Solemos
pensar que las empresas o los gobiernos tienen vida propia como entes
impersonales que interactúan con la sociedad. Pero no es así. Las organizaciones
de cualquier tipo: empresas, gobiernos, sindicatos o iglesias están formadas
por personas. Alcanzan sus objetivos gracias a que quienes las dirigen logran
mover las voluntades de sus integrantes en la dirección requerida. El gobierno federal es una de estas organizaciones
enormes y complejas con más de un millón cien mil personas y tiene encomendado,
junto con otras instancias, mejorar la
vida de los mexicanos. Por ello, el
estilo y habilidades del Presidente de
la República se convierten en un factor
clave para explicar el éxito o fracaso de su gestión.
Don Daniel Cosío Villegas escribió en 1974 un
libro que se llama “El Estilo Personal de Gobernar” en donde describe con
precisión e ironía el estilo del entonces presidente Echeverría. En esa época no se hablaba del presidente más
que para alabarlo, por lo que dicho libro generó gran interés. Su éxito muestra
la avidez que la gente tenía por escuchar ya no al coro usual de loas, sino tener
una visión más humana de la persona encargada de la Presidencia. Hoy en día no existe
una visión balanceada de los presidentes sino, en general, se escriben todo
tipo de libelos. Se ha llegado al otro extremo.
Las
circunstancias en que escribió Don Daniel eran otras. En esa época el presidente
nombraba a los colaboradores que legalmente podía nombrar: a su gabinete
ampliado. Pero además, nombraba a todos los que extralegalmente le era
permitido: jueces, ministros de la Suprema Corte, diputados, senadores,
gobernadores, diputados locales, presidentes municipales, etc... Enrique Krauze
llamó a su libro con las biografías de esos presidentes, “La Presidencia Imperial”. El poder que
tenían podía rivalizar con personajes
como el rey Luis XIV de Francia a quien
se le atribuye la frase “El Estado soy yo”.
Escritores notables como Octavio Paz, Gabriel Zaid y Cosío Villegas entre
otros, criticaron ese poder excesivo. Zaid lo hacía desde el punto de vista de
que un presidente con ese poder tenía que tomar cada minuto decisiones que afectaban
la vida del país y que podían resultar, y algunas resultaron, costosísimas.
El
modelo de dirección era bastante malo. El
tramo de control era excesivo; muy pocas
personas se atrevían a darle información contraria a sus opiniones; el cúmulo de halagos y la zalamería cortesana
los hacían perder piso acerca de sus capacidades. Estos y otros factores los
hacían tomar malas decisiones que todo
mundo acataba por miedo. Pero no sólo tomaron malas decisiones, sino que varios
de ellos abusaron de su poder en el uso de la fuerza, el enriquecimiento
personal y la corrupción.
Los
tiempos han cambiado. El último presidente con ese poder excesivo fue Salinas de Gortari. A partir del presidente
Zedillo fue diferente. La oposición ganó fuerza, hubo más contrapesos en el
Congreso, se crearon organismos autónomos
(el IFE para garantizar elecciones libres y el Banco de México para
darle estabilidad a la economía). La alternancia surgió y los enormes poderes
extralegales del presidente disminuyeron.
El
presidente Fox, acostumbrado a la dirección empresarial, llevó a la presidencia un
estilo muy diferente a sus antecesores. Formó su gabinete apoyado por
reclutadores profesionales, tratando de atraer a los mejores talentos sin
importar su filiación partidista. La oficina de la Presidencia se dedicó a
impulsar el buen gobierno, introduciendo
conceptos empresariales novedosos y que chocaban con las inercias
burocráticas. Creó un sistema de metas presidenciales con su tablero de
control y delegó en sus secretarios y
funcionarios de primer nivel, quizá más de la cuenta. Los cambios que intentó
chocaron con la cultura organizacional de una burocracia acostumbrada a un
estilo menos empoderado y más acostumbrado a seguir órdenes. Los resultados no fueron del todo buenos ante las expectativas generadas, excepto que no hubo crisis de ningún tipo en su
gobierno como sí ocurrió, por ejemplo, en 1958 (ferrocarrileros), 1965 (médicos),
1968 y 1971 (estudiantes), 1976 (devaluación
y crisis económica), 1982 (devaluación, crisis económica y estatización de la
banca), la década de los ochenta en general (hiperinflación, sobrendeudamiento,
cero crecimiento) y la de 1995 (inflación,
devaluación, casi default en pago de deuda y caída drástica del PIB).
El
presidente Calderón tenía otro estilo: cubrió puestos con sus leales sin
importar capacidades; una obsesión por
los detalles con un alto involucramiento en la conducción de los asuntos a su
cargo. Tan enfocado al tema de seguridad
que opacó al resto de los asuntos. De
trato difícil (de “mecha corta” como él decía) y desconfiado, desgastó a sus
colaboradores sin saber delegar adecuadamente y sus resultados fueron
regulares.
El
presidente Peña va dejando ver su estilo. Privilegia la lealtad en sus nombramientos y es un gran negociador político. Ha abierto muchos
frentes con tantas reformas que está impulsando, en su afán por atender todos
los pendientes, lo que cual quizá le ocasione un gran desgaste político. Se
apoya fuertemente en dos personas: el Secretario de Gobernación a quien ha
encargado todos los asuntos políticos y de seguridad y el Secretario de Hacienda
encargado de prácticamente todo lo demás.
Su estilo personal de dirigir, que apenas vamos vislumbrando, impactará
sin duda en los logros de su gobierno.
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