POR:
OCTAVIO DÍAZ G. L.
@octaviodiazg
Un
grupo de terroristas islámicos irrumpió el pasado 7 de
enero en las oficinas de la revista semanal francesa Charlie Hebdo y asesinó a 12 personas
entre ellos dos policías, al director
del semanario y a sus principales colaboradores entre otros. Para quienes
estamos acostumbrados a escuchar cada semana que diez o doce personas murieron
en un ataque en alguna parte de México, quizá no sorprenda lo que ocurrió en Francia y sí llame
la atención la reacción del gobierno y sociedad francesa. La respuesta fue
abrumadora: tres y medio millones de personas salieron a manifestarse en las
calles de las principales ciudades de Francia para protestar contra los
asesinatos. El presidente de Francia, Francois
Hollande, se presentó de inmediato en la escena del crimen a pesar de que dicho semanario era un gran crítico suyo
y estuvo a la cabeza de los esfuerzos para capturar a los terroristas quienes
fueron abatidos en menos de 48 horas después de una cacería a nivel nacional. También
el presidente Hollande encabezó las
principales manifestaciones de duelo por los periodistas acompañado de jefes de
estado, embajadores y personalidades de todo el mundo y en el homenaje a los
policías caídos. Para Francia fue el mayor atentado terrorista en los últimos
50 años.
Charlie
Hebdo es un semanario satírico irreverente que gusta de mofarse de las
religiones judía, católica y musulmana, así como de algunos políticos. Los
musulmanes son quienes más se habían quejado e inclusive amenazado al semanario.
Hay que considerar que la población musulmana en Francia es una minoría
bastante significativa con alrededor de
6 millones de personas. Pero dentro de este grupo existe un reducido número de
fundamentalistas radicales que han optado por tomar las armas contra los
infieles. Recordemos los ataques en
Nueva York, Madrid y Londres por ejemplo. El semanario ya había sido víctima de
un bombazo por terroristas musulmanes y su director y sus oficinas tenían
protección policíaca especial quienes nada pudieron hacer para detener la
matanza.
Ante
el creciente número de musulmanes en los principales países de Europa, muchos
de ellos inmigrantes recientes del Medio Oriente y de África, cada vez hay más
rechazo hacia estas comunidades. Si bien a raíz del atentado al personal de la
revista, las grandes manifestaciones que se produjeron en Francia fueron para
protestar contra el terrorismo islámico, es posible que también hayan estado alimentadas
por xenofobia y discriminación hacia la comunidad musulmana.
Por
muy ofensiva que haya sido la revista contra el Islam, de ninguna manera se justifica
el asesinato de los periodistas y policías que los protegían. Como tampoco se justifica que en clínicas donde se practican
abortos en Estados Unidos, activistas
católicos o cristianos ofendidos por esas prácticas que van contra de su
religión, planten bombas y maten a doctores y enfermeras. Sin embargo, el
suceso de París plantea importantes
reflexiones sobre los límites de la sátira y hasta donde puede llegar la
libertad de expresión.
La lucha contra la
intolerancia religiosa ha aumentado las libertades de las sociedades a
través de la historia y se han ganado espacios ante quienes trataban de imponer
ideas, creencias y voluntades gracias precisamente a la crítica de esos abusos.
Pero en el caso de Charlie Hebdo, el objeto de mofa del semanario no era contra
poderes que oprimen a una nación sino
contra las prácticas de ciertas minorías de creyentes católicos, judíos o musulmanes, y digo minorías porque en Francia la mayoría ya no profesa religión
alguna. Por ello cabe preguntarse, ¿En qué
gana la libertad de expresión haciendo mofa de unas minorías? ¿En qué
ayuda a acrecentar las libertades de que goza la sociedad? ¿No se trata más bien de una provocación
irresponsable a sabiendas de la sensibilidad de esas minorías a su religión y
creencias? No hay que olvidar que Hitler alimentó implacablemente el odio
contra ciertas minorías: judíos, gitanos, discapacitados, homosexuales y su
solución fue el genocidio. No vaya a ser que ahora a través de medios aparentemente humorísticos e
inocentes se estén alimentando prejuicios que hagan aflorar los peores sentimientos.
Nuestro
país es de los más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo. Pero aquí
pierden la vida decenas de periodistas cada año no por burlarse de la religión
(Que no dudo que podrían correr peligro si atacaran los valores de la religión mayoritaria) porque para
los periodistas mexicanos y la sociedad, las disputas en torno a la religión
hace casi un siglo que dejaron de ser
factor de división. Hoy en día se les mata por escribir o
hablar acerca de delincuentes de todo
tipo: desde políticos corruptos hasta aquellos que pertenecen a la delincuencia
organizada y su crítica tiene por objeto construir un mejor país denunciando
estas lacras. Por cierto, deberían castigarse los asesinatos de periodistas con
la rapidez que se hizo en Francia y el rechazo generalizado de la sociedad a
estas acciones.
Pero
burlarse de una persona o de un grupo de personas por ser diferentes o por creer en
cosas que al periodista le pueden parecer ridículas y objeto de mofa no ayuda a nadie ni hace mejor a la sociedad en su conjunto. Lo
lamentable de lo ocurrido a los periodistas de Charlie Hebdo nos debe hacer
reflexionar que no se puede responder a la intolerancia religiosa con
intolerancia hacia las religiones y también que la lucha contra los terroristas
y asesinos de periodistas debe ser implacable.
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http://octaviodiazgl.blogspot.mx/ Correo: odiazgl@gmail.com
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