Para Flavio y Rafaela Quintanar
En un lugar de
la Mancha de cuyo nombre no quiso acordarse Don Miguel de Cervantes, un hidalgo
de algo más de 50 años, aficionado sin remedio a los libros de caballerías,
acaba por perder la razón y decide convertirse
en caballero andante para recorrer el mundo, como lo hacían aquellos que
encontraba en sus desaforadas lecturas y cuyas historias acabaron por secarle
el seso: para deshacer entuertos,
rescatar doncellas, combatir gigantes y en general enfrentar todo tipo de
desventuras y males, ciertos o imaginados, que acosaban a aquél mundo de fines
del siglo dieciséis. Todos ustedes conocen la historia y seguramente habrán
leído las aventuras de aquél ingenioso hidalgo que ha perdido la razón para
hacer el bien, Don Quijote de la Mancha, de su flaca cabalgadura Rocinante y de
su singular escudero Sancho Panza. Hoy en día la locura permea por doquier pero
no es la de Don Quijote. Los locos que padecemos sueñan y muchas veces
logran destruir vidas, acabar con patrimonios y dañar a las personas para imponer religiones o
sistemas sociales, para enriquecerse a costa de otros o bien son simples
desquiciados en posesión de armas que
deambulan sembrando la muerte.
Pero Don
Quijote sigue vivo como ejemplo de que siempre habrá algo bueno por hacer en
este mundo y sobre todo sin importar a qué edad se emprendan estas tareas ya
que él busca sus aventuras cuando
tiene más de cincuenta años. Estamos más
acostumbrados a los proyectos de la juventud cuando llenos de energía, los
jóvenes intentan mejorar al mundo. Pero Don Quijote sale a
luchar contra malandrines y desgracias a una edad en que otros piensan en el retiro, quieren disfrutar lo trabajado a lo largo de la
vida, contemplan a los hijos abandonar el hogar y en su pensamiento empieza a predominar el
pasado, a perderse el futuro y el
presente pasa mas rápido de lo que se desea. Don Quijote nos dice que a esta
edad no es tiempo de echarse a ver la televisión o a leer las últimas novelas
de moda, o leer los periódicos llenos de noticias inútiles, a vagar por cafés y cantinas, dedicarse sólo a cultivar el jardín, o a navegar
por internet para ver si no se ha muerto
aquél amigo de la infancia a quien hace décadas que no vemos y que nunca nos preocupamos por buscar. Si en su ya larga
vida las personas mayores de cincuenta se dedicaron a sacar adelante a la
familia, a buscar seguridad para la
vejez y quizá tuvieron que posponer algunos de sus sueños para mejor ocasión, ahora
es cuando deben tomar nuevos ímpetus y salir a transformar al mundo.
Hay casos
ejemplares de hombres y mujeres que sin
perder la razón han decidido emprender el bien en este mundo. Un destacado
empresario aguascalentense y buen amigo,
deportista, gran aficionado y
conocedor de los alimentos sanos, enemigo del alcohol y del tabaco, ha tomado a cuestas, en coordinación y apoyo a
las autoridades de Aguascalientes, la tarea
de recoger a 43 niños y niñas cuyos
padres no pueden hacerse cargo de ellos debido a la desintegración social que
sufre nuestro país. No se trata de huérfanos sino de niños sobre los que se
ejerce tal violencia que no puedan seguir en sus “hogares”. No
sólo les ha dado albergue y vestido a
estos pequeños que no tenían donde refugiarse, sino que les ha dado una nueva
familia, escuela, deportes, formación
espiritual y estructura para hacerlos personas de bien. Su programa es muy completo:
mi amigo y su esposa son como los padres sustitutos que se multiplican para
ofrecerles cariño; les ofrecen psicólogos para ayudarles a superar su historial
de víctimas; se les lleva a la escuela a que hagan sus estudios y se les provee
de útiles, uniformes, ropa y calzado; por las tardes se les enseña un deporte
que practican en las instalaciones de un
club deportivo; se les da apoyo en sus tareas escolares; su alimentación es
sana y nutritiva; sus habitaciones limpias y dignas; se les busca formación
adicional en materias como inglés; y se les ofrecen otras diversiones sanas. A
diferencia de las casas-hogar tradicionales, estos niños no saldrán a la calle cuando
cumplan cierta edad, sino hasta que
cuenten con un oficio, profesión o
manera honesta de ganarse la vida y con la solidez emocional para integrarse a la
sociedad como personas de bien. Esta casa-hogar no sólo es ejemplo para
instituciones del Estado sino para innumerables hogares incapaces de formar a
sus niños.
Desconozco la
edad que tenga mi amigo pero sé que
tiene la edad en la que podría retirarse
a disfrutar lo bien logrado con sus habilidades de empresario. Pero en lugar de ello decide tomar esta gran responsabilidad junto con su
familia. No solo saca adelante con éxito a su propia familia sino que ha
rescatado a estos niños víctimas de la violencia. Mi amigo, como Don Quijote, da ejemplo
a los ya no tan jóvenes que tienen salud y ciertas posibilidades, para que emprendan
obras sociales sin importar su tamaño. Como Don Quijote a sus cincuenta años, es tiempo de armarse caballero andante.
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