Supe
de uno de los grandes de la literatura universal por un regalo inesperado. Una
Nochebuena hace cuarenta años en la celebración familiar de la Navidad allí en
el árbol lleno de esferas y lucecitas descansaba un regalo de Papá para mí. Era
un libro: “El Otro, El Mismo” de Jorge
Luis Borges. Una bonita edición de la editorial EMECÉ Editores de Buenos Aires,
con pasta verde, ilustraciones a colores
en las guardas que representaban personas disfrazadas de piezas de ajedrez en
su tablero. Este libro es una compilación de poemas que según el autor, “…
fueron escribiéndose para diversos moods y
momentos, no para justificar un volumen. “ Aquí descubrí poemas como “Poemas de los dones”, “El Golem” y “Los espejos” que son tratados de
filosofía e historia a la vez que grandes
poemas. También está el poema “Ajedrez” que nos revela que las piezas de
ajedrez, en su lucha denodada, no saben que las mueven los jugadores; y los jugadores a su vez no saben que Dios los
mueve para que muevan las piezas; y
luego el autor se pregunta “¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza…?” Todo
esto en dos sonetos impecables. Se encuentra también el poema “In Memoriam
A.R.” que es un homenaje a nuestro Alfonso Reyes. En una de las líneas del
poema dice que el escritor mexicano, en sus trabajos, tenía la esperanza de “…
renovar la prosa castellana”.
Este
magnífico regalo me condujo entonces a otros libros de Borges, entre ellos los
de cuentos. Allí descubrí que en una
casa de Buenos Aires se encontraba una ventana al infinito: en el sótano del
comedor de esa casa se encontraba un Aleph. ¿Pero qué es un Aleph? y el autor
contesta: “… un Aleph es uno de los puntos
del espacio que contiene todos los puntos. … el lugar donde están, sin
confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos.” Luego
nos relata: “… vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. …El
diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico
estaba allí, sin disminución de tamaño.” Años después quise pensar que la tecnología
nos podía hacer realidad el Aleph. Que
el internet y la pantalla de la computadora o de la tableta se podían
convertir en ventanas a ese infinito. Me equivoqué, pero quizá no esté lejano
el día en que podremos tener en nuestras manos un Aleph, aunque tanta vastedad
en tan poco espacio nos pudiera conducir a la locura.
En
1981 mi maestro Homero Aridjis organizó un festival de poesía en Morelia a
donde concurrieron poetas de todo el mundo. Recuerdo a Allen Ginsberg a quien
volví a ver poco después en Washington y quien recordaba con claridad su visita
a Morelia. “Me regalaron una moneda de oro” me dijo. En Morelia, Ginsberg leyó alguno de sus poemas
acompañado por un pequeño acordeón. Borges casi ciego no leyó. Pero en su charla
evocó a Alfonso Reyes por quien se veía que tenía gran admiración. Estuvieron
también Günter Grass, Seamus Heaney, Lasse Soderberg, y Andrei Voznesenski que
aunque declamó en ruso me impresionó mucho, entre otros. Fue un magnífico
festival que por alguna de las recurrentes crisis de los años ochenta, hubo de
suspenderse.
Mi
siguiente encuentro con Borges fue también el último, si descartamos los
encuentros que tenemos como lectores. Hacía yo mi primer viaje a Europa en
1986. Estábamos en París y un día compré un periódico; en el poco francés que entiendo me entero que
Borges había fallecido en Ginebra. Que sus exequias se celebrarían en dos o
tres días más. Convencí a mis acompañantes que fuéramos a Ginebra y así fue que
tuve oportunidad de asistir al funeral de Borges. Allí estaba María Kodama
vestida de blanco a la usanza de luto japonés. El féretro estaba cubierto de
rosas y los servicios religiosos fueron en francés. Ya que terminó el servicio
y me despedí para siempre del Borges mortal, nos fuimos a conocer la ciudad. En una de las
plazas había un tablero de ajedrez con sus 64 escaques pintados en el suelo, sus
piezas blancas y negras que llegaban hasta las rodillas de los jugadores. Allí
estaban dos de ellos enzarzados en la
eterna batalla que describió Borges. Con quién sabe qué dios moviéndolos para
que desplazaran las piezas. Así como
quizá alguien me movió ese día para estar
en el funeral y despedida de Borges.
Finalmente,
recuerdo el cuento “El otro”, en donde Borges contemplando el Río Charles en
Boston en el año de 1969, inesperadamente se encuentra con el Borges joven que
contempla el Ródano en Ginebra en 1918. Desde el lejano año del 2013 así
miro a aquél joven Octavio, en la casa de
Avalos una Nochebuena de 1973, abriendo el libro “El Otro, El Mismo”, leyendo
las mismas páginas que ahora leo, como si los libros fueran ese río eterno que
nunca es el mismo. Descubro, para mi sorpresa, que ese otro yo que lo leyó por primera vez hace
cuarenta años, a pesar del tiempo sigue siendo casi el mismo.
Notas:
1. "Antología del Primer Festival Internacional de Poesía Morelia 1981" Edición, selección y notas de Homero Aridjis. Editorial Joaquín Mortiz, méxico, D.F.
2. "El otro, el mismo". Jorge Luis Borges. EMECE Editores, Buenos Aires, 1969.
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