Desde
la independencia de nuestro país han faltado grandes acuerdos nacionales de a dónde
y cómo debe enfocarse el gobierno a
través de las leyes y políticas públicas para hacer a nuestra nación próspera y
sustentable. En el siglo XIX y principios del siglo XX la falta de acuerdos derivó
en guerras fratricidas, invasiones, pérdidas de territorio y otras catástrofes.
Desde los años treinta del siglo pasado México ha aprendido a manejar mejor los
desacuerdos. Ya no hay levantamientos, rebeliones, pérdida de territorio y
otras calamidades. El país se ha vuelto más civilizado para procesar las diferencias y es un gran logro; pero el problema de fondo
persiste: el país no avanza ni mejora a la velocidad que su población lo
requiere. A lo largo de la vida independiente
del país quizá hubo importantes consensos nacionales, por la razón o por la
fuerza, en la Presidencia de Porfirio Díaz y en los periodos presidenciales cuando
gobernó el PRI prácticamente sin oposición. No que la situación económica y
social fuera buena, sino que había cierta conformidad y acuerdo de las élites acerca
de cómo se conducía el país. Hubo desde
luego sectores disidentes pero estaban focalizados en demandas gremiales y fueron contenidos o reprimidos en su
momento.
Francisco
I. Madero, empresario destacado, rompió ese acuerdo entre las élites
porfirianas y precipitó la caída de
Díaz; luego vino una década de luchas
armadas fratricidas cuando las élites no lograban ponerse de acuerdo. En la era
de gobiernos del PRI a partir de Cárdenas, se alcanzaron los consensos
posrevolucionarios a través de un sistema corporativista, un partido hegemónico
y un presidente con poderes extralegales extraordinarios. No sé exactamente cuándo
se rompió el consenso de la posrevolución. Quizá con el endurecimiento del
sistema en la época de Díaz Ordaz que culminó con la represión estudiantil de
1968; o bien en la época de Echeverría y
López Portillo con sus crisis económicas y que culminó con la
estatización de la banca y el consecuente rompimiento con la élites
empresariales del país. Las elecciones reñidas de 1988 anunciaban ya lo que
vendría a consolidarse en 2000: la elección de un presidente que no fuera del
PRI.
Pero
los desacuerdos hoy en día hay no son en cuanto a las características del país
que deseamos. Hay grandes coincidencias en las élites mexicanas y en la
población en general sobre lo que México debe ser y alcanzar: un país con
estabilidad macroeconómica; con seguridad pública y sin corrupción;
democrático, con libertades y respeto a los derechos humanos; con un crecimiento y desarrollo económico acelerado. Mejorar
aspectos como: el ingreso per cápita, la
distribución del ingreso, los servicios públicos, la infraestructura; lograr una
mejor calidad de vida de la población con educación, seguridad,
justicia, etc. Creo que muy pocos están en contra de estos objetivos.
Sin
embargo, no nos ponemos de acuerdo en los caminos que hay que seguir para
alcanzar estos fines. Por ejemplo: se quiere mejorar el ingreso nacional a
través de la explotación petrolera pero no hay acuerdo si lo deben hacer los
empresarios o que el estado siga intentándolo o una combinación de ambas;
tampoco existe acuerdo en que PEMEX deje de aportar el 32% de los ingresos del
gobierno a cambio de subir impuestos al resto de la población; se quiere
mejorar la educación pero no hay acuerdo en si lograrlo exigiéndole resultados a
los maestros o crecer la educación privada o darle más opciones a los padres de
familia; se quiere más seguridad pública pero no hay acuerdo en si hacerlo
usando al ejército y la marina o dejarlo en manos de policías incapaces. Los empresarios quieren mejores condiciones
para hacer negocios pero no aceptan pagar más impuestos; los ciudadanos quieren mejores servicios pero no están
dispuestos a pagar por ellos; los burócratas quieren ganar más sin tener que dar resultados
y afrontar las consecuencias, etc. etc.
Esto
ocurre porque los caminos están sembrados de obstáculos que se llaman grupos de
interés. Cada ruta que se elija afecta a algún grupo de interés que está dispuesto a recurrir hasta la violencia para mantener sus privilegios. Además
existen grupos de personas que profesan ciertas ideologías y solo aceptan
recetas pensadas para otros países y otras circunstancias para resolver los
problemas; ocurre en el enfoque neoliberal y en el estatista.
El
Pacto por México es un paso en la dirección correcta: los principales partidos
se unieron para impulsar las reformas que requiere el país. Pero hay muchos
otros grupos que deberían participar en el Pacto: empresarios, sindicatos,
padres de familia, estudiantes, ONG´s, medios de comunicación, gobernadores,
presidentes municipales, senadores, diputados, etc., Se requiere un Pacto ampliado para conciliar intereses y
puntos de vista diversos y así lograr un amplio apoyo a las reformas que
requiere el país. También se requiere una gran dosis de tolerancia: para
escuchar y probar las ideas ajenas; para aceptar los fracasos cuando las medidas no den los
resultados esperados. Asimismo hace
falta capacidad para probar caminos
nuevos y corregir cuando sea necesario. Para ello los liderazgos nacionales
tienen que dejar de pensar en la ganancia inmediata, el beneficio personal, la
siguiente elección, las utilidades de sus empresas. Dejar de priorizar la
pequeñez de lo inmediato por la visión de largo plazo. Solo así mejorará el
país.
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