@octaviodiazg
Apenas
llevamos un poco más de un año de gobierno del presidente Peña y no llegan todavía los primeros logros de su
gobierno. Los secretarios están terminando de adaptarse a sus nuevos puestos, y las maquinarias de sus dependencias por fin
dan los primeros pasos en firme después de un primer año de titubeos. Por ello,
amables lectores, quizá encuentren muy
anticipado el tema de este artículo. Pero la realidad es que quienes desean ser
presidentes empiezan a trabajar en sus proyectos con muchos años de
anticipación. También la forma de pelear por la presidencia ha cambiado. En la
época del dominio absoluto del PRI, la lucha por la presidencia era soterrada y
palaciega. Los presidentes en turno sopesaban a sus colaboradores, los ponían a
competir, jugaban con ellos y designaban a su sucesor.
A
partir de la elección de 1988 cambió la
situación. El Ing. Cárdenas, después de toda una vida de militancia en el
PRI, cansado de la vieja práctica del
“dedazo” que se oponía a sus ambiciones, prefirió salirse de ese partido y
formar el propio - el PRD - para competir como candidato a la presidencia y el
PAN presentó a un candidato competitivo. Todos sabemos el resultado, pero la
elección de 1988 presagió lo que afortunadamente ya se ha vuelto práctica
normal: unas reñidas elecciones en donde no está predeterminado nada y
cualquiera puede ganar. El proceso culminó en 2000 cuando ganó por primera vez - desde la
elección de Madero - el candidato que no era del oficialismo. Para ello, el presidente Fox trabajó por lo menos con seis
años de anticipación, desde la
plataforma que le daba ser gobernador del
estado de Guanajuato para armar una candidatura fuerte que le permitió
desplazar al PRI de los Pinos. El presidente Peña repitió la receta desde su
gubernatura del Estado de México para sacar al PAN de Los Pinos, con siete años
de trabajo anticipado. Algo similar intentó hacer López Obrador, usando como plataforma
de lanzamiento, sus seis años al frente del gobierno del Distrito Federal y estuvo a punto de lograrlo. El caso del
presidente Calderón fue diferente. Inició su campaña tres años antes de la elección a partir de que
renuncia como secretario de estado. No solo pasó por encima de la voluntad del
presidente Fox, sino que venció al candidato favorito –López Obrador - que unos
cuantos meses antes de la elección llevaba una delantera impresionante.
Para
el 2018 veamos como están los prospectos. Por el lado del PRI, creo que será el
presidente Peña quien designe a su candidato. El PRI no se parece al PAN, así
que no habrá sorpresas como las de Calderón o la de Vázquez Mota que se
impusieron a la voluntad de los presidentes en turno. Será raro que se repita el fenómeno de Eruviel
Ávila que se logró imponer al candidato
del entonces gobernador Peña. Si
va a ser por designación, el candidato permanecerá en la oscuridad, trabajando
la intriga palaciega y no arriesgando a dar la cara más de lo debido. Por otra
parte, si fuera un gobernador del PRI, dará la cara y hará una campaña abierta
pero solo si el presidente Peña está de
acuerdo. Nadie se atreverá a moverse sin “línea”. En este momento hay dos candidatos
claramente perfilados: el Secretario de Gobernación, Osorio Chong y el Secretario
de Hacienda, Luis Videgaray. El desgaste
en el área de Gobernación hace dudar si el actual secretario llegará hasta
entonces, aunque hay precedentes recientes como el de Santiago Creel que salió
de Bucareli a buscar la candidatura presidencial. Por su parte el Secretario de Hacienda, está más protegido del golpeteo
político y tiene en sus manos un instrumento clave: la “presupolítica”, que es la capacidad de asignar presupuesto no solo
a los proyectos de la burocracia federal y así recabar favores entre sus pares,
sino también obtener la buena voluntad y
apoyo de diputados, senadores, gobernadores, presidentes municipales de todos
los partidos y otros “clientes” de la clase política como empresarios y sindicatos.
En contraste el Secretario de Gobernación,
para cortejarlos, no le queda más
que recurrir a su encanto o a la fuerza. Así pues, el Secretario de Hacienda, Luis Videgaray, se perfila con ventajas.
Por
el PRD aparece Marcelo Ebrard, si es que sobrevive al “Metrogate” de la Línea
12. Quizás el Ing. Cárdenas no quiera ser candidato por cuarta ocasión pero no
hay que descartarlo y el que es seguro que estará allí, con PRD o sin él, es
López Obrador. La grisura del actual Jefe de Gobierno del D.F., Miguel Ángel
Mancera, no lo hace un candidato atractivo pero seguramente tendrá los medios y
la plataforma para crear su propia candidatura. Finalmente los gobernadores del
PRD son impresentables. Así que para este Partido, la perspectiva es poco
alentadora.
Menos
alentadora aún es para el PAN. Cualquiera que gane la presidencia del PAN que
está en juego en estos días, acabará por dividir más al panismo, porque no se ve
ánimo de conciliar y lograr unidad. Tampoco el PAN tiene a un prospecto carismático capaz de volver a sacar al PRI de
los Pinos. Quizá alguno de los gobernadores
que aún no han dado señales de que les
interese y la sorpresa la podría dar Margarita Zavala si es que se decide.
No
hay que descartar las sorpresas que da la vida y que el destino nos depare un
personaje surgido de la nada que se convierta en el próximo presidente. Pero
esto es poco probable. Lo malo es que las opciones para el electorado son pocas
y desafortunadamente no se ven opciones que ayuden a la democracia.
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