12 de octubre de 2013

ACUERDOS PENDIENTES



     Desde la independencia de nuestro país han faltado grandes acuerdos nacionales de a dónde y cómo  debe enfocarse el gobierno a través de las leyes y políticas públicas para hacer a nuestra nación próspera y sustentable. En el siglo XIX y principios del siglo XX la falta de acuerdos derivó en guerras fratricidas, invasiones, pérdidas de territorio y otras catástrofes. Desde los años treinta del siglo pasado México ha aprendido a manejar mejor los desacuerdos. Ya no hay levantamientos, rebeliones, pérdida de territorio y otras calamidades. El país se ha vuelto más civilizado para procesar las  diferencias y  es un gran logro; pero el problema de fondo persiste: el país no avanza ni mejora a la velocidad que su población lo requiere. A lo largo de la vida  independiente del país quizá hubo  importantes  consensos nacionales, por la razón o por la fuerza, en la Presidencia de Porfirio Díaz y en los periodos presidenciales cuando gobernó el PRI prácticamente sin oposición. No que la situación económica y social fuera buena, sino que había cierta conformidad y acuerdo de las élites acerca de  cómo se conducía el país. Hubo desde luego sectores disidentes pero estaban focalizados en  demandas gremiales  y fueron contenidos o reprimidos en su momento.

     Francisco I. Madero, empresario destacado, rompió ese acuerdo entre las élites porfirianas   y precipitó la caída de Díaz; luego vino  una década de luchas armadas fratricidas cuando las élites no lograban ponerse de acuerdo. En la era de gobiernos del PRI a partir de Cárdenas, se alcanzaron los consensos posrevolucionarios a través de un sistema corporativista, un partido hegemónico y un presidente con poderes extralegales extraordinarios. No sé exactamente cuándo se rompió el consenso de la posrevolución. Quizá con el endurecimiento del sistema en la época de Díaz Ordaz que culminó con la represión estudiantil de 1968;  o bien en la época de Echeverría y López Portillo con sus crisis económicas y que culminó  con  la estatización de la banca y el consecuente rompimiento con la élites empresariales del país. Las elecciones reñidas de 1988 anunciaban ya lo que vendría a consolidarse en 2000: la elección de un presidente que no fuera del PRI.

     Pero los desacuerdos hoy en día hay no son en cuanto a las características del país que deseamos. Hay grandes coincidencias en las élites mexicanas y en la población en general sobre lo que México debe ser y alcanzar: un país con estabilidad macroeconómica; con seguridad pública y sin corrupción; democrático, con libertades y respeto a los derechos humanos; con un  crecimiento y  desarrollo económico acelerado. Mejorar aspectos como: el ingreso per cápita,  la distribución del ingreso, los servicios públicos, la infraestructura;  lograr una  mejor calidad de vida de la población con educación, seguridad, justicia, etc. Creo que muy pocos  están en contra de estos objetivos.

   Sin embargo, no nos ponemos de acuerdo en los caminos que hay que seguir para alcanzar estos fines. Por ejemplo: se quiere mejorar el ingreso nacional a través de la explotación petrolera pero no hay acuerdo si lo deben hacer los empresarios o que el estado siga intentándolo o una combinación de ambas; tampoco existe acuerdo en que PEMEX deje de aportar el 32% de los ingresos del gobierno a cambio de subir impuestos al resto de la población; se quiere mejorar la educación pero no hay acuerdo en si lograrlo exigiéndole resultados a los maestros o crecer la educación privada o darle más opciones a los padres de familia; se quiere más seguridad pública pero no hay acuerdo en si hacerlo usando al ejército y la marina o dejarlo en manos de policías incapaces.  Los empresarios quieren mejores condiciones para hacer negocios pero no aceptan pagar más impuestos; los ciudadanos  quieren mejores servicios pero no están dispuestos a pagar por ellos; los burócratas  quieren ganar más sin tener que dar resultados y afrontar las consecuencias, etc. etc.

     Esto ocurre porque los caminos están sembrados de obstáculos que se llaman grupos de interés. Cada ruta que se elija afecta a algún grupo de interés que  está dispuesto a recurrir hasta  la violencia para mantener sus privilegios. Además existen grupos de personas que profesan ciertas ideologías y solo aceptan recetas pensadas para otros países y otras circunstancias para resolver los problemas; ocurre en el enfoque neoliberal y en el estatista.

     El Pacto por México es un paso en la dirección correcta: los principales partidos se unieron para impulsar las reformas que requiere el país. Pero hay muchos otros grupos que deberían participar en el Pacto: empresarios, sindicatos, padres de familia, estudiantes, ONG´s, medios de comunicación, gobernadores, presidentes municipales, senadores, diputados, etc., Se requiere  un Pacto ampliado para conciliar intereses y puntos de vista diversos y así lograr un amplio apoyo a las reformas que requiere el país. También se requiere una gran dosis de tolerancia: para escuchar y probar las ideas ajenas; para aceptar los  fracasos cuando las medidas no den los resultados esperados. Asimismo  hace falta  capacidad para probar caminos nuevos y corregir cuando sea necesario. Para ello los liderazgos nacionales tienen que dejar de pensar en la ganancia inmediata, el beneficio personal, la siguiente elección, las utilidades de sus empresas. Dejar de priorizar la pequeñez de lo inmediato por la visión de largo plazo. Solo así mejorará el país.



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