Por: Octavio Díaz García de León
Hace unos días la Organización Mundial de la
Salud (OMS) causó gran revuelo al
condenar el consumo excesivo de carnes rojas y carnes procesadas por haberse
demostrado que aumenta el riesgo de padecer cáncer. El anuncio se prestó a que
los memes explotaran en las redes sociales burlándose del anuncio. Y es que son
tantos los agentes cancerígenos a los que estamos expuestos, desde los rayos
del sol hasta las partículas que respiramos todos los días en las grandes
ciudades derivados de lo que desprenden los procesos de combustión en
industrias y vehículos, que la reacción fue de burla: todo produce cáncer. Pero
no se trata de una falsa alarma o de un exceso de precaución. El estilo de vida
que hemos adoptado tiene sus riesgos para la salud. Este estilo de vida poco
sano es impulsado por los grandes intereses comerciales que producen estos
alimentos; los riesgos son reales y las
estadísticas no mienten.
El comunicado de la OMS decía que “Los expertos concluyeron que cada porción de 50 gramos
de carne procesada consumida diariamente aumenta el riesgo de cáncer
colorrectal en un 18%.” El riesgo también incluía el consumo de carnes rojas (http://www.who.int/mediacentre/news/releases/2015/cancer-red-meat/es/).
En la
lista de alimentos a evitar se
encuentran las “carnes procesadas incluyendo
frankfurters (perros calientes/hot dogs/), jamón, salchichas, carne en
conserva (corned beef), y cecina o carne seca, así como carne en lata, y las
preparaciones y salsas a base de carne.” En cuanto a las carnes rojas estas
incluyen “todos los tipos de carne muscular de mamíferos, tales como la carne
de res, ternera, cerdo, cordero, caballo o cabra.”
Estos alimentos afectan a aquel segmento de la población que
tiene el dinero para comprarlos pero no hay que olvidar que en nuestro país
conviven dos problemas de salud muy
graves que muestran las
contradicciones de nuestra sociedad. A un segmento de la población no le
alcanza su ingreso para consumir una canasta mínima de alimentos, por lo
que padece hambre, mientras que otro
grupo de la población padece múltiples enfermedades asociadas con comer mal y
en exceso.
En 2014 el 23.4% de
la población, esto es 28 millones de mexicanos estaban en situación de sufrir “carencia por acceso a la alimentación” (http://www.coneval.gob.mx/Medicion/MP/Paginas/Pobreza_2014.aspx)
que se traduce en padecer hambre, pues
todo su ingreso no alcanza para comprar un mínimo de alimentos. Por ello el
gobierno federal lanzó una “Cruzada contra el Hambre”, de la que por cierto,
aún falta ver si da resultados.
El
resto de la población come mal y en exceso. Esto se refleja en las estadísticas
de mortandad en donde las causas más frecuentes de muerte tienen que ver
precisamente por una alimentación inadecuada. Esto se puede apreciar observando
cuales son las enfermedades que más
muertes causan cada año en nuestro país y que están asociadas a problemas de
alimentación: enfermedades del corazón (109 mil 297), diabetes (85 mil), cáncer
(73 mil), enfermedades cerebrovasculares (31 mil 902), enfermedades del
riñón (12 mil) y obesidad (México ocupa el primer lugar mundial en obesidad
infantil y el segundo en obesidad en adultos). (http://www.saludymedicinas.com.mx/centros-de-salud/cardiovascular/articulos/10-enfermedades-comunes-mexico.html).
El problema de la
alimentación en México tiene entonces dos aristas contrastantes: por una parte el
hambre que padecen 28 millones de mexicanos y por otra la mala alimentación del
resto. Para los primeros, los programas de gobierno, el desarrollo económico y
la solidaridad de los demás podrán ayudar a mitigar esas carencias. Para los demás, mejor
información, campañas de salud y mayor conciencia de los riesgos derivados de
una mala alimentación. Pero también serviría la ayuda de los productores de
alimentos.
La producción de
carnes, aves y pescados se ha sofisticado y masificado, al tiempo que las condiciones de vida de los animales y
peces que luego se van a sacrificar se han deteriorado de tal manera que
podrían representar un riesgo a la salud. En los Estados Unidos ha habido ya
denuncias contra las pésimas condiciones de las enormes granjas avícolas (http://www.care2.com/causes/horrific-conditions-for-factory-farmed-chickens-exposed.html).
Además, el procesamiento y la
comercialización de los mismos, requiere el uso de aditivos cosméticos para
mejorar el aspecto de los alimentos y
conservadores que, como lo indica la OMS, son los que traen agentes
cancerígenos. Como se ha visto con el problema del consumo de bebidas
azucaradas, la mercadotecnia que usan las compañías embotelladoras impulsa el
consumo de estas bebidas a pesar de que
causan problemas como diabetes y obesidad. Gravarlas con un impuesto puede
desestimular el consumo pero no es suficiente. Seguramente este enfoque tampoco
funcionaría si se aplicara a las carnes procesadas.
Los empresarios tienen
una responsabilidad al respecto. Más allá de generar ganancias para sus
accionistas, tienen obligaciones con la sociedad. Los problemas y daños que
causan a los demás con sus productos también les afectan a ellos y sus familias. La
industria de la alimentación podría encontrar negocio ofertando y promoviendo
el consumo de alimentos sanos, reduciendo la oferta de proteínas animales, enfatizando
las proteínas vegetales, disminuyendo la
oferta de alimentos con altos contenidos de azúcares, carbohidratos y grasas
animales y todos aquellos que puedan causar problemas de salud. Por ejemplo,
dejar de producir alimentos chatarra.
Por lo que toca a los
consumidores, hay que cambiar los hábitos de alimentación y consumo. No llegar
al extremo de convertirse en veganos, como si fuera una nueva religión, sino
encontrar satisfacción y salud en la variedad, el balance y la moderación.
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