Por: Octavio Díaz García de León
Donald Trump inició su campaña presidencial en junio de 2015 con un
discurso de odio hacia los mexicanos. Desde entonces no ha hecho más que
reiterarlo. Desde su amenaza de construir un muro entre los dos países y decir
que lo van a pagar los mexicanos hasta hacer que Estados Unidos se salga del
Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN). Al finalizar la
cuarta ronda de negociaciones del TLCAN, está a punto de lograrlo y tratará de
echarnos la culpa, ya que están proponiendo cláusulas que resultan inaceptables
tanto para Canadá como para México. Mientras tanto, la construcción del muro
avanza, todavía pagado por los americanos, pero no tardará en intentar que lo
pague nuestro país.
Por más que nos quieran vender la idea de que no cumplirá sus amenazas,
de que en el fondo es puro bluff, de que son tácticas de negociación, o
de que escuchará razones, lo cierto es que Trump odia a México y a los
mexicanos y seguirá hasta donde pueda llegar.
Lo peor que podemos hacer es engañarnos y pensar que en el fondo es una buena
persona. Pero esto no quiere decir que representa lo que piensa la mayoría de
los americanos. Su posición refleja el odio de una minoría racista que se ha
apoderado de las conciencias de americanos blancos, pobres, con poca educación
y que son presa fácil de su discurso racista y populista. Es tiempo de buscar a
los aliados de México en aquel país para estrechar relaciones entre ambos
pueblos, no entre gobiernos.
Las relaciones entre los dos países no han sido fáciles desde que somos
naciones independientes. Sin embargo, a raíz de la firma del TLCAN vivimos una
especie de luna de miel. Hay que recordar que Estados Unidos, cuando era
presidente Clinton, evitó que México entrara en suspensión de pagos a raíz de
la debacle de 1994, cuando el gobierno de Salinas de Gortari dejó una deuda que
se volvió impagable para su sucesor el presidente Zedillo y que ocasionó una
enorme devaluación del peso, desató una terrible inflación y ocasionó la
quiebra de los bancos, mientras que cientos de miles de personas perdieron sus
viviendas por volverse impagables los créditos.
No es que Estados Unidos se haya portado como hermana de la caridad al
rescatar a México, ya que el dinero prestado estaba respaldado con ingresos
petroleros los cuales quedaron hipotecados hasta que se solventó dicha deuda.
El resto de la historia ya la conocen: el rescate de los bancos se convirtió en
el FOBAPROA, que seguiremos pagando por muchos años y la banca se quedó en
manos de extranjeros en su mayor parte. Pero, por lo menos, hubo apoyos
concretos de los americanos ante los problemas auto infligidos por los malos
manejos de los gobiernos mexicanos de aquél entonces.
Antes del TLCAN, veníamos de décadas de una relación distante y muy
difícil que retrató muy bien el periodista Alan Riding en su libro escrito a principios
de la década de los ochenta y que llamó “Vecinos Distantes”. Curiosamente, los
problemas que él describió, siguen siendo prácticamente los mismos: el
narcotráfico; la corrupción; la emigración ilegal de mexicanos a Estados
Unidos; el petróleo, entre otros. Poco se ha resuelto de los problemas
bilaterales desde entonces.
Estados Unidos se está transformando de manera importante. Existe un
asalto al poder por parte de grupos empresariales conservadores que han impulsado
una agenda que beneficia a sus intereses en detrimento de la mayoría de los
americanos incluyendo una agenda racista y antiinmigrante. Han sido lo suficientemente
hábiles para comprar conciencias y modificar la opinión pública a su favor
haciendo uso de los enormes recursos económicos con los que cuentan. Trump es
un buen ejemplo de estos intereses.
Afortunadamente, quienes apoyan esta agenda radical, aún son una
minoría. Por ello, la sociedad civil mexicana debe tender puentes con los
amigos que tiene en ese país. Lo importante ya no es la relación entre
gobiernos, que siempre ha sido difícil, sino una relación directa entre las dos
sociedades incluyendo a la comunidad americana radicada en nuestro país y a los
turistas que vienen de allá.
En cuanto a la relación entre gobiernos, se debe poner toda la agenda
bilateral en la mesa de negociación, no solo la comercial. Si Trump quiere
perjudicarnos, habrá que dejar de cooperar en todos los temas sensibles para
los americanos. Por ejemplo, terminar con la Iniciativa Mérida y las acciones conjuntas
contra el narcotráfico; endurecer la frontera para evitar el paso de armas;
perseguir el lavado de dinero para debilitar las redes de suministro de armas; expulsar
a las decenas de agentes anti drogas que
operan en nuestro territorio; prohibir el uso de sus equipos de inteligencia
aquí; detener la cooperación para frenar
la inmigración ilegal de Centroamericanos; y dejar de alinearnos con las posiciones de aquél país en materia de
relaciones exteriores (Caso Corea del Norte). Si el gobierno de Estados Unidos
ha dejado de ser amigo del nuestro, es tiempo también de reenfocar la relación
entre gobiernos, pero en paralelo, fortalecer los vínculos entre ambas sociedades
porque como vecinos, es más lo que nos une que lo que nos separa.
Las
opiniones vertidas en esta columna son exclusivamente a título personal y no
representan puntos de vista de ninguna institución.
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