No
se sabe si las reformas que se han planteado recientemente sirvan para mejorar
la educación o solo sirvan para tratar de controlar a la burocracia educativa
que ha rebasado a todos. Es cierto que es bueno que las plazas de profesores no
sean hereditarias; que se desmonten los privilegios que habían acumulado los
líderes sindicales en detrimento de sus propios agremiados; que se atienda el
problema de las normales que gradúan profesores que quizá ya no se vayan a
necesitar por el cambio en la demografía del país en donde cada vez va a haber
menos niños; que se evalúe a los maestros para ver si están logrando los
objetivos que deben cumplir; que se haga un censo de escuelas, profesores y
trabajadores de la educación ya que se perdió el control de cifras y nombres.
Todo ello hace falta porque es necesario tratar de retomar el control del monstruo
burocrático en que se ha convertido la educación de este país y que consume el 17.5
% del presupuesto federal (Unos 600 mil millones de pesos), emplea a alrededor de un 1.8 millones de
personas y no da los resultados que permitan poner a nuestro país a la
vanguardia en el mundo.
La
escuela como la conocemos es heredera de siglos de tradición. En la edad media,
cuando no había libros o eran muy escasos, la única manera de transmitir
conocimiento era con el ejercicio y uso intensivo de la memoria. El cerebro era
el mejor lugar para almacenar información. Entonces tenía sentido la repetición
exhaustiva, la memorización a rajatabla, los exámenes en donde se probaba la
memoria. Tenía sentido que el que más supiera se convirtiera en profesor y
repitiera ante sus alumnos lo aprendido. Siglos más tarde ya había más libros y
se fue ampliando el conocimiento pero los métodos educativos no habían cambiado
mucho. El profesor tenía el mismo papel, dictando literalmente las lecciones
porque los libros seguían siendo escasos y las bibliotecas eran un lujo que
pocos lugares se podían dar. Con el advenimiento de la revolución industrial,
la escuela sirvió también para otros propósitos. Por ejemplo, para acostumbrar
a los futuros trabajadores a horarios fijos; para acostumbrarlos a estar en
espacios cerrados con la atención puesta en el jefe o profesor que dictaba
instrucciones para ser obedecidas sin chistar; para escuchar sin cuestionar y
guardando silencio; para permitir que los padres de los alumnos acudieran a las
fábricas sin tener que preocuparse por sus niños que se encontraban encerrados
y seguros en las escuelas. Así floreció la escuela como cárcel y como fábrica de
personas escolarizadas.
Con
la educación industrial llegó la burocracia educativa: las escuelas proliferaron
por todo el país; las normales crecieron; los supervisores y sus jefes se multiplicaron; los que diseñaban los grandes programas
educativos nacionales aumentaron. Se inventaron los libros de texto únicos con
ediciones de decenas de millones de ejemplares que son un absurdo que perdura hasta nuestros días.
El sindicato creció; los comisionados se elevaron; los dirigentes se
enriquecieron; las negociaciones salariales se volvieron centro de la discusión
y el que los niños aprendieran pasó a segundo término. Los títulos y certificados de todo tipo se
volvieron indispensables para que las personas pudieran tener acceso a los empleos
mejor remunerados sin importar si tenían
los conocimientos.
En
la revista Wired de noviembre de este año aparece en la portada una niña de
Matamoros, Tamaulipas: Paloma Noyola. Producto de una escuela pública sin
recursos y que está ubicada junto a un tiradero de basura en esa ciudad. La
revista no la pone como ejemplo de los malos resultados de nuestra burocracia
educativa. La muestra como ejemplo de lo que puede lograr una reforma educativa
al margen de la burocracia: la que logró su profesor Juárez Correa con ella y sus compañeros. Paloma logró la
puntuación más alta en matemáticas de la prueba Enlace en todo el país el año
pasado y sus compañeros están en el 1% más alto de las calificaciones de esa
prueba. ¿Qué hizo el profesor Juárez para lograr resultados de primer mundo? Dejó
de lado las metodologías aburridas que se diseñan centralmente en alguna
oficina de la Cd. de México, que no motivan ni a los niños ni a los profesores.
Tomando ideas de un profesor hindú, Sugata Mitra, y recorriendo la internet en busca de mejores
métodos de enseñanza, el profesor Juárez Correa encontró que había que estimular
la curiosidad de los niños, darles libertad para aprender, ponerles retos, permitirles trabajar en equipo y él, en lugar
de ser un “dictador”, se convirtió en un facilitador para ayudares a que
aprendieran por sí mismos. No son métodos nuevos pero sí ignorados por nuestra
burocracia educativa.
En
las recientes discusiones sobre la reforma educativa, nunca se habló de métodos como el del profesor Juárez, que sí
dan resultados. Tampoco se habló de implementar formas de enseñanza novedosas que
permitan poner a la educación a la vanguardia. Se habló de plazas, prebendas,
horarios, exámenes, etc. pero no se tocó
a lo verdaderamente importante. La reforma educativa que sigue pendiente es la que permita mejorar la educación, no la
que permita controlar a la burocracia educativa.
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www.heraldo.mx/tag/todo-terreno Twitter: @octaviodiazg
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