Por: Octavio Díaz García de León
La idea: Hemos sido
testigos recientemente de acontecimientos que desafían la lógica. Un grupo de
personas bañadas en gasolina, extrayendo de una zanja combustible robado, sin
pensar en el riesgo que corrían ni en que lo que hacían era ilegal. Un grupo de
soldados y policías contemplando la escena sin capacidad para detenerlos. Todo
acabó en tragedia. ¿Qué nos pasa?
Según diversos testimonios, como a las 2:30 p.m., los pobladores de Tlahuelilpan, Hidalgo, en
cuanto supieron que había una fuga cercana en un ducto de combustible,
corrieron hacia ella. La fuga producía un géiser de varios metros de altura que caía
sobre el campo y se acumulaba en la zanja por donde aparentemente perforaron el
ducto.
Llevaban bidones, cubetas y otros recipientes; llegaron en carros,
camionetas y a pie; había niños, hombres, mujeres y algunas familias. Aquello se
convirtió en una fiesta, intoxicados por los vapores de gasolina que los ponían
eufóricos, haciéndolos reír y festejar.
Al acercarse a la zanja se bañaban de la gasolina que caía del geiser y se
regocijaban y jugaban con ella.
Algunos empezaron a vomitar y enfermarse, envenenados por los gases de
la gasolina, pero eso no impidió que siguiera llegando la gente, tratando de
llevarse lo más que pudieran.
Al poco rato de detectarse la fuga, llegó un destacamento de soldados y
policías, alrededor de 25, quienes ante el tumulto al que se enfrentaban,
decidieron no usar la fuerza para disuadirlos.
Alrededor de las 7 de la tarde, la fiesta se convirtió en infierno.
Pudo ser una chispa emitida por alguno de los muchos vehículos que
había allí; o un cigarro tirado con descuido (Sí, estaban fumando también) o incluso
pudo ser intencional. Nadie sabe, ni
sabrá. Los testigos seguramente murieron.
Las escenas desgarradoras corrieron como pólvora por las redes
sociales. Escenas que parecían salidas de la imaginación de Dante, en donde se llegaban a ver teas humanas
alejándose, encendidas, de la explosión.
Yo no me lo explico. Un líquido altamente inflamable, corriendo a
chorros y bañando a las personas. ¿No sabían el peligro que corrían? ¿No les
importó? ¿No creían que pudiera suceder una tragedia? A lo mejor no. Quizá
fueron testigos de derrames anteriores en donde no ocurrió nada. Se acordarían
de los pobladores de Acambay, unos pocos días atrás, haciendo lo mismo, sin que se encendiera la gasolina.
Ya van 109 muertos y es posible
que su número siga creciendo. El sufrimiento de los sobrevivientes heridos,
debe ser indescriptible.
¿Por qué cientos de personas racionales hacen eso? ¿Por ignorancia,
falta de valores, falta de educación, desprecio por la autoridad y las leyes?
Algo está muy mal en algunos segmentos de nuestra sociedad.
Fuimos también testigos de la actuación de una fuerza pública, sin
fuerza. Desarmada por el miedo de sus
jefes a utilizar la fuerza, cuando era
necesaria para disuadir a la turba. Incapaz de convencerlos con palabras del
riesgo que corrían. Incapaz también de cuidar a un bien del Estado que estaba siendo
robado.
Pero esto no es nuevo. Las escenas de rapiña protagonizadas por
poblados enteros, son frecuentes. Camiones accidentados asaltados por hordas que
roban su contenido. Ferrocarriles descarrilados para robar la mercancía de los
furgones.
No quisiera culpar a la pobreza o a la necesidad, porque no son muertos
de hambre los que lo hacen. Son grupos
que han hecho de la delincuencia una forma de vida.
Peor aún, el robo en masa de combustibles y otros bienes es un negocio
administrado por la delincuencia organizada que ha llegado a corromper a
poblaciones enteras para dedicarlas a
estas actividades ilegales.
El riesgo de la tragedia está presente también en la forma como estas
turbas enfrentan a la autoridad.
Vimos estos días videos que circularon
en redes sociales, de algunos de estos pobladores agrediendo con palos a
militares bien armados. Los agreden sin
pensar en el riesgo que corren de provocar una reacción de legítima defensa por
parte de los militares, quienes estoicamente resisten la agresión.
Pero provocar a estos soldados, que solo hacen su trabajo, equivale a jugar
con fuego en medio de un géiser de gasolina.
Algo no está bien en el país. No
solo existe una pérdida de valores y falta de respeto por la Ley y la autoridad.
También hay una incapacidad del Estado por evitarlo. Si la población decide delinquir en masa, no habrá
suficiente fuerza pública que lo evite.
Es tiempo de que la sociedad se enderece. El llamado del presidente
López Obrador a cambiar la moral de la
población es atinado. No se puede recurrir siempre al uso de la fuerza para
imponer la Ley.
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