“Las leyes son como telarañas que atrapan
pequeñas moscas con mucho rigor, mientras que cualquier poder fuerte las
rompe.”
Rosenmüller
Por: Octavio Díaz García de León.
La idea: En el siglo
XVIII fue nombrado un Visitador por los reyes de España para combatir la corrupción en la Nueva España.
Hoy olvidado, Francisco de Garzarón hizo una gran labor y, si bien no logró erradicar la corrupción de
aquella época, hizo que un buen número de funcionarios fueran condenados por
andar en malos pasos. Hoy sería muy
apreciado un Fiscal Anticorrupción como él.
En su libro “Corrupción y Justicia en el México Colonial, 1650-1755” (https://books.google.com/books/about/Corruption_and_Justice_in_Colonial_Mexic.html?id=NE6PDwAAQBAJ ) el profesor
Christoph Rosenmüller hace un recuento
de lo que en aquél entonces se entendía como corrupción y los esfuerzos
que se hacían para combatirla.
De acuerdo con el autor, la corrupción estaba asociada principalmente
con la impartición de justicia y las arbitrariedades que se cometían
alrededor de ella. Esto sigue vigente,
pero con algunas diferencias importantes. Por ejemplo, en ese entonces era
normal la venta de puestos que se otorgaban sin importar la preparación o
capacidades técnicas de los aspirantes, lo cual no era considerado como corrupción.
Sin embargo, lo que sí se consideraba corrupción era dar los puestos a quien no tuviera los méritos
necesarios. Pero estos méritos no se entendían como ahora, sino que consistían
en ser de origen noble, tener sangre “limpia” (no mezclados con otras razas) y gozar
de buena reputación.
Se decía que, si no se tenían esos méritos, era más fácil que
los juzgadores se prestaran a malos manejos en la impartición de justicia. En realidad,
los nobles sin recursos protegían sus fuentes de ingresos y estaban
dispuestos a denunciar como corrupción la asignación de esos puestos a
advenedizos, que no eran nobles, pero sí tenían dinero.
Otro aspecto que difería de nuestro concepto de corrupción es
que los regalos dados a cambio de favores eran una práctica aceptable,
por considerarse un agradecimiento del favorecido hacia el impartidor de
justicia que lo había ayudado. Los regalos eran cuantiosos, pero nadie
veía nada malo en ello, sino que se entendía como una cortesía, aunque, desde luego,
influían en la decisión de la autoridad que recibía el regalo.
A pesar de estas situaciones que ahora pueden parecer extrañas, aunque
hace poco eran práctica corriente, existía mucha arbitrariedad en la
impartición de justicia, de tal forma que se convirtió en un escándalo
que llegó a oídos de las más altas autoridades en España, a finales del siglo
XVII y principios del XVIII. El sistema permitía que las denuncias fueran
recibidas y escuchadas, pero no se hacía
lo suficiente para castigar a los transgresores.
Es así como el rey Felipe V, la
reina Isabel Farnese y su ministro principal Giulio Alberoni, deciden enviar una visita general orientada
a reformar el sistema judicial de la América hispana y para ello
nombraron a un Visitador. Una especie de fiscal anticorrupción que tenía
por misión atender las numerosas denuncias que se recibían y castigar a los
culpables.
Para ello nombran al Visitador General Francisco de Garzarón
Vidarte quien inicialmente llegó a la Nueva España como Inquisidor de la
Santa Inquisición.
Originario de Pamplona, estudió en la Universidad de Sigüenza derecho
canónico e hizo carrera eclesiástica. Todavía le tocó como inquisidor realizar
quizá el último Auto de Fe realizado en la Nueva España, donde un fraile herético fue quemado vivo en
la hoguera.
A los reyes les gustaba escoger inquisidores para realizar visitas
generales, porque “conocían bien el procedimiento de investigación, recopilación
de evidencias, interrogar a sospechosos y evaluar su testimonio”. Así el Visitador
interrogó a cerca de 700 testigos y, como resultado de su Visita General, Garzarón
suspendió a 13 de los 19 jueces y fiscales y a 156 funcionarios entre 1719 y
1723.
A pesar de los trescientos años que nos separan de dicha Visita,
algunas lecciones útiles se podrían extraer de la actuación del Visitador
General Garzarón. Estas son: se nombró a un Visitador General con total independencia y autoridad sobre las
autoridades locales, pues estaba por encima del Virrey y, por tanto, le podía
pedir cuentas.
Se apoyaba en la voluntad política de los reyes para
acabar con los abusos; tenía la capacidad técnica de inquisidor que
le permitía allegarse de pruebas y elementos para llegar a la verdad; contaba con
la capacidad jurídica necesaria para llevar a buen término las sanciones
para condenar a los jueces y funcionarios corruptos, a pesar de la complejidad
jurídica que había en esa época. Era una persona con la dedicación,
honradez, integridad y reputación que le permitía llegar al fondo de los
asuntos sin corromperse ante las dádivas que le ofrecían.
Ojalá algunas de estas lecciones se pudieran aprovechar ahora para
combatir la corrupción a fondo. No se puede revivir al inquisidor Garzarón pero
sí se puede aprender mucho de su actuación.
http://www.heraldo.mx/tag/todo-terreno/ Twitter:
@octaviodiazg
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