10 de noviembre de 2025

MICHOACÁN: UN ESTADO ENLUTADO POR LA DESCOMPOSICIÓN SOCIAL

 

Por: Octavio Díaz García de León


    El homicidio del presidente municipal de Uruapan, Carlos Manzo, provocó una profunda indignación en Michoacán y reverberó a nivel nacional e internacional. Su muerte —junto con la del líder limonero Bernardo Bravo —evidencia el grado de descomposición social y el avance del crimen organizado en territorios que deberían ser gobernados por el Estado.  

 Un alcalde confrontado con la inseguridad

    Manzo se caracterizó por un discurso y una práctica de enfrentamiento a la delincuencia en su municipio. Su llamado de auxilio a instancias federales no encontró respuesta efectiva; esa soledad institucional expone la debilidad de los gobiernos locales frente a la violencia. Era, además, una figura con trayectoria política diversa: ligado al PRD y a MORENA, fue parte del grupo que apoyó a Marcelo Ebrard en su precampaña presidencial. Ganó la alcaldía como candidato independiente y desplegó un programa local con medidas de seguridad y sociales, tales como farmacias con medicamentos gratuitos.

 Cambio en la economía del crimen

    Históricamente, la actividad delictiva en México se concentró en el trasiego de drogas hacia Estados Unidos. En años recientes se han diversificado: grupos criminales han incorporado actividades como el robo de combustible, el huachicol fiscal y, de manera creciente, la extorsión y el cobro de piso a comerciantes y pequeñas empresas. Según el INEGI, se cometieron 747,000 delitos de extorsión a empresas en 2023 y es una de las formas de victimización que más ha crecido en los últimos años.

 Pequeños empresarios como víctimas

    La extorsión no solo es el pago de piso: somete al pequeño empresario a pagar por producir, vender o transportar; a comprar insumos de proveedores impuestos y a vender en condiciones controladas por los grupos criminales. Esa presión erosiona el tejido productivo local y desplaza la lógica del mercado hacia una economía de cuotas forzadas. Eso sucede de manera destacada en Michoacán, aunque también en el Estado de México.

 Captura del poder municipal

    El control del territorio pasa también por la captura de autoridades. Los grupos delictivos imponen o condicionan la designación de alcaldes y mandos policiales; e incluso desvían presupuestos municipales.  Esa penetración institucional convierte al municipio en el eslabón más vulnerable de la cadena de seguridad pública: un alcalde aislado y valiente, por sí solo, tiene capacidad limitada para romper redes criminales que cuentan con recursos, armamento y protección interestatal y corre graves riesgos como ya se vio.

 No a la guerra al narco

    La presidenta Sheinbaum dijo recientemente que “Regresar a la guerra contra el narco no es opción” y propone a cambio, que prevalezca el estado de derecho. Pero esto puede resultar ingenuo ante la incapacidad del Estado mexicano y la agresividad de los cárteles. Es mejor plantear que el país se enfrenta a un problema de seguridad nacional que requiere un estado de excepción y que una guerra de baja intensidad como la que vivimos se debe combatir con las mismas armas y reglas que se requieren en una guerra de este tipo. 

 Romper las complicidades: prioridad estratégica

    Un punto de partida ineludible es combatir la corrupción y las complicidades que permiten la impunidad: investigar y sancionar a funcionarios corruptos, transparentar el manejo de recursos, y fortalecer mecanismos de rendición de cuentas. Un programa serio de combate a la corrupción debilitaría una de las bases de apoyo del crimen organizado y restauraría la confianza ciudadana.

 El riesgo de la autodefensa

    Cuando el Estado se percibe incapaz, la población puede optar por fórmulas de autodefensa como las que se han experimentado en Michoacán. Esa opción, comprensible desde la desesperación, conlleva riesgos graves: tardarían en organizarse, pero pueden escalar las armas y la violencia a niveles comparables al de los grupos criminales, y erosionar aún más el monopolio legítimo de la fuerza que debe residir en el Estado. La disputa por territorios y rentas descendería a una lógica de confrontación con consecuencias humanitarias y económicas devastadoras.  

 Hacia un enfoque de seguridad nacional

    El asesinato de Carlos Manzo es, más que un hecho aislado, un síntoma de un problema estructural: la penetración del crimen en ámbitos locales y la persistente fragilidad de las instituciones. El desafío requiere una lectura de seguridad nacional. La estrategia debe incluir: desarticulación financiera y logística de las organizaciones criminales; fortalecimiento institucional: autonomía y capacidad operativa de municipios, coordinación efectiva entre órdenes de gobierno y depuración de cuerpos policiacos: programas de desarrollo y sustitución de economías ilícitas en regiones afectadas; transparencia y sanción contra servidores públicos corruptos que facilitan la criminalidad. De lo contrario, la violencia continuará cobrando vidas y dejando territorios fuera del control del Estado hasta convertir al país en un narcoestado.

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