29 de agosto de 2020

CENTRALISMO DE NUEVO

 

Por: Octavio Díaz García de León.


   La idea: Desde que los aztecas dominaron Mesoamérica, el territorio que hoy es nuestro país ha sido gobernado desde la Ciudad de México. Ha habido rebeliones contra el dominio del centro y secesiones:  fallidas unas y exitosa otra, de estados de la república. Hoy nuevamente, algunos gobernadores se manifiestan contra las políticas dictadas desde el centro, pero no tienen la fuerza para contrarrestarlas.  

 

     La centralización del poder gubernamental en nuestro país, lleva ya siete siglos. Los aztecas fundaron su ciudad en 1321, en un islote en medio del lago de Texcoco, a la que llamaron “Ombligo de la Luna” o México y a partir de allí la convirtieron en el centro de su imperio.

   Tras la conquista, los españoles asentaron allí su capital, gobernando a la Nueva España desde el Palacio Virreinal, erigido sobre los restos del palacio de Moctezuma Xocoyotzin y donde hoy se encuentra el lujoso Palacio Nacional. En siete siglos, no solo se ha gobernado el territorio nacional desde la misma ciudad sino prácticamente desde el mismo predio, el cual abarca 40 mil m2 y es ahora residencia del presidente de la Republica.  

   Ya independiente, en la primera mitad del siglo XIX, México osciló entre la república federal y la república centralista. En esos vaivenes, se separó el estado de Texas mientras que Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Zacatecas y la península de Yucatán lo intentaron sin éxito.  Después de la intervención francesa, Juárez y Díaz consolidaron una república federal en el papel, pero en los hechos con un gobierno central poderoso dirigido desde Palacio Nacional. Juárez incluso vivió allí.

   A pesar de que la Revolución se originó en los estados, primero contra el gobierno de Díaz y luego contra el de Huerta, acabó consolidándose dos décadas después en un centralismo absoluto bajo el dominio del PRI, ejercido desde la Ciudad de México, periodo al que el historiador Krauze llamó la “Presidencial Imperial”.

    Esto cambió con la llegada de la alternancia en el poder. Los presidentes Fox y Calderón ya no tuvieron  una “Presidencia Imperial”, sino una presidencia acotada,  con un congreso adverso y con mayoría de gobernadores del PRI.

    Por ello, el centro de gravedad se trasladó en algunos aspectos a los estados y eso permitió que en 2012 el PRI volviera a ganar las elecciones presidenciales en un movimiento apoyado por los gobernadores de ese partido, encabezados por el del Estado de México, Peña Nieto, quien, sin embargo, ya no pudo consolidar una presidencia imperial.

    Hoy tenemos al presidente López Obrador, con un mandato poderoso que está fortaleciendo al centro como no se veía en muchos años, apoyado por una mayoría en el Congreso y en los estados. Ese mandato se logró mediante tres campañas presidenciales, años de recorrer todos los rincones del país y estar en contacto con gran parte de la población, lo cual le dio una enorme base de apoyo popular.   

    Recientemente un grupo de gobernadores provenientes de partidos de oposición han pedido un nuevo pacto fiscal para que los estados tengan acceso a más recursos y evitar que estos se vayan a proyectos que no benefician a la población de sus estados, como las enormes inversiones que se están haciendo en el sureste de México.

    Pero hay que recordar que la Cámara de Diputados, los representantes de los estados, son quienes asignan dichos recursos. Hoy en día, el partido del presidente es quien decide, porque así lo decidió la población con su voto y los recursos se irán a los proyectos del presidente y no a donde prefieran los gobernadores.   

    Los gobernadores se enfrentan a una pérdida de poder dictada por sus propios ciudadanos. Si quisieran inclinar la balanza hacia una mayor descentralización en la toma de decisiones, tendrían que disputar esa base de apoyo que tiene el presidente y ello eso solo se logra con gran cercanía a las personas, sensibilidad a los problemas locales y capacidad para dar buenos resultados.

   Negociar con el presidente una mayor descentralización, es solo reconocer quien tiene el poder de decisión sobre los asuntos que les interesan a los gobernadores. En lugar de seguir ese camino, donde no hay incentivos para ceder poder, deberían buscar ese apoyo entre sus gobernados, para elegir diputados que apoyen su visión descentralizadora.

  Por otra parte, hay dos aspectos peligrosos que buscan impulsar la descentralización y que habrá que evitar a toda costa: 1. La delincuencia organizada requiere que no haya intervención del centro para aprovecharse de las débiles estructuras locales y dominar las regiones donde opera y 2. El que gobiernos locales se conviertan en cleptocracias, con el fin de enriquecer a sus funcionarios, como ya ocurrió con un buen número de gobiernos estatales.  

    El poder se está concentrando nuevamente con fuerza en Palacio Nacional. Si se quiere un nuevo pacto federal, los estados y sus gobernadores tendrán que fortalecer sus propias instituciones y realizar una mejor labor para ganarse el apoyo de la población que hoy apoya, más bien, a un presidente popular.  

 

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