21 de octubre de 2025

HACE FALTA RESPETAR LA PRESUNCIÓN DE INOCENCIA

                                                                                             Por: Octavio Díaz García de León


    México parece sumergido en una ola interminable de casos de corrupción. Cada día, los medios y las redes sociales difunden denuncias, investigaciones o presuntos escándalos que apuntan a servidores públicos y políticos.
Sin embargo, hay un gran problema: casi nunca sabemos en qué terminan esas acusaciones. ¿Fueron los señalados realmente culpables o los tribunales los exoneraron? Esa falta de cierre daña tanto la credibilidad de la justicia como la reputación de las personas involucradas.

 La presunción de inocencia es importante

      Nuestra Constitución protege un principio esencial: toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Eso significa que, mientras un juez o autoridad no determinen la culpabilidad, nadie debería ser tratado como delincuente o culpable de una falta administrativa. Entre una denuncia y una sentencia o resolución firme, hay un largo camino que muchas veces se olvida en el debate público.

 El daño reputacional: una condena anticipada

     Cuando se condena a alguien en la opinión pública antes de que finalice un proceso judicial o administrativo y la resolución o sentencia haya quedado firme, el daño puede ser irreversible y sumamente injusto. La reputación de una persona puede quedar destruida, aun si más tarde se demuestra su inocencia.

     Desafortunadamente el espacio público —medios, redes, conversaciones digitales— se ha convertido en un tribunal extralegal. Aunque las evidencias contra una persona sean abrumadoras, las instancias que deben dilucidar si alguien es culpable no son los foros públicos, sino las autoridades competentes. Pero hoy, muchos periodistas, opinadores y usuarios de redes actúan como si fueran juzgadores autorizados.

  Entre la corrupción real y la sospecha

     No se trata de defender a maleantes, se trata de que antes de afirmar que lo sean, las autoridades hayan determinado que en verdad son culpables. No todos los casos que circulan en los medios son iguales: hay denuncias que sí revelan actos e-videntes de corrupción, como contratos asignados a empresas fantasma; otras veces se trata de conductas éticamente cuestionables pero no ilegales, como viajes al extranjero o sueldos altos que, sin embargo,  cumplen con toda la normatividad;  finalmente, hay acusaciones que responden a venganzas políticas o personales, aprovechando que basta con señalar a alguien para convertirlo, ante la opinión pública, en “corrupto” o culpable de cualquier falta o delito.

Cuando la política usa la calumnia

    Hemos visto cómo funcionarios o figuras públicas usan las acusaciones como arma política. Por ejemplo, recientemente el exsecretario ejecutivo del Sistema Nacional Anticorrupción tuvo que renunciar a un cargo en la Suprema Corte de Justicia de la Nación para poder defenderse por la vía legal, de unas acusaciones públicas en su contra. Pero este caso no es la excepción. Cada vez es más común este modus operandi: acusar a servidores públicos,  mientras reporteros imprudentes y usuarios de redes amplifican el escándalo,  acabando por convertirse en instrumentos de la calumnia.

 La urgencia de una justicia más rápida

     Habría que poner un alto a estas prácticas que no ayudan a abatir la corrupción y que en ocasiones destruyen vidas y carreras de funcionarios públicos. Frente a esta situación, hace falta más responsabilidad periodística y más eficacia institucional. Los medios deben verificar y dar el beneficio de la duda ante la posible inocencia de los denunciados,  antes de publicar notas que los presentan como culpables; las redes deberían tener filtros contra acusaciones sin sustento; y, sobre todo, las autoridades deben actuar con rapidez y transparencia.

     Ante esta avalancha de acusaciones que vemos todos los días, las autoridades deben informar de sus investigaciones, cuando se hacen públicas,  sin afectar al desarrollo de las mismas y,  sobre todo,  deben acelerar sus procesos para tener resoluciones y sentencias expeditas, las cuales permitan sancionar a los culpables y exoneren y libren de mancha a quienes resultan inocentes.

 El costo de la lentitud judicial

     La lentitud de la justicia mexicana genera impunidad, pero también daño moral. Una acusación falsa, aun sin consecuencias legales, deja rastros en Internet, afectando familias, carreras y honra. Calumnias y difamaciones también son delitos, pero rara vez se persiguen con la misma energía que las denuncias espectaculares.

 Hacia una cultura de responsabilidad

     Necesitamos un cambio de cultura: distinguir entre un presunto culpable y un culpable comprobado. Los periodistas deben recuperar su papel como garantes de la verdad, no como amplificadores del escándalo. Las autoridades deben demostrar que la justicia puede ser rápida, imparcial y eficaz. Solo así México dejará de ser un país donde las acusaciones pesan más que las sentencias, y donde la justicia —en lugar del rumor— sea la que tenga la última palabra.

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