LA
SILLA ROTA
Por: Octavio Díaz García de León
@octaviodiazg
El sismo
del pasado 19 de septiembre tocó una fibra muy sensible en la capital, por
ocurrir precisamente en el 32 aniversario del terremoto de 1985 y por los daños
que provocó, que, si bien no fueron tan importantes como los de aquel año, sí
fueron significativos. La respuesta de la población de la ciudad de México
(CDMX) nuevamente fue admirable y los sitios de desastre se vieron rebasados
por el número de voluntarios que acudieron. Las historias de heroísmo, entrega
y participación se repitieron nuevamente. De igual forma, la ayuda empezó a
fluir de manera generosa de todas partes de la ciudad y del resto de la
república. Sin embargo, una vez más se notó
que no existe un protocolo adecuado para atender este tipo de emergencias y las
autoridades dieron muestra de improvisación, falta de equipo adecuado y no
supieron que hacer con la avalancha de donativos y voluntarios.
Ahora
sigue el largo proceso de rehacer la vida de todos los afectados física y
emocionalmente y el encontrar a los responsables de los daños en inmuebles, que
pudieron ser evitables. Nuevamente el
protagonista más dañino en las tragedias de los inmuebles derrumbados o
afectados sigue siendo la corrupción. El cambio de uso de suelo que han
permitido los gobiernos en turno, con el consecuente aumento de densidad
poblacional, ha generado gran cantidad de construcción de edificios sin asegurar
el acceso a servicios, vialidades, estacionamientos y en algunos casos, sin
respetar las normas de construcción. Sobre
esto último, la Procuraduría de la CDMX ya abrió más de 140 investigaciones para
deslindar responsabilidades, pero mientras no se detenga el crecimiento
desmedido de la ciudad, no haya mecanismos para erradicar la corrupción y
supervisar adecuadamente las obras, las tragedias seguirán ocurriendo.
Hace
algunas semanas la delegada de Tlalpan, Claudia Sheinbaum, en una plática dentro
de un foro cerrado, decía que en su delegación estaba erradicada la corrupción.
Ante el derrumbe de una escuela que tenía irregularidades en la construcción, causando
la muerte de 32 niños y 5 adultos y otros edificios como el Campus del
Tecnológico de Monterrey que fueron afectados en su demarcación, tendrá que revisar
si verdaderamente su delegación está libre de corrupción. Y eso mismo tendrán que hacer otros delegados
y el propio gobierno de la CDMX, ante tantas muestras de irregularidades.
La Dra.
Ana Lucía Hill, experta en materia de protección civil, me decía hace tiempo que
el origen de estas tragedias está en
permitir asentamientos en lugares de alto riesgo. Por ejemplo, en el lecho
de un río aparentemente seco, en la ladera de un cerro sin estabilidad de suelo,
en una barranca, o como la CDMX, en una zona que fue un lago y tiene ahora un
suelo fangoso y poco estable, que además es muy propensa a sufrir terremotos e
inundaciones, está en un valle que acumula contaminación que mata en el largo
plazo y al pie de una zona volcánica, por lo que es inevitable que ocurran
tragedias como la que acabamos de vivir. Ir contra la naturaleza tiene su costo
y desafortunadamente la zona
metropolitana de la CDMX con sus 20 millones de habitantes es un área de alto
riesgo y solo es cuestión de tiempo de que ocurra una tragedia mayor.
Por lo pronto el costo de reparación de los daños causados en CDMX y
los demás estados afectados se estima en alrededor de 40 mil millones de pesos,
mismos que sin necesidad de pasar por las discusiones absurdas que se han dado
en estos días entre los partidos políticos, pueden salir del presupuesto 2018
que asciende a 5.2 billones de pesos ya que solo representa el 0.8% del mismo.
Sin embargo, ahora el reto será usar mejor esos recursos y no es reconstruyendo
en los mismos lugares afectados como se aprovechará mejor el dinero.
La CDMX está en el límite de sustentabilidad
desde hace décadas. Por ello y por el riesgo que representa vivir en esta
ciudad, debería pensarse en un agresivo programa de descentralización. El
gobierno federal debería poner el ejemplo y enviar secretarías y paraestatales
fuera de la CDMX. Por ejemplo, ahora que se afectó la sede de la Secretaría de
Comunicaciones y Transportes debería aprovecharse para instalarla en otra
ciudad. Luego deberían seguir el mismo camino los bancos, aseguradoras,
corporativos de empresas y tantas otras fuentes de empleo, las cuales se
podrían trasladar a ciudades más pequeñas con mejor calidad de vida y, sobre
todo, con menor riesgo para sus habitantes.
El caso del INEGI, que
se fue a Aguascalientes a raíz del sismo de 1985, es un caso de éxito. No solo se llevó a
aquella ciudad a alrededor de 3 mil familias, sino que se convirtió en fuente
de empleo y derrama económica para una ciudad que en aquella época no tenía
muchas opciones. La calidad de vida de que disfrutan los colaboradores de INEGI
no solo se da en términos de estar en una ciudad segura, con todos los
servicios, mejores incluso que en CDMX (Por ejemplo, el tratamiento de la
basura es mucho mejor), vialidades desahogadas, estacionamientos abundantes y
muchas otras ventajas, sino que una administración inteligente del INEGI
permite que sus empleados trabajen de las 8:00 A.M. a las 4:30 P.M. por lo los trabajadores aprovechan las tardes para
estudiar, hacer deporte, estar con sus familias y disfrutar tiempo libre. ¿Qué
no se podría repetir esa experiencia en otras dependencias del gobierno
federal, empezando por los organismos autónomos como BANXICO, INAI, IFT,
COFECE, CONEVAL, INEE, y el INE? Si a los altos funcionarios de estas
instituciones les preocupa la cercanía con el presidente de la República y
otros colegas de alto nivel, eso se resuelve con pequeñas oficinas alternas en
la CDMX y uso de tecnología para evitar desplazamientos. El INEGI tiene décadas
siguiendo este esquema con una reducida oficina alterna y un avanzado sistema
de videoconferencia que le permite minimizar la presencia de los miembros de su
Junta de Gobierno en la CDMX.
Otro aspecto que se puede usar es la tecnología de información y comunicaciones
que no requiere presencia física en oficinas. Por ejemplo, el Instituto
Federal de Telecomunicaciones tiene un programa muy exitoso de trabajo en casa.
Con este enfoque las personas ya ni
siquiera tienen que estar en la misma ciudad para trabajar.
La CDMX por su parte podría
cambiar su vocación de ser la sede del gobierno federal y estar lleno de
corporativos, empresas prestadoras de servicios e incluso industria (Que afortunadamente hay cada vez menos) y transformarse en un centro cultural.
Con sus numerosos museos, salas de concierto, restaurantes, centros comerciales
y otros atractivos, la capital se podría convertir en una ciudad turística, más
peatonal, con más uso de bicicletas y orientada al turismo que va y viene, pero
no reside aquí.
Antes de que la Ciudad de México sufra una tragedia mayor que podría
darse pronto si ocurre el macro sismo que se espera por la fricción acumulada
en una franja de la placa tectónica que está a un lado del estado de Guerrero;
antes de que lluvias aún más intensas acaben anegando la ciudad y el lago que
fue regrese por sus fueros; antes de que vuelva a surgir un volcán como el
Xitle en esa sierra que es una zona volcánica activa (http://www.repsa.unam.mx/documentos/Siebe_2009_volcan_xitle.pdf); antes de que el tráfico, la contaminación, la
falta de agua potable y la inseguridad hagan crisis por el crecimiento de la
densidad poblacional; antes de que todo eso ocurra, sería bueno aprovechar esta coyuntura para
reducir el tamaño de la CDMX con un proceso acelerado de descentralización.
No es reconstruyendo en los mismos lugares donde se derrumbaron
edificios, ni seguir saturando a la CDMX con nuevas construcciones como se va a
lograr solucionar los problemas de la CDMX. Es tiempo de emigrar a otras
ciudades antes de que una nueva tragedia nos incluya entre sus víctimas.
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