Por: Octavio Díaz García de León
Para las mujeres que han sido
parte de mi vida.
Una de las grandes
transformaciones de la sociedad en los últimos 60 años es la incorporación
masiva de las mujeres a la fuerza de trabajo remunerada, a trabajos más
calificados y a posiciones directivas en todos los sectores. La transformación
ha tenido un costo importante de carácter personal para las mujeres que se han
incorporado de manera exitosa al mercado
de trabajo ante una sociedad que no está preparada para ello. Porque lo han hecho sin abandonar los papeles que ancestralmente se les habían
asignado y continúan desempeñando de manera cada vez más precaria al aumentar
sus responsabilidades fuera del hogar. Los países desarrollados han sido más
exitosos en solucionar este cambio de papeles, pero en México el atraso es
manifiesto y hace falta resolverlo.
Las mujeres de clase
media o alta que crecieron a finales del siglo XIX y hasta bien entrado el
siglo XX, por lo general no tenían más perspectiva que dedicarse a
labores del hogar y a la crianza de hijos; la educación de estas mujeres no pasaba de la elemental
y se les enseñaban algunas habilidades que pudieran aplicar a las labores
domésticas. La mujer estaba expuesta a
múltiples embarazos en malas condiciones sanitarias; las familias de diez o más
hijos eran la norma y tenían que tolerar malos tratos cuando tenían parejas
abusivas. Las religiones reforzaban estos esquemas de dependencia y
tolerancia al abuso (El Islam lo sigue haciendo). Para el Estado, las mujeres eran prácticamente inexistentes y
con derechos casi equivalentes a los de menores de edad.
En las décadas de los
sesenta y setenta del siglo XX, el control de la natalidad y un feminismo
contestatario ayudaron a romper ese paradigma. La mujer pudo tener relaciones
sexuales sin estar sujeta a quedar embarazada ni tener que casarse, decidiendo el número de hijos que quería. Las
familias pasaron de tener en promedio más de 6 hijos a estar formadas por menos de 3. Las
opciones educativas pasaron de estudiar para secretarias a
cursar carreras universitarias. Por
ello y otros factores, las mujeres
tuvieron mayor posibilidad de entrar a una fuerza de trabajo dominada por los
hombres, compitiendo por los mismos
puestos de trabajo.
Las cosas han
evolucionado positivamente para las mujeres pero aún hay temas no resueltos. Solo por
mencionar dos ejemplos:
Mujeres
profesionistas. Aquellas mujeres con trabajo remunerado
que optan por la maternidad tienen que
hacer grandes sacrificios y pagan un
precio personal muy elevado. Sufren por no poder estar con sus hijos para
educarlos y atenderlos ya que los hijos entre más pequeños, demandan más tiempo
de sus mamás, que de sus papás. Aun
cuando tengan quien les ayude con los hijos, se sienten culpables de no estar
presentes. Al mismo tiempo tienen que mantener el equilibrio con sus
parejas al interesarse por sus
actividades, tratar de ser parte de las
mismas y en general tener una relación integral. En el campo profesional tienen
que demostrar más capacidad que los hombres teniendo que resistir hostigamiento
y discriminación sexual y laboral. Todo ello las hace estar en tensión,
con el consecuente desgaste físico y emocional. Su gran carencia es la falta de
tiempo para ellas mismas ya que todo su tiempo se reparte entre quienes les
rodean.
Mujeres
en el hogar. Aquellas mujeres que optan por permanecer en el hogar y formar a
los hijos, tienen un trabajo intenso mientras los hijos crecen. Pero una vez
que han concluido esa etapa de su vida les cuesta mucho trabajo reencontrar sus
otras vocaciones y realizar las demás potencialidades que quedaron latentes. Luego
les resulta muy difícil reinsertarse en la fuerza de trabajo en donde la
discriminación por falta de experiencia o edad impide que puedan acceder a
ella.
Hace falta cancha
pareja para las mujeres. No bastan leyes y buenas intenciones. Se requiere un
cambio de mentalidad, ayudas muy
concretas para que la mujer desarrolle su potencial y se dé el tiempo que
requiere para sí misma. Se podría empezar por transformar los papeles de hombre y mujer desde el hogar al no otorgar
privilegios ni deberes prestablecidos
que sean discriminatorios para ninguno de los dos sexos; las escuelas deberán
reforzarlo. Los esquemas de trabajo
tienen que cambiar para que los hombres puedan realizar labores en el
hogar que antes solo se asignaban a mujeres. Para ello se requiere el trabajo
flexible que no requiere presencia en oficinas.
Otro aspecto es dar facilidades a las mujeres que
opten por la maternidad pero no por la crianza de los hijos y que sus parejas
tampoco puedan hacerlo. Para ello deberá haber instituciones de la más alta
calidad que puedan encargarse, después de la escuela, de la labor formativa que
requieren los hijos.
Si la mujer opta por
la maternidad y la crianza, los esquemas de trabajo tienen que ser flexibles al
no exigir su presencia en una oficina sino pagarle por el trabajo realizado. Deberán
prever también su reinserción al mercado laboral cuando la carrera profesional
se haya interrumpido por la maternidad.
Está bien que el
gobierno haga la parte que le corresponde pero no esperar de él la solución. Está
en manos de la sociedad dar condiciones
que permitan a la mujer desarrollar todo su potencial y que la humanidad aproveche mejor a la mitad de su población.
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