Por: Octavio Díaz García de León
El presidente Trump pretende transformar, en cuestión de meses, el
orden geopolítico y comercial que Estados Unidos construyó durante más de ocho
décadas. No solo desató una guerra comercial de alcance global, con algunos
paralelismos con las políticas de hace cien años que derivaron en la Gran
Depresión, sino que busca abandonar el papel de potencia hegemónica que velaba
por la democracia y el orden capitalista mundial.
Entre los argumentos utilizados por la administración Trump para
justificar tales medidas se destacan los siguientes:
·
Reducir el déficit comercial. Supuestamente las
prácticas discriminatorias de comercio exterior de los países con los que
comercia Estados Unidos provocan un déficit que se pretende reducir, aunque se
omite que la balanza de servicios resulta favorable a este país.
·
Recuperar la pérdida de empleo manufacturero. Se busca revertir
la pérdida de empleos en el sector manufacturero, para un segmento de la
población menos calificada, desplazada
por el avance tecnológico y la externalización a países donde la producción
resulta más barata.
·
Reducción de la deuda pública. Se quiere
disminuir la enorme deuda de Estados Unidos para fortalecer a su economía, aunque
no le genera problemas a corto plazo, mientras el dólar siga siendo la moneda
de reserva mundial,
·
Disminución del gasto militar. Reducir la
inversión en defensa para rebajar la deuda y realizar un cambio geopolítico muy
importante al abandonar Estados Unidos su papel de garante de la seguridad de
las rutas marítimas, la globalización y de sus aliados.
Ante este diagnóstico, asesores de Trump tales como Stephen Miran y
Peter Navarro, impulsan el uso agresivo y generalizado de aranceles hacia todos
los países con los que comercia Estados Unidos.
Una vez aplicados, se clasificaría a los países en dos grupos: aquellos
que se alineen a los intereses estadounidenses y acepten las medidas, como México,
y aquellos que confronten a Estados
Unidos, como China. En este último caso, los aranceles que se han impuesto son
de un 145% para productos chinos, mientras que China impuso un 125% sobre
productos estadounidenses. Además, estos asesores proponen imponer un impuesto
sobre los intereses generados por los bonos del Tesoro americanos a sus
tenedores extranjeros.
Entre las consecuencias derivadas de estas políticas se señalan:
·
Retorno de empleos manufactureros. La reubicación de
algunas actividades productivas a Estados Unidos podría generar nuevos empleos en
sectores desplazados por la externalización, pero tardaría años el proceso y
encarecería los productos para el consumidor americano. También es posible que
esos nuevos empleos los tomen robots o programas de inteligencia artificial.
·
Medidas de represalia. Canadá, Europa y China
han tomado medidas para restringir la importación de productos estadounidenses
y otros países podrían hacer los ismo tratando de aislar a Estados Unidos.
·
Reconfiguración de las cadenas globales de
suministro. Estados Unidos podría intentar lograr una mayor autosuficiencia, pero
el cambio de las cadenas de suministro globales implicaría costos elevados y un
proceso de ajuste prolongado.
·
Impacto inflacionario. Los aranceles se
traducen en costos adicionales para los consumidores, funcionando como un nuevo
impuesto que podría alcanzar billones de dólares, afectando el poder
adquisitivo de los estadounidenses.
·
Desestabilización de mercados financieros. La incertidumbre
generada por estas medidas provoca importantes caídas en las bolsas de valores,
afectando a millones de ahorradores, especialmente pensionados, que invierten en el mercado de acciones.
·
Nuevas tensiones internacionales. Las ambiciones
territoriales de Estados Unidos hacia Canadá, Groenlandia y el Canal de Panamá,
y el dejar a Rusia invadir a sus vecinos, incrementan el riesgo de conflictos
internacionales.
·
Pérdida del estatus del dólar como moneda de
reserva. Estas medidas debilitan la confianza en el dólar, arriesgando a que la
enorme deuda estadounidense se vuelva impagable al no estar dispuestos los
países agraviados por Estados Unidos a prestarle dinero.
Ante la reacción mundial y el daño que se ocasiona a los Estados
Unidos, Trump pospuso 90 días la aplicación de los aranceles extraordinarios a
aquellos países que no adoptaron medidas de represalia. No obstante, de
continuar esta estrategia, podría
desencadenar una crisis política interna y la pérdida del respaldo de los
empresarios más poderosos que lo apoyaron, además de las enormes repercusiones
que tendrá el trastocar el orden comercial internacional.
En cuanto a México, al someterse a las demandas de Estados Unidos sin
adoptar represalias, ha logrado limitar el impacto de los aranceles al
colocarse en niveles relativamente más bajos que otros países. Esto podría hacer
que renazcan los proyectos del “nearshoring”, a medida que Estados Unidos
intenta reconfigurar sus cadenas de suministro y fortalecer la manufactura
local, aunque los niveles de aranceles impuestos a México ya le causan un grave
perjuicio.
La situación es extremadamente volátil debido a la incertidumbre por
los cambios constantes de Trump a sus políticas y, de continuar su guerra
comercial, aumentará el riesgo de una recesión mundial.