17 de mayo de 2014

NUEVA CIVILIZACIÓN, VIEJA HISTORIA


 
 
                                                                                                                    @octaviodiazg
 

       Después de  los abusos de Hernán Cortés hacia Moctezuma quien lo había recibido a él y sus escasos soldados pensando que eran dioses, el emperador azteca, preso de los españoles, es muerto a pedradas por su propia gente. Los españoles huyen dejando una estela de muertos y oro perdido en la “Noche Triste”. Pero la ambición de Cortés y sus habilidades para unir a todos los enemigos de los aztecas lo hacen regresar para ponerle sitio a México-Tenochtitlán. El 13 de mayo de 1521 ayudado por más de 25,000 indios tlaxcaltecas ponen sitio a la ciudad. Durante tres largos meses los aztecas encabezados por Cuauhtémoc, el último rey de ese pueblo da una fiera batalla contra sus enemigos. El hambre, la falta de agua y sobre todo la terrible viruela que han traído los españoles y que ellos mismos se encargan de difundir al darse cuenta de la enorme mortandad que produce entre sus enemigos - quizás el primer uso de armas biológicas en la historia - acaba por derrotar a los aztecas. En esos tres meses de sitio, relata Bernal Díaz del Castillo, domina el terrible ruido que producían día y noche los sitiados: gritos, ruido de tambores, caracoles, cornetas como trompetas; todo lo cual  espanta a los soldados españoles que ven tanta fiereza en los aztecas y quienes se defienden desesperadamente. Especialmente aterran los sonidos que venían  del Templo Mayor en el centro de la ciudad, coronado por los templos gemelos dedicados uno a Tláloc y otro a  Huitzilopochtli;  frente al templo de Tláloc un Chac Mool y a su lado  la piedra de los sacrificios donde continuamente eran sacrificados los soldados capturados. Los españoles veían con horror como a sus compañeros les arrancaban el corazón y luego eran arrojados sus cuerpos escaleras abajo para ser comidos al pie del templo  en medio de gritos y ruidos terribles.

       El 13 de agosto de 1521 ya derrotados, Cuauhtémoc intenta escapar en una piragua y es hecho prisionero por los españoles y llevado ante Cortés a quien le dice: “Señor Malinche, ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad; y no puedo más, y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma ese puñal que tienes en la cinta y mátame luego con él”. Cortés por supuesto no lo mata; lo humilla y tortura  para pedirle que le entregue el oro que según él esconde,  hasta que después de algunos meses finalmente lo mata traicioneramente.

 

       Bernal Díaz del Castillo dice que al saberse de la captura de Cuauhtémoc el ruido crece por toda la ciudad y súbitamente, lo más asombroso, lo más impactante para el conquistador: el silencio completo, total, avasallador. La civilización azteca y con ella toda la civilización indígena de México ha muerto. Para siempre. Una civilización sofisticada con una extraordinaria estructura social, religiosa, cultural y muchas cosas admirables, por encima aún de los pueblos europeos, se extinguía sin remedio.  Podríamos usar las últimas líneas del gran poema de  T.S. Eliot, “Los Hombres Huecos” para describir ese final dramático e inesperado:

 

“Esta es la forma como acaba el mundo

No con un trueno sino con un quejido.”

(Mi traducción)

 

      El escritor francés J.M.G. Le Clézio – Premio Nobel de Literatura -  da cuenta de las horas finales del imperio azteca en su libro extraordinario “El Sueño Mexicano o el pensamiento interrumpido” que se los recomiendo mucho.

 

    ¿Qué movía a los españoles a actuar con tanta saña contra los grandes pueblos  indígenas mexicanos, el purépecha, el azteca, el maya? Quizá lo que llamaríamos hoy “shock cultural” por ser una civilización tan distinta de la suya y tan avanzada; una religión y un pensamiento mágico basados en la sangre y el sacrificio que les debió haber parecido aberrante; el culto a unos ídolos sanguinarios que chocó contras sus propias creencias y supersticiones; una enorme ignorancia – no eran más que parias y soldados ignorantes huyendo de la pobreza de su patria – pero sobre todo una ambición desmedida por el oro y la plata. El sueño de todos ellos era el tener posesiones materiales, ser ricos  y no trabajar. Esclavizar a otros para ellos poder disfrutar del ocio y la riqueza sin importar el costo humano. Ese es el sueño del conquistador de cualquier nacionalidad y se repitió en todos los imperios  construidos a base de la destrucción y esclavitud de otros pueblos.

 

       Las formas de conquista hoy en día son más sutiles, pero los móviles son los mismos: acumular riqueza, no trabajar, vivir a costa de otros. La humanidad no ha cambiado. La conquista hoy ya no implica derribar construcciones o destruir las civilizaciones de la manera burda como se hizo con los indígenas de América. Se trata de anular a las personas calladamente a través de la supresión del pensamiento crítico, de la idiotización, de la manipulación.

 

      Hoy presenciamos el “El Fin de la Historia” no como lo esperaba Fukuyama, para dar paso a la libertad y la democracia, sino para  entrar de lleno en  una civilización sustentada en el espectáculo y el consumo que promueve la acumulación de dinero y cosas materiales. Los nuevos conquistadores son los pocos que en verdad tienen la riqueza y detentan el poder sobre una  gran mayoría que solo sueña con tener acceso a ello. Mientras, la civilización del pensamiento crítico y creativo está  sitiada en medio del ruido, agonizando.                                               

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