LA SILLA ROTA
Por: Octavio Díaz García de León.
La idea: Todo servidor público está obligado a presentar sus declaraciones de
situación patrimonial, posible conflicto de interés y, cuando aplica, la fiscal.
Presentarlas no es suficiente para combatir la corrupción. Hacen falta
investigaciones especializadas para verificarlas y ver si hubo malos manejos.
El propósito de que todos los empleados de gobierno presenten estas declaraciones
es poder detectar enriquecimientos ilícitos registrados en el aumento de su
patrimonio y de sus dependientes.
Si esta
información se hiciera pública, en
teoría cualquier persona podría verificar si un servidor público vive más allá
de las posibilidades que le da su ingreso. Una sociedad vigilante podría
detectar estos comportamientos y denunciarlos.
En la práctica, ni los funcionarios corruptos
declaran todo su patrimonio ni la sociedad civil está dispuesta a investigar y
denunciarlos. Por ello, esta
función la tiene que realizar el gobierno y ya conocemos las dificultades que
existen para abatir la impunidad cuando el gobierno se cuida a sí mismo.
La Ley
General de Responsabilidades Administrativas (LGRA) amplió el número de sujetos
obligados a presentar las “3 de 3” declaraciones. De esta forma, desde el 19 de
julio de 2017, cinco millones de servidores públicos están obligados a
presentarla.
La
mayoría de los nuevos obligados están esperando que el Comité Coordinador del
Sistema Nacional Anticorrupción dé a conocer los formatos que se usarán con
este propósito.
Por lo
pronto, 212 mil empleados federales debieron presentar su declaración de
modificación de situación patrimonial en el mes de mayo. Todos aquellos que no
lo hicieron, podrán ser sancionados, aunque la nueva Ley de Responsabilidades
no lo considera una falta grave, como sí lo consideraba la anterior Ley Federal
de Responsabilidades.
Además
del reto técnico que representa captar cinco millones de declaraciones en los
sistemas informáticos de la Secretaría de la Función Pública, existen otros retos que deberán enfrentarse:
no todos los obligados tienen acceso a computadoras e internet; algunos no
hablan español; otros se rigen por usos y costumbres; existe personal con
discapacidades; y una porción de ellos podrían ser analfabetas.
Hay preocupaciones sobre toda esta información
que estará en manos de las autoridades federales. Si bien su propósito es
combatir la corrupción, no está exenta de que se haga mal uso de ella para
afectar a los declarantes.
Por ello,
se necesitará que el personal que tenga acceso a las mismas esté sujeto a su
vez a vigilancia y los sistemas informáticos tengan las suficientes
protecciones para evitar ser hackeados.
Otra preocupación
es cuál información de las declaraciones
se hará pública. Se trataría de darles la máxima publicidad sin exceder lo
que la propia Ley contempla para proteger datos personales: por ejemplo, los
números de las cuentas de banco o de las tarjetas de crédito con sus respectivos
saldos (Secreto bancario), la ubicación de los inmuebles, etc.
Asimismo,
la propia Ley contempla que no deberán
revelarse datos de las declaraciones que afecten la vida privada de los
servidores públicos. En este último caso se podría argumentar que la
publicidad del patrimonio de los servidores públicos podría afectar su vida
privada al exponerlos a ser víctimas de secuestro o extorsión, por lo cual
existe la posibilidad de que quienes no quieran publicitar su información, se
amparen.
Lo que a nadie se le debe negar es su derecho
a hacer pública su declaración patrimonial si así lo desea, tal y como ocurre
hoy en día.
Ha
transcurrido casi año y medio desde que el Comité de Participación Ciudadana se
formó en febrero de 2017 y aún no están listos los formatos. Pero no es que diseñarlos sea algo complejo,
sino que quienes escribieron la LGRA no previeron las dificultades operativas
que implicaba incorporar a cinco millones de personas a esta obligación.
No toda
la dificultad está en recabar estas declaraciones. Una de ellas será
explotarlas para descubrir actos de corrupción; otra será el verificar si la
información es fidedigna; y el cómo encontrar toda aquella información
patrimonial que el servidor público oculte.
Como lo
he mencionado aquí, se requieren
capacidades de investigación en materia de lavado de dinero para seguir la
huella de los recursos mal habidos. Que la Unidad de Inteligencia Financiera
forme parte de la Fiscalía General de la República y tanto ésta como la
Fiscalía Anticorrupción tengan la independencia y capacidades técnicas necesarias
para realizar estas investigaciones.
La LGRA asigna
la tarea de investigar las evoluciones patrimoniales, a la Secretaría de la
Función Pública, sus órganos internos de control y sus equivalentes en las
entidades federativas. Sin embargo, estas instancias el día de hoy no cuentan con
suficientes herramientas para realizar estas investigaciones y tampoco debería
ser su función.
Un buen
ejemplo de lo que sí puede funcionar en el combate a la corrupción es la Dirección Anticorrupción Rumana, que opera como una fiscalía independiente y
en su equipo de trabajo cuenta con especialistas en banca, economía, finanzas,
aduanas y es apoyada por policías judiciales. Un diseño parecido se podría
lograr con la Fiscalía General de la República y la Fiscalía Anticorrupción.
En el
tema de declaraciones patrimoniales aún falta mucho por hacer. Lo más
importante será cuidar cómo, quién y para qué use esa información, cuál se dará
a la publicidad y como se desarrollarán las capacidades para investigar la
información allí proporcionada. Será una gran tarea para la próxima
administración federal, si es que al próximo presidente le interesa combatir a fondo
la corrupción.
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