obrador a cambiar  la moral de la población es atinado. No se puede recurrir siempre al uso de la fuerza para imponer la Ley.

    Debe haber un convencimiento de la sociedad de que respetando la Ley y dejando de  atentar contra el bien común,  habrá una mejor convivencia para todos. De otra forma, seguiremos presenciando estos acontecimientos kafkianos,  en un país donde  lo absurdo, se ha vuelto costumbre.

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