Por: Octavio Díaz García de León.
“¿Quiénes son nuestros amigos? ¿Quiénes son nuestros
enemigos?
Estas son las preguntas principales de la revolución.”
Mao Zedong
La idea: Algunos gobernantes
han causado grandes daños a sus pueblos por aplicar ideologías que no
funcionan. El ejercicio de gobierno para ser exitoso debe ser racional y en
constante contraste con la realidad para ratificar o rectificar las políticas públicas.
Aplicar ideologías sin ninguna consideración por ver si funcionan o no, puede
resultar en grandes tragedias. Un caso lamentable fue el régimen maoísta en
China.
En un libro reciente de Frank Dikötter “La Revolución Cultural: Una historia del pueblo, 1962-1976”, el
volumen final de su trilogía sobre el gobierno de Mao Zedong en China, hace un recuento de la llamada “Revolución Cultural”
desde el punto de vista de decenas de participantes que la sufrieron.
La Revolución Cultural surge a raíz de los estragos que causó el “Gran Salto Adelante”, un programa que
pretendía acelerar el paso del socialismo al comunismo en China y el cual
ocasionó la muerte por hambre a más de 40 millones de personas,
convirtiendo a Mao en uno de los más grandes genocidas del siglo XX, junto con Stalin,
Hitler y Pol Pot.
Ante el gran fracaso de dicho programa y acosado por la paranoia que acecha a los grandes
dictadores, Mao decide lanzar la Revolución Cultural como una
forma de deshacerse de sus supuestos enemigos políticos que él veía
atrincherados en la burocracia del Partido Comunista y en los altos
funcionarios del gobierno.
La idea era castigar a
las élites, humillarlas, mandarlas al campo a que los reeducaran
los campesinos. Estas élites estaban formadas por la inteligencia del país como
científicos, intelectuales, investigadores, profesores universitarios y altos
funcionarios de la burocracia y el Partido Comunista a quienes veía como una
amenaza y a quienes acusaba de no ser suficientemente revolucionarios,
que en este caso significaba, suficientemente adeptos al culto a Mao.
El resultado también fue catastrófico, pues se estima murieron
alrededor de 5 millones de personas en esta “Revolución”.
Para llevar a cabo esa Revolución, fomentó la formación de
los llamados guardias rojos, en su
gran mayoría jóvenes estudiantes citadinos a los que les dio la tarea de acusar
y castigar a quienes etiquetaban como reaccionarios, revisionistas, capitalistas
o conservadores, quienes solo eran enemigos en la imaginación enfermiza de Mao
y sus secuaces.
Para ello, fue ayudado por el grupo de sicofantes que le
acompañaban en el gobierno, entre ellos su
propia esposa y otros colaboradores que luego serían defenestrados y conocidos
como la Banda de los Cuatro.
La Revolución Cultural fue tan brutal que pronto se
cayó en una guerra civil donde
distintos bandos aprovechaban el desorden para deshacerse de sus
adversarios. Inicialmente el ejército
protegía a los guardias rojos hasta que se salieron de control y tuvo que hacerlos
volver al redil.
Recuperado el control de la Revolución, bajo el liderazgo del
ministro de defensa Lin Biao, el ejército tomó un papel
preponderante en el gobierno de China, aspecto que Mao vio con desconfianza, hasta
que se produjo la muerte en circunstancias misteriosas de Lin Biao,
cuando ya había caído en desgracia.
El pueblo chino fue lo suficientemente resiliente para salir adelante y de acuerdo con el autor, la propia
Revolución Cultural tuvo el efecto inesperado de ser el fin del sistema económico comunista para dar paso al capitalismo
que hoy en día ha hecho de China una de las potencias más grandes del mundo.
Lo único que logró salvar Deng Xiaoping de la debacle económica, política y social que
provocó el régimen maoísta, fue el que el Partido Comunista siguiera a
cargo del país con mano férrea. Pero los demás principios ideológicos,
especialmente los económicos, pasaron a mejor vida con la muerte de Mao.
Una de las grandes lecciones de este experimento infame con
el pueblo de China es que las ideologías
aplicadas como recetas de cocina sin
tener presente el contexto y la realidad de las sociedades pueden ocasionar
enormes tragedias.
La otra lección es que el culto a la personalidad que llegó a extremos cuasi religiosos en la
adoración a Mao, puede resultar
costosísima para un país, al ponerse en manos de megalómanos capaces de enviar
a la muerte sin remordimientos a millones de personas.
Al final, una vez muerto Mao, triunfaron los moderados quien, como Zhou Enlai, habían propuesto las 4 modernizaciones del país y que
con éxito llevó a cabo Deng Xiaoping y sus sucesores.
Si bien el comunismo ha sido superado en la actualidad a partir
de la caída del Muro de Berlín y en China, gracias al capitalismo que impulsan
sus dirigentes, también es cierto que el neoliberalismo ha entrado en
crisis en países como Chile, Argentina, Ecuador, Colombia, Estados Unidos, Gran
Bretaña y otros.
Quizá lo que se requiere es adoptar medidas racionales para
gobernar sin importar las ideologías y privilegiar aquellas políticas que, con
hechos, demuestren que traen bienestar a la mayoría de la población.
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