Por: Octavio Díaz García de León
Las elecciones de 2018 le están planteando un reto interesante a un amplio
sector de votantes. Sobre todo, a quienes tradicionalmente han votado por un partido,
ya que ahora se encuentran con dilemas que no habían tenido en elecciones
anteriores. Este panorama plantea a los partidos una posible pérdida de parte
de su voto duro tradicional por lo cual tendrán que apelar al voto de los
indecisos y atraer votos de simpatizantes de otros partidos.
Pongamos el caso de los panistas. Su candidato, Ricardo Anaya, ha usado
todos los medios a su alcance para tener una elección interna a modo. Tradicionalmente los militantes elegían a su
candidato y las precampañas eran verdaderas contiendas democráticas. Anaya,
aprovechando su posición de presidente de su partido, fue orillando a sus
posibles contrincantes a abandonar la pelea, quedándose como candidato único al
final.
A la primera que le molestó esta situación fue a Margarita Zavala que
esperaba hubiera un juego democrático interno donde ella pudiera competir. Al
cerrarse esa opción, decidió abandonar el PAN y buscar una candidatura
independiente. Los otros precandidatos se quedaron en el partido, pero
abandonaron la contienda interna por falta de garantías para una competencia justa.
Los panistas se quedaron con un candidato único impuesto y a quien le
faltó esa contienda para contrastar propuestas y conseguir el apoyo genuino de
los militantes de su partido. Hoy en día muchos panistas o simpatizantes, dudan
si apoyar a Anaya o no.
Otro aspecto que será difícil de digerir para los panistas es la alianza
con el PRD ya que, en términos generales, sus posiciones ideológicas son muy
distantes.
Para los militantes del PRD, la situación tampoco es halagüeña. Su
candidato presidencial será un panista de quien conocen poco, porque su
experiencia política y administrativa ha sido breve. Además, al igual que a los
panistas, los alejan las diferencias ideológicas entre ambos partidos.
Tampoco hubo contienda interna en el Frente para elegir a su candidato
como lo pedían destacados perredistas, imponiéndose Anaya como candidato único y
dejando sin opciones a los simpatizantes del PRD. Por ejemplo, el Dr. Mancera,
jefe de gobierno de la CDMX, había expresado interés en participar en una
elección interna del Frente. Al final, se le cerraron los caminos para ello.
En el caso del PRI los militantes y simpatizantes han tenido que
aceptar a un candidato que no es militante de su partido, y que incluso se le
identifica más con el PAN, dejando de lado en el proceso, a políticos priistas
de mucha tradición y fuerza, incluyendo a Osorio Chong, entre otros.
Por otra parte, al PRI le afecta el debilitamiento que ha sufrido la presente administración,
acosada por tres grandes problemas: la corrupción, ya que no pasa día sin que
salga un nuevo caso que involucre a altos funcionarios; la inseguridad, que se encuentra a niveles nunca vistos; y el mal manejo de la economía que ha
producido inflación, devaluación, estancamiento económico, crecimiento de la
deuda del gobierno a niveles alarmantes, baja en las reservas internacionales,
un gasto público desbordado e improductivo y un posible debilitamiento de la autonomía
del Banco de México.
Ante este escenario, hasta los partidarios más fieles del PRI, pueden
estar dudosos de volver a votar por ese partido.
De AMLO no hay mucho que decir. Tiene su voto duro más o menos estable
desde hace 18 años que inició su campaña a la presidencia. Quizá reciba el
apoyo de algunos indecisos que antes simpatizaban con el PRD y el PRI, pero sin
aumentar su porcentaje de preferencia, significativamente.
Los independientes, aunque atraen un segmento importante del voto del
PAN, PRI y PRD, aún están lejos de ser contendientes competitivos.
En este escenario de indecisos y de dilemas que atormentan a los
votantes, es probable que la lucha por el segundo lugar sea la clave. Es decir,
AMLO sigue al frente de las encuestas con alrededor de una tercera parte de las
preferencias. Pero las otras dos terceras partes no lo quieren y no votarán por
él.
Ante esto, ya sean Anaya o Meade, quien logre colocarse en
segundo lugar de las preferencias ya cerca de la elección, puede ser el ganador
en la contienda. De destacar uno de ellos en un claro segundo lugar, el voto
útil contra AMLO se podría inclinar para apoyar al candidato que estuviera en
segundo lugar. Algo así sucedió en 2006 cuando
una buena parte del voto priista apoyó a Calderón.
Otro factor a considerar es que MORENA no gobierna ningún estado. Allí
la maquinaria de los otros partidos que gobiernan al país, incluyendo el
federal, jugará a favor de sus candidatos. De igual forma, al final, también
las estructuras locales podrían apoyar al candidato que va en segundo lugar, sin
importar partido, si el objetivo es derrotar a AMLO.
Si los opositores a AMLO no logran rebasarlo en las preferencias, la
lucha por el segundo lugar puede ser definitoria para estas elecciones. Hagan
sus apuestas.
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