27 de julio de 2013

RECUERDO DE BORGES


 


     Supe de uno de los grandes de la literatura universal por un regalo inesperado. Una Nochebuena hace cuarenta años en la celebración familiar de la Navidad allí en el árbol lleno de esferas y lucecitas descansaba un regalo de Papá para mí. Era un libro: “El Otro, El Mismo”  de Jorge Luis Borges. Una bonita edición de la editorial EMECÉ Editores de Buenos Aires, con pasta verde,  ilustraciones a colores en las guardas que representaban personas disfrazadas de piezas de ajedrez en su tablero. Este libro es una compilación de poemas que según el autor, “… fueron escribiéndose para diversos moods y momentos, no para justificar un volumen. “  Aquí descubrí poemas  como “Poemas de los dones”,  “El Golem” y “Los espejos” que son tratados de filosofía e historia a la vez que  grandes poemas. También está el poema “Ajedrez” que nos revela que las piezas de ajedrez, en su lucha denodada, no saben que las mueven los jugadores;  y los jugadores a su vez no saben que Dios los mueve para que muevan las piezas;  y luego el autor se pregunta “¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza…?” Todo esto en dos sonetos impecables. Se encuentra también el poema “In Memoriam A.R.” que es un homenaje a nuestro Alfonso Reyes. En una de las líneas del poema dice que el escritor mexicano, en sus trabajos, tenía la esperanza de “… renovar la prosa castellana”.

     Este magnífico regalo me condujo entonces a otros libros de Borges, entre ellos los de cuentos.  Allí descubrí que en una casa de Buenos Aires se encontraba una ventana al infinito: en el sótano del comedor de esa casa se encontraba un Aleph. ¿Pero qué es un Aleph? y el autor contesta: “… un Aleph es uno de los puntos  del espacio que contiene todos los puntos. … el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos.” Luego nos relata: “… vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. …El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba allí, sin disminución de tamaño.”  Años después quise pensar que la tecnología nos podía hacer realidad el Aleph. Que  el internet y la pantalla de la computadora o de la tableta se podían convertir en ventanas a ese infinito. Me equivoqué, pero quizá no esté lejano el día en que podremos tener en nuestras manos un Aleph, aunque tanta vastedad en tan poco espacio nos pudiera conducir a la locura.

     En 1981 mi maestro Homero Aridjis organizó un festival de poesía en Morelia a donde concurrieron poetas de todo el mundo. Recuerdo a Allen Ginsberg a quien volví a ver poco después en Washington y quien recordaba con claridad su visita a Morelia. “Me regalaron una moneda de oro” me dijo. En Morelia, Ginsberg leyó alguno de sus poemas acompañado por un pequeño acordeón.  Borges casi ciego no leyó. Pero en su charla evocó a Alfonso Reyes por quien se veía que tenía gran admiración. Estuvieron también Günter Grass, Seamus Heaney, Lasse Soderberg, y Andrei Voznesenski que aunque declamó en ruso me impresionó mucho, entre otros. Fue un magnífico festival que por alguna de las recurrentes crisis de los años ochenta, hubo de suspenderse.

     Mi siguiente encuentro con Borges fue también el último, si descartamos los encuentros que tenemos como lectores. Hacía yo mi primer viaje a Europa en 1986. Estábamos en París y un día compré un periódico;  en el poco francés que entiendo me entero que Borges había fallecido en Ginebra. Que sus exequias se celebrarían en dos o tres días más. Convencí a mis acompañantes que fuéramos a Ginebra y así fue que tuve oportunidad de asistir al funeral de Borges. Allí estaba María Kodama vestida de blanco a la usanza de luto japonés. El féretro estaba cubierto de rosas y los servicios religiosos fueron en francés. Ya que terminó el servicio y me despedí para siempre del Borges mortal,  nos fuimos a conocer la ciudad. En una de las plazas había un tablero de ajedrez con sus 64 escaques pintados en el suelo, sus piezas blancas y negras que llegaban hasta las rodillas de los jugadores. Allí estaban dos de ellos  enzarzados en la eterna batalla que describió Borges. Con quién sabe qué dios moviéndolos para que desplazaran  las piezas. Así como quizá  alguien me movió ese día para estar en el  funeral y despedida de Borges.

     Finalmente, recuerdo el cuento “El otro”, en donde Borges contemplando el Río Charles en Boston en el año de 1969, inesperadamente se encuentra con el Borges joven que contempla el Ródano  en Ginebra  en 1918. Desde el lejano año del 2013 así miro a aquél joven Octavio, en la casa de  Avalos una Nochebuena de 1973, abriendo el libro “El Otro, El Mismo”, leyendo las mismas páginas que ahora leo, como si los libros fueran ese río eterno que nunca es el mismo.  Descubro, para mi sorpresa, que ese otro yo que lo leyó por primera vez hace cuarenta años, a pesar del tiempo sigue siendo casi el mismo.


Notas:

1. "Antología del Primer Festival Internacional de Poesía Morelia 1981" Edición, selección y notas de Homero Aridjis. Editorial Joaquín Mortiz, méxico, D.F.
2. "El otro, el mismo". Jorge Luis Borges. EMECE Editores, Buenos Aires, 1969.
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