Después
de los abusos de Hernán Cortés hacia
Moctezuma quien lo había recibido a él y sus escasos soldados pensando que eran
dioses, el emperador azteca, preso de los españoles, es muerto a pedradas por
su propia gente. Los españoles huyen dejando una estela de muertos y oro
perdido en la “Noche Triste”. Pero la ambición de Cortés y sus habilidades para
unir a todos los enemigos de los aztecas lo hacen regresar para ponerle sitio a
México-Tenochtitlán. El 13 de mayo de 1521 ayudado por más de 25,000 indios
tlaxcaltecas ponen sitio a la ciudad. Durante tres largos meses los aztecas
encabezados por Cuauhtémoc, el último rey de ese pueblo da una fiera batalla
contra sus enemigos. El hambre, la falta de agua y sobre todo la terrible
viruela que han traído los españoles y que ellos mismos se encargan de difundir
al darse cuenta de la enorme mortandad que produce entre sus enemigos - quizás
el primer uso de armas biológicas en la historia - acaba por derrotar a los
aztecas. En esos tres meses de sitio, relata Bernal Díaz del Castillo, domina el
terrible ruido que producían día y noche los sitiados: gritos, ruido de tambores,
caracoles, cornetas como trompetas; todo lo cual espanta a los soldados españoles que ven tanta
fiereza en los aztecas y quienes se defienden desesperadamente. Especialmente aterran
los sonidos que venían del Templo Mayor en
el centro de la ciudad, coronado por los templos gemelos dedicados uno a Tláloc
y otro a Huitzilopochtli; frente al templo de Tláloc un Chac Mool y a
su lado la piedra de los sacrificios donde
continuamente eran sacrificados los soldados capturados. Los españoles veían
con horror como a sus compañeros les arrancaban el corazón y luego eran
arrojados sus cuerpos escaleras abajo para ser comidos al pie del templo en medio de gritos y ruidos terribles.
El
13 de agosto de 1521 ya derrotados, Cuauhtémoc intenta escapar en una piragua y
es hecho prisionero por los españoles y llevado ante Cortés a quien le dice:
“Señor Malinche, ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad; y no
puedo más, y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma ese
puñal que tienes en la cinta y mátame luego con él”. Cortés por supuesto no lo
mata; lo humilla y tortura para pedirle
que le entregue el oro que según él esconde, hasta que después de algunos meses finalmente
lo mata traicioneramente.
Bernal
Díaz del Castillo dice que al saberse de la captura de Cuauhtémoc el ruido
crece por toda la ciudad y súbitamente, lo más asombroso, lo más impactante
para el conquistador: el silencio completo, total, avasallador. La civilización
azteca y con ella toda la civilización indígena de México ha muerto. Para
siempre. Una civilización sofisticada con una extraordinaria estructura social,
religiosa, cultural y muchas cosas admirables, por encima aún de los pueblos
europeos, se extinguía sin remedio. Podríamos
usar las últimas líneas del gran poema de T.S. Eliot, “Los Hombres Huecos” para
describir ese final dramático e inesperado:
“Esta
es la forma como acaba el mundo
No
con un trueno sino con un quejido.”
(Mi
traducción)
El
escritor francés J.M.G. Le Clézio – Premio Nobel de Literatura - da cuenta de las horas finales del imperio
azteca en su libro extraordinario “El Sueño Mexicano o el pensamiento
interrumpido” que se los recomiendo mucho.
¿Qué
movía a los españoles a actuar con tanta saña contra los grandes pueblos indígenas mexicanos, el purépecha, el azteca,
el maya? Quizá lo que llamaríamos hoy “shock cultural” por ser una civilización
tan distinta de la suya y tan avanzada; una religión y un pensamiento mágico
basados en la sangre y el sacrificio que les debió haber parecido aberrante; el
culto a unos ídolos sanguinarios que chocó contras sus propias creencias y
supersticiones; una enorme ignorancia – no eran más que parias y soldados
ignorantes huyendo de la pobreza de su patria – pero sobre todo una ambición
desmedida por el oro y la plata. El sueño de todos ellos era el tener
posesiones materiales, ser ricos y no
trabajar. Esclavizar a otros para ellos poder disfrutar del ocio y la riqueza
sin importar el costo humano. Ese es el sueño del conquistador de cualquier
nacionalidad y se repitió en todos los imperios
construidos a base de la destrucción y esclavitud de otros pueblos.
Las
formas de conquista hoy en día son más sutiles, pero los móviles son los
mismos: acumular riqueza, no trabajar, vivir a costa de otros. La humanidad no
ha cambiado. La conquista hoy ya no implica derribar construcciones o destruir
las civilizaciones de la manera burda como se hizo con los indígenas de América.
Se trata de anular a las personas calladamente a través de la supresión del
pensamiento crítico, de la idiotización, de la manipulación.
Hoy
presenciamos el “El Fin de la Historia” no como lo esperaba Fukuyama, para dar
paso a la libertad y la democracia, sino para entrar de lleno en una civilización sustentada en el espectáculo
y el consumo que promueve la acumulación de dinero y cosas materiales. Los
nuevos conquistadores son los pocos que en verdad tienen la riqueza y detentan
el poder sobre una gran mayoría que solo
sueña con tener acceso a ello. Mientras, la civilización del pensamiento crítico
y creativo está sitiada en medio del ruido,
agonizando.
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