24 de octubre de 2020

IMPORTANCIA DEL CONTROL INTERNO

 

Por: Octavio Díaz García de León.

           

    La idea: A veces no se aprecia el por qué es necesario que toda organización cuente con un control interno adecuado. Por no entender esta necesidad ha habido intentos de desaparecer a la Secretaría de la Función Pública, antes de la Contraloría, quien es la responsable del control interno en el gobierno federal. Hoy más que nunca, es necesario fortalecer el control interno en el gobierno para el buen logro de sus objetivos.

     Todo sistema de control administrativo parte de un proceso de planeación que define la visión, misión y los objetivos que se ha propuesto lograr la organización. El sistema de control se asegurará de que la gerencia logre lo que se ha planteado.

     Uno de los elementos centrales del proceso de control es el presupuesto. Este es el enfoque tradicional que hace más énfasis en los aspectos financieros. Sin embargo, existen herramientas como el “Tablero de Control Balanceado o Cuadro de Mando Integral” desarrollado por Kaplan y Norton que permiten supervisar otro tipo de indicadores. Sería oportuno que se retomaran estas herramientas en el gobierno para mejorar su control interno.

    En el Poder Ejecutivo Federal, esta tarea corresponde a la Secretaría de la Función Pública (SFP), encargada de organizar y coordinar el sistema de control interno, la evaluación de la gestión gubernamental y de sus resultados.

    Con su auxilio se pretende asegurar el cumplimiento de los objetivos de las instituciones y su apego a la normatividad que les rige. De acuerdo con la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, la SFP se encarga de sancionar desvíos de la norma, propone mejoras al control interno, analiza los riesgos de incumplimiento y los administra.

    No es el propósito primordial de la SFP, ni por mandato legal ni por diseño institucional, el combate a la corrupción, como se puede apreciar de las facultades que le da la Ley, sino que dicho combate se da como un producto de su labor de fiscalización e investigación de denuncias.  Con ello, no solo ayuda a mantener el control interno de las instituciones, sino también se convierte en un auxiliar en el combate a la corrupción.

    La corrupción derivada de una falla de control interno es una de las causas por las que las instituciones no cumplen sus objetivos y se ven afectados sus presupuestos y patrimonio, pero no es la única y se debe atender a todas las demás.

    Con el control interno del gobierno federal se busca que las instituciones cumplan sus mandatos y se apeguen a las normas que se diseñaron para que sus servidores públicos no realicen actos arbitrarios, ya que ellos solo pueden hacer lo que les permite la Ley. 

    Por ello, el gobierno trabaja dentro de un marco normativo muy extenso que regula todas sus actividades, con el propósito de cumplir sus objetivos y requiere que todos los servidores púbicos lo cumplan.

    La Ley General de Responsabilidades Administrativas es un elemento clave del control interno. No sanciona actos de corrupción, sino conductas que pueden ser faltas graves o no graves en que incurren los servidores públicos. Quien sí contempla la sanción de actos de corrupción es el Código Penal Federal, a los cuales le toca perseguir a la Fiscalía Anticorrupción.

    El diseño de los órganos internos de control (OIC), que forman parte de la SFP, tiene ese propósito, como su nombre lo indica, de auxiliar a las instituciones en su control interno.  Sus tareas inician con actos de fiscalización para detectar incumplimientos a las normas o para detectar si están cumpliendo con sus objetivos y mediante la recepción de denuncias ciudadanas.

    De detectarse incumplimiento a las normas, se procede a investigarlas para identificar posibles faltas a la de Ley de Responsabilidades. De encontrarse violaciones a ésta, se califican las conductas y se elaboran los informes de presunta responsabilidad administrativa de los servidores públicos.

    Si se trata de faltas graves, se inician los procedimientos sancionatorios para luego turnarlos al Tribunal Federal de Justicia Administrativa. Si se trata de faltas no graves, los OIC desahogan los procedimientos de responsabilidades, resuelven y en su caso, sancionan a los servidores públicos.

   Con estos procesos la SFP y sus OIC ayudan a mantener el control interno del gobierno federal y su tarea es clave para el buen desempeño del gobierno.

   Dado que cualquier violación a las normas es susceptible de ser sancionada, es muy importante que toda la normatividad sea muy racional, que sea mínima, que permita realizar a los funcionarios sus labores; que permita tener una administración ordenada, orientada al buen cuidado de los recursos, al buen desempeño de sus funciones y al logro de sus objetivos.

    El control interno es vital para que exista un buen gobierno, asegurando el cumplimiento del marco normativo. Sin él, se corre el riesgo no solo de que haya corrupción, sino de que las instituciones no cumplan con sus funciones. Es tiempo de aplicar herramientas modernas de control administrativo y reforzar a quienes se encargan de llevarlo a cabo.

            

Twitter: @Octaviodiazg

10 de octubre de 2020

UN FISCAL ANTICORRUPCIÓN NOVOHISPANO

 

“Las leyes son como telarañas que atrapan pequeñas moscas con mucho rigor, mientras que cualquier poder fuerte las rompe.”

Rosenmüller

 

Por: Octavio Díaz García de León.

                        

     La idea: En el siglo XVIII fue nombrado un Visitador por los reyes de España  para combatir la corrupción en la Nueva España. Hoy olvidado, Francisco de Garzarón hizo una gran labor y,  si bien no logró erradicar la corrupción de aquella época, hizo que un buen número de funcionarios fueran condenados por andar en malos pasos.  Hoy sería muy apreciado un Fiscal Anticorrupción como él.

    En su libro “Corrupción y Justicia en el México Colonial, 1650-1755” (https://books.google.com/books/about/Corruption_and_Justice_in_Colonial_Mexic.html?id=NE6PDwAAQBAJ ) el profesor Christoph Rosenmüller  hace un recuento de lo que en aquél entonces se entendía como corrupción y los esfuerzos que se hacían para combatirla.    

   De acuerdo con el autor, la corrupción estaba asociada principalmente con la impartición de justicia y las arbitrariedades que se cometían alrededor de ella. Esto  sigue vigente, pero con algunas diferencias importantes. Por ejemplo, en ese entonces era normal la venta de puestos que se otorgaban sin importar la preparación o capacidades técnicas de los aspirantes, lo cual no era considerado como corrupción.

   Sin embargo, lo que sí se consideraba corrupción era dar  los puestos a quien no tuviera los méritos necesarios. Pero estos méritos no se entendían como ahora, sino que consistían en ser de origen noble, tener sangre “limpia” (no mezclados con otras razas) y gozar de buena reputación.

   Se decía que, si no se tenían esos méritos, era más fácil que los juzgadores se prestaran a malos manejos en la impartición de justicia. En realidad, los nobles sin recursos protegían sus fuentes de ingresos y estaban dispuestos a denunciar como corrupción la asignación de esos puestos a advenedizos, que no eran nobles, pero sí tenían dinero.

    Otro aspecto que difería de nuestro concepto de corrupción es que los regalos dados a cambio de favores eran una práctica aceptable, por considerarse un agradecimiento del favorecido hacia el impartidor de justicia que lo había ayudado. Los regalos eran cuantiosos, pero nadie veía nada malo en ello, sino que se entendía como una cortesía, aunque, desde luego, influían en la decisión de la autoridad que recibía el regalo.

     A pesar de estas situaciones que ahora pueden parecer extrañas, aunque hace poco eran práctica corriente, existía mucha arbitrariedad en la impartición de justicia, de tal forma que se convirtió en un escándalo que llegó a oídos de las más altas autoridades en España, a finales del siglo XVII y principios del XVIII. El sistema permitía que las denuncias fueran recibidas y escuchadas,  pero no se hacía lo suficiente para castigar a los transgresores.

     Es así como el rey Felipe V,  la reina Isabel Farnese y su ministro principal Giulio Alberoni,  deciden enviar una visita general  orientada  a reformar el sistema judicial de la América hispana y para ello nombraron a un Visitador. Una especie de fiscal anticorrupción que tenía por misión atender las numerosas denuncias que se recibían y castigar a los culpables.

  Para ello nombran al Visitador General Francisco de Garzarón Vidarte quien inicialmente llegó a la Nueva España como Inquisidor de la Santa Inquisición.

   Originario de Pamplona, estudió en la Universidad de Sigüenza derecho canónico e hizo carrera eclesiástica. Todavía le tocó como inquisidor realizar quizá el último Auto de Fe realizado en la Nueva España,  donde un fraile herético fue quemado vivo en la hoguera.

    A los reyes les gustaba escoger inquisidores para realizar visitas generales, porque “conocían bien el procedimiento de investigación, recopilación de evidencias, interrogar a sospechosos y evaluar su testimonio”. Así el Visitador interrogó a cerca de 700 testigos y, como resultado de su Visita General, Garzarón suspendió a 13 de los 19 jueces y fiscales y a 156 funcionarios entre 1719 y 1723.

   A pesar de los trescientos años que nos separan de dicha Visita, algunas lecciones útiles se podrían extraer de la actuación del Visitador General Garzarón. Estas son: se nombró a un Visitador General con total independencia y autoridad sobre las autoridades locales, pues estaba por encima del Virrey y, por tanto, le podía pedir cuentas.

    Se apoyaba en la voluntad política de los reyes para acabar con los abusos; tenía la capacidad técnica de inquisidor que le permitía allegarse de pruebas y elementos para llegar a la verdad; contaba con la capacidad jurídica necesaria para llevar a buen término las sanciones para condenar a los jueces y funcionarios corruptos, a pesar de la complejidad jurídica que había en esa época. Era una persona con la dedicación, honradez, integridad y reputación que le permitía llegar al fondo de los asuntos sin corromperse ante las dádivas que le ofrecían.

    Ojalá algunas de estas lecciones se pudieran aprovechar ahora para combatir la corrupción a fondo. No se puede revivir al inquisidor Garzarón pero sí se puede aprender mucho de su actuación.

 

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26 de septiembre de 2020

SE BUSCA

 

“… la administración pública… exige mucha entrega y fatigas… Esto es un apostolado, hay que resistir, trabajar mucho... Sale uno adelante cuando hay un ideal...  cuando se lucha por una causa justa... Y nosotros aquí en el gobierno lo que buscamos es que se trabaje con convicción, que haya entrega total a la causa.”

Presidente López Obrador

Por: Octavio Díaz García de León.

    

      La idea: Cada administración busca un perfil determinado de personas para llenar las decenas de miles de puestos de mando en las instituciones del gobierno federal. Ahora se está buscando un cambio de perfil, rompiendo cierta continuidad que venía de administraciones anteriores. La clave será si es posible encontrar personas con estos nuevos perfiles y si darán los resultados requeridos por la población.

    En las administraciones anteriores los principales puestos fueron cubiertos por personas afines y leales al gobierno en turno, privilegiando su formación en universidades destacadas del país y con postgrados en el extranjero.

  Para reclutarlos y retenerlos se desarrollaron tabuladores salariales y prestaciones atractivos,  aunque a partir del sexenio de Fox se congelaron los salarios y se fueron   deteriorando paulatinamente en términos reales hasta el sexenio de Peña;  también se redujeron las prestaciones.                                                                                                                                                               La administración del  presidente López Obrador  busca un  nuevo perfil de servidores públicos,  especialmente para mandos medios y superiores.

    Lo que se percibe implícitamente como el nuevo perfil que se busca, de acuerdo con lo que ha comentado el presidente, las diversas disposiciones que se han emitido en este sexenio en materia de austeridad y recursos humanos, más lo que se puede observar, es el siguiente:

 1.  Educación. Egresados de escuelas públicas, no necesariamente de las más reconocidas y de universidades privadas modestas. Los postgrados en el extranjero en escuelas de élite ya no son un plus y se prefieren postgrados en el país.

  2.  Experiencia. No se requiere mucha experiencia, ya que la renovación de personal implica que es posible que no la tengan. Se dan promociones súbitas desde niveles bajos a altos sin pasar por los puestos intermedios.

   3.  Remuneraciones. Se requiere personal que esté dispuesto a ganar mucho menos que sus antecesores. Que estén dispuestos a ver reducidos aún más sus salarios en el futuro, que no esperen pago de aguinaldo y estén dispuestos a bajar de nivel jerárquico.

   4.  Herramientas de trabajo. Que no demanden choferes, vehículos,  ni teléfonos celulares. Si los necesiten para sus labores, que ellos los aporten. No tendrán oficinas lujosas, sino cada vez más modestas, con menos servicios, sin comedores, con menos impresoras, menos papelería, sin agua embotellada, etc. En el mejor de los casos se les dejaran las mismas computadoras sin importar su antigüedad y en otros tendrán que compartirlas.

  5. Compromiso. Que estén dispuestos a realizar tareas cada vez más demandantes y numerosas con una tercera parte de la gente que había antes, o menos, y con más reducciones de personal en el futuro. Dispuestos a trabajar en el gobierno toda la vida para que no se vayan a la iniciativa privada y evitar conflictos de interés. Que su motivación para trabajar sea por el bien del país por encima de intereses personales y familiares sin esperar mejora económica para ellos y sus familias.

    6.  Honestidad. Que no sean corruptos, tengan buena reputación, se abstengan de embriagarse en el trabajo, abusar de sus colaboradores, no busquen privilegios o beneficios de ningún tipo y trabajen con total austeridad.

    7.   Lealtad. Deberán estar totalmente de acuerdo con las políticas y proyectos del presidente, manifestando su lealtad sin externar críticas.

   8. Horarios. Estarán dispuestos a trabajar sin horario fijo todos los días incluyendo sábados, domingos y días festivos, estando disponibles siempre para lo que requieran sus jefes y teniendo capacidad de respuesta inmediata a sus requerimientos.

    9.  Salud. Se conformarán con los servicios de salud del gobierno o pagarán los servicios privados de su propia bolsa.

   10. Pensiones. Deberán ceñirse a las pensiones que otorgan el ISSSTE y el IMSS sin obtener otro tipo de prestaciones de retiro. Existen excepciones como en la CFE, donde muchos pensionados tienen ingresos superiores al del presidente y cuentan con doble pensión porque también reciben la del IMSS.

   11. Despidos. Estarán dispuestos a ser despedidos mediante renuncia, sin recibir indemnización de las que otorga la Ley o beneficios tales como el seguro de separación individualizado.

    Sin duda encontrar personas con este perfil no será fácil, aunque siempre existe más oferta de personas que desean trabajar en el gobierno que plazas disponibles.  Estos servidores públicos serán más baratos para la nación, pero será difícil mantenerlos motivados y dando los resultados que se requieren.

    También habrá que vigilar las motivaciones y los actos de quienes trabajen en el gobierno pues podrían fingir lealtad solo para aprovecharse de sus puestos para obtener beneficios ilícitos con actos de corrupción.

   El reto será encontrar personas idealistas que cumplan con este perfil.  Digamos que es un perfil heroico el que se requiere ahora para trabajar en el gobierno federal.

 

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12 de septiembre de 2020

DIRECCIÓN POR OBJETIVOS

 

“¿Podrías decirme, por favor, qué camino he de tomar para salir de aquí?
—Depende mucho del punto adonde quieras ir —contestó el Gato.
—Me da casi igual adónde —dijo Alicia.
—Entonces no importa qué camino sigas —dijo el Gato.”

Lewis Carroll

Por: Octavio Díaz García de León.

      La idea: Una de las herramientas más usadas en la administración es la dirección por objetivos. En el ámbito empresarial, la fijación de objetivos y la medición de cómo se van logrando es una tarea cotidiana clave. No así en las instituciones del gobierno en donde no existe la misma exigencia.

     Una organización que no tiene claro sus objetivos y la forma de lograrlos, está condenada a desaparecer. En las empresas esto ocurrirá muy rápido. En el gobierno, las instituciones pueden sobrevivir por inercia durante años, pero se vuelven irrelevantes y son un desperdicio para la nación.

    La planeación estratégica requiere que la alta gerencia tenga claridad de rumbo para que a partir de allí el resto de la organización se sume para dar los resultados deseados.

    Para ello, Peter Drucker introdujo la administración por objetivos en 1954. https://www.investopedia.com/terms/m/management-by-objectives.asp. Ésta consta de cinco pasos:

       1.   De la misión y visión de la empresa, se fijan los objetivos estratégicos.

    2.  Estos se traducen en objetivos para los empleados los cuales deben ser específicos, medibles, aceptables, realistas y acotados en el tiempo.

      3.    Se invita a los empleados a que fijen sus objetivos individuales, partiendo de los determinados por la gerencia.

      4.    Se vigila el avance hacia el logro de los objetivos.

    5.    Finalmente se evalúa el desempeño del empleado, se le premia o castiga, según sea el resultado y se le da retroalimentación sobre su desempeño.

    Las empresas establecen objetivos, indicadores de desempeño y metas en aspectos tales como volumen de ventas, generar utilidades, generar flujo de efectivo, tener liquidez, no sobrepasar cierto apalancamiento, lograr participación en el mercado, etc...

    Para las instituciones de gobierno esto no resulta tan sencillo. Por ejemplo, ¿cómo saber si se está reduciendo la corrupción si se carecen de indicadores adecuados?   

   En el sexenio de Fox se establecieron las metas presidenciales y en el de Calderón se implantó el presupuesto basado en resultados (Ver libro de Enrique Abedrop https://www.iexe.edu.mx/editorial/presupuesto-basado-en-resultados).

    Pero la incorrecta aplicación de ambas herramientas no hizo más eficiente al gobierno, quien le ha quedado a deber a la población en tareas clave como crecimiento de la economía, empleo, educación de calidad, seguridad pública, salud para todos, combate a la corrupción, etc…

   Esto sucede por varias razones:

     1.    Los objetivos, metas e indicadores usados no son los apropiados para lograr lo que la población quiere de las instituciones.

      2.    El fijar objetivos  termina siendo un ejercicio burocrático más.

      3.    Los objetivos de la institución no se traducen en objetivos para los servidores públicos encargados de lograrlos.

     4.    Las evaluaciones al desempeño de los funcionarios, cuando las hay, no reflejan lo que la institución requiere de ellos y son mero trámite.

      5.    Se simulan objetivos retadores y todos cumplen al 100%.

     Tampoco hay un buen sistema de rendición de cuentas y por lo tanto no hay consecuencias para los funcionarios incumplidos. Se carece también, a diferencia de la iniciativa privada, de un sistema de estímulos que premie a los buenos servidores públicos en todos los niveles.

     No solo no se cuenta con objetivos adecuados, sino que tampoco existen los procesos necesarios para dar resultados. Cuando cambian las administraciones, a veces cambian objetivos, pero no se cambia la forma de trabajar y se continúan las inercias del pasado.

     Es como si a un fabricante de plumas desechables se le pidiera de pronto que empezara a producir plumas de lujo o a la Secretaría del Trabajo que genere empleo, tarea para la cual no fue diseñada.

    Una de las críticas que se hacen a la administración por objetivos es que los empleados están dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de alcanzarlos, cayendo en prácticas poco éticas.

     Un caso reciente durante la pandemia es el tener como objetivo el mantener el mayor número de camas disponibles en los hospitales. Por ejemplo, para lograr ese objetivo, solo se aceptan pacientes de COVID en los hospitales, muriendo en la calle o en la casa personas con otras enfermedades. O solo se aceptan pacientes con síntomas avanzados de COVID, cuando ya es muy tarde para salvarlos.

    Un objetivo más obvio para el sistema de salud hubiera sido el tener el menor número de contagiados, identificándolos con pruebas masivas y aislándolos y, por lo tanto, tener menos pacientes en hospitales y menos muertes. Se optó por tener camas disponibles.

    Un buen gobierno, como cualquier otra organización, requiere buenas técnicas de administración y para ello requiere expertos en dirección de organizaciones que conozcan y apliquen con eficacia técnicas como la dirección por objetivos, con lo cual, se podrían lograr resultados que satisfagan a la población.

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29 de agosto de 2020

CENTRALISMO DE NUEVO

 

Por: Octavio Díaz García de León.


   La idea: Desde que los aztecas dominaron Mesoamérica, el territorio que hoy es nuestro país ha sido gobernado desde la Ciudad de México. Ha habido rebeliones contra el dominio del centro y secesiones:  fallidas unas y exitosa otra, de estados de la república. Hoy nuevamente, algunos gobernadores se manifiestan contra las políticas dictadas desde el centro, pero no tienen la fuerza para contrarrestarlas.  

 

     La centralización del poder gubernamental en nuestro país, lleva ya siete siglos. Los aztecas fundaron su ciudad en 1321, en un islote en medio del lago de Texcoco, a la que llamaron “Ombligo de la Luna” o México y a partir de allí la convirtieron en el centro de su imperio.

   Tras la conquista, los españoles asentaron allí su capital, gobernando a la Nueva España desde el Palacio Virreinal, erigido sobre los restos del palacio de Moctezuma Xocoyotzin y donde hoy se encuentra el lujoso Palacio Nacional. En siete siglos, no solo se ha gobernado el territorio nacional desde la misma ciudad sino prácticamente desde el mismo predio, el cual abarca 40 mil m2 y es ahora residencia del presidente de la Republica.  

   Ya independiente, en la primera mitad del siglo XIX, México osciló entre la república federal y la república centralista. En esos vaivenes, se separó el estado de Texas mientras que Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Zacatecas y la península de Yucatán lo intentaron sin éxito.  Después de la intervención francesa, Juárez y Díaz consolidaron una república federal en el papel, pero en los hechos con un gobierno central poderoso dirigido desde Palacio Nacional. Juárez incluso vivió allí.

   A pesar de que la Revolución se originó en los estados, primero contra el gobierno de Díaz y luego contra el de Huerta, acabó consolidándose dos décadas después en un centralismo absoluto bajo el dominio del PRI, ejercido desde la Ciudad de México, periodo al que el historiador Krauze llamó la “Presidencial Imperial”.

    Esto cambió con la llegada de la alternancia en el poder. Los presidentes Fox y Calderón ya no tuvieron  una “Presidencia Imperial”, sino una presidencia acotada,  con un congreso adverso y con mayoría de gobernadores del PRI.

    Por ello, el centro de gravedad se trasladó en algunos aspectos a los estados y eso permitió que en 2012 el PRI volviera a ganar las elecciones presidenciales en un movimiento apoyado por los gobernadores de ese partido, encabezados por el del Estado de México, Peña Nieto, quien, sin embargo, ya no pudo consolidar una presidencia imperial.

    Hoy tenemos al presidente López Obrador, con un mandato poderoso que está fortaleciendo al centro como no se veía en muchos años, apoyado por una mayoría en el Congreso y en los estados. Ese mandato se logró mediante tres campañas presidenciales, años de recorrer todos los rincones del país y estar en contacto con gran parte de la población, lo cual le dio una enorme base de apoyo popular.   

    Recientemente un grupo de gobernadores provenientes de partidos de oposición han pedido un nuevo pacto fiscal para que los estados tengan acceso a más recursos y evitar que estos se vayan a proyectos que no benefician a la población de sus estados, como las enormes inversiones que se están haciendo en el sureste de México.

    Pero hay que recordar que la Cámara de Diputados, los representantes de los estados, son quienes asignan dichos recursos. Hoy en día, el partido del presidente es quien decide, porque así lo decidió la población con su voto y los recursos se irán a los proyectos del presidente y no a donde prefieran los gobernadores.   

    Los gobernadores se enfrentan a una pérdida de poder dictada por sus propios ciudadanos. Si quisieran inclinar la balanza hacia una mayor descentralización en la toma de decisiones, tendrían que disputar esa base de apoyo que tiene el presidente y ello eso solo se logra con gran cercanía a las personas, sensibilidad a los problemas locales y capacidad para dar buenos resultados.

   Negociar con el presidente una mayor descentralización, es solo reconocer quien tiene el poder de decisión sobre los asuntos que les interesan a los gobernadores. En lugar de seguir ese camino, donde no hay incentivos para ceder poder, deberían buscar ese apoyo entre sus gobernados, para elegir diputados que apoyen su visión descentralizadora.

  Por otra parte, hay dos aspectos peligrosos que buscan impulsar la descentralización y que habrá que evitar a toda costa: 1. La delincuencia organizada requiere que no haya intervención del centro para aprovecharse de las débiles estructuras locales y dominar las regiones donde opera y 2. El que gobiernos locales se conviertan en cleptocracias, con el fin de enriquecer a sus funcionarios, como ya ocurrió con un buen número de gobiernos estatales.  

    El poder se está concentrando nuevamente con fuerza en Palacio Nacional. Si se quiere un nuevo pacto federal, los estados y sus gobernadores tendrán que fortalecer sus propias instituciones y realizar una mejor labor para ganarse el apoyo de la población que hoy apoya, más bien, a un presidente popular.  

 

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15 de agosto de 2020

LA ESTUPIDEZ

 

Por: Octavio Díaz García de León.

“El número de necios es infinito”

Eclesiastés, I, 15


    La idea: El ser humano no siempre actúa en su mejor interés. La historia y la vida cotidiana están llena de hechos absurdos que dan cuenta de la irracionalidad de las personas y de aquello que hemos denominado su estupidez. Y esto afecta a todos los grupos humanos ya que la estupidez no es característica de determinado grupo de personas. ¿Cómo podremos superarla?

  La Real Academia Española define a la estupidez como “Torpeza notable en comprender las cosas”,  aunque en este artículo me refiero al actuar contra el propio interés de la persona y de quienes le rodean. No abundaré con  ejemplos en estas líneas porque eso es materia de una enciclopedia.

     La historiadora Bárbara Tuchman menciona que “un fenómeno destacado a través de la historia, sin distinción de lugar o periodo, es el que los gobiernos persigan políticas contrarias a sus propios intereses”.   Y se pregunta “¿Por qué los altos funcionarios actúan tan frecuentemente en sentido contrario a lo que señala la razón y a lo que sugiere el ilustre interés propio?”

      Menciona algunos ejemplos: El Caballo de Troya, ¿por qué tenían que meterlo los troyanos a su ciudad? ¿Por qué Carlos XII, Napoleón y Hitler cometieron el mismo error de invadir Rusia a pesar de las experiencias previas? ¿Por qué los aztecas  sucumbieron ante unos cuantos  aventureros españoles,  a pesar de ser guerreros formidables y haberse dado cuenta que sus enemigos no eran dioses?  (https://www.hislibris.com/la-marcha-de-la-locura-barbara-tuchman/)

  Carlo Maria Cipolla, en su libro “Allegro ma non troppo” (https://es.wikipedia.org/wiki/Allegro_ma_non_troppo) habla de las leyes de la estupidez. Estas son: Siempre se subestima el número de estúpidos.  La probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de sus características personales. Un estúpido ocasiona pérdidas a otras personas, mientras que él no gana nada e incluso pierde. Las personas que no son estúpidas siempre subestiman el poder de hacer daño de los estúpidos. Una persona estúpida es la persona más peligrosa. La matriz que desarrolla en su libro para ilustrar las consecuencias de las acciones de las personas,  es ingeniosa y muy cierta.

     El caricaturista Scott Adams con su personaje Dilbert (https://dilbert.com/) lleva más de 30 años viviendo, literalmente, de la estupidez. En sus tiras cómicas se ha dedicado a caricaturizar lo que ocurre en las grandes empresas en cuanto a decisiones  absurdas que toma la gerencia y como los empleados de dichas compañías tienen que hacer para sobrevivir a esas ocurrencias.

      Desde la aplicación de la última moda en la administración de empresas hasta la eterna lucha por reducir gastos a costa de los empleados, quienes ven reducidos  sus espacios de trabajo hasta niveles ridículos y siempre están amenazados con ser despedidos.

     También hace burla de cómo se mata la creatividad de los empleados y se les somete a una serie de trabajos sin sentido.  Como bien lo señala en la portada de uno de sus libros: “No soy anti-empresarial, soy anti-estupidez.”  

     ¿Por qué gente inteligente y con preparación, cuando ocupan puestos de alta responsabilidad realizan tantas tonterías? Y eso no es lo peor, ¿por qué personas igualmente inteligente, con estudios y experiencia está dispuesta a realizar las idioteces que les piden sus jefes, sin chistar?

     En general,  existe un miedo a “hacer olas” y se hacen las cosas aunque sean necedades. Se evita aparecer como “rebelde” y se prefiere “navegar”,  fingiendo aceptación de las instrucciones, por mas que estas sean absurdas. Todo esto con tal de conservar el trabajo. Se aprende a ser sumiso y a agachar la cabeza.

     Por otra parte, las altas jerarquías, suelen ser poco tolerantes a la crítica interna. Los jefes creen que por tener esa posición,  deben saber más que sus subordinados,  así hayan llegado allí sin ninguna experiencia previa o sin capacidades directivas,  por no haber dirigido instituciones.

    Además, dos aspectos refuerzan esas actitudes: Las burbujas: grupo de personas que los rodean y no permiten que nadie se les acerque. Los anticuerpos: cuando alguien logra penetrar la burbuja, lo atacan como si fuera un extraño enemigo y los  acaban expulsando del grupo. Así, los jefes se aíslan y no hay quien les diga: “El Rey va desnudo”.

     No hay remedio fácil contra la estupidez como muestra la evidencia. Pero se podría  empezar por ser autocrítico: saber cuándo los prejuicios se sobreponen a los hechos y la razón; cuando la testarudez lleva a extremos que  pueden perjudicar a todos y a sí mismo.

     También ayuda abrirse a la crítica externa, no importa de donde venga. Saber escuchar y estar dispuestos a usar la razón por encima de los prejuicios. Dejar de creer en ideologías como acto de fe y cuestionar las ideas preconcebidas.

    La humildad y el reconocimiento de nuestras limitaciones son importantes, aspecto que enfatiza Carlos Llano en su libro “Humildad y Liderazgohttps://www.carlosllanocatedra.org/humildad-y-liderazgo-rese%C3%B1a).

     Pero lo más importante es no quedarse callado ante lo que se percibe como una estupidez. El silencio de los inteligentes es tanto o más dañino que las acciones de los estúpidos.

 

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