Por: Octavio Díaz García de León
La contaminación del agua en la alcaldía Benito Juárez de la Ciudad de
México es una más de las señales de alarma sobre la inviabilidad de esta ciudad.
Las autoridades no han podido explicar el origen de la contaminación y se
tardaron mucho en controlar el fenómeno que afecta a decenas de miles de
habitantes de dicha alcaldía. Los vecinos cerraron vialidades importantes en
protesta lo cual solo fue una pequeña muestra de lo que pudo ocurrir de haber
continuado el problema.
Pero esta zona de la ciudad no solo padece el problema del agua
contaminada sino también el fenómeno de los microsismos que tienen sus
epicentros en la zona de Mixcoac y que afectan principalmente a las alcaldías Álvaro
Obregón y Benito Juárez.
La Ciudad de México se asienta en una zona volcánica. El más reciente volcán,
el Xitle, hizo erupción hace apenas dos mil años, que en términos geológicos no
es nada. Por ello, los riesgos asociados
a sismos y actividad volcánica están muy presentes. Afortunadamente parece que los
microsismos no tienen naturaleza volcánica y tienen que ver más bien con una
falla, pero no hay certeza al respecto. Por otra parte, el riesgo de macro sismos es
una realidad que puede cobrar muchas vidas en esta ciudad, como ya hemos visto.
Otra señal de alarma es la falta de agua que padece la zona
metropolitana de la Ciudad de México y que también puede hacer crisis pronto.
Las imágenes de la presa de Valle de Bravo secándose, son impactantes y
reflejan el agotamiento del sistema Cutzamala. Ante una temporada larga de
sequía, el suministro de agua a la Ciudad de México se ve seriamente afectado.
La falta de inversión en la red de distribución de agua, por donde se
fuga una gran parte de ella, la falta de plantas de tratamiento de aguas
residuales y la falta de inversión en nuevas fuentes de agua para la ciudad son
prueba de la falta de interés o incapacidad de las autoridades.
Otra señal alarmante y prueba del mal gobierno que ha sufrido la ciudad
por décadas es el abandono y consecuente deterioro que ha sufrido el Metro,
otrora orgullo de la ciudad y que hoy se está deshaciendo, con grave riesgo
para los 5 millones de usuarios diarios que transporta y que ya se manifestó trágicamente
con la caída de la línea 12 del Metro, la cual costó la vida a 27 personas y 80
resultaron lesionadas.
El resto del transporte público
es lamentable, el cual incluye peseros carcachas, taxis deteriorados,
monopolios que afectan a usuarios en el aeropuerto de la ciudad, un sistema de microbuses destartalados y el
Metrobús que ya también está saturado.
En cuanto al tráfico vehicular, el tiempo que se pierde en embotellamientos
es excesivo. A esto se le agrega el crecimiento explosivo de motocicletas, debido
a que un importante segmento de la población el cual no se puede comparar un
auto, ni le sirve el transporte público, recurre a este peligroso medio de
transporte que constantemente causa graves accidentes.
El colapso de los sistema de salud en todo el país también se reflejan
en la Ciudad de México. Basta recordar lo que ocurrió durante la pandemia, cuando ocurrieron escenas dantescas y un
número excesivo de muertes evitables. Peor aún, fue el papel de las autoridades
charlatanas que se pusieron a experimentar con la población, distribuyendo
irresponsablemente Ivermectina, cuando
no había un solo dato científico serio que apoyara el uso de este desparasitador
para curar el COVID. Desafortunadamente el sistema de salud de la ciudad sigue
en crisis como el del resto del país.
Ni que hablar de la seguridad y la corrupción que permea por toda la
ciudad.
A principios de sexenio, el presidente López Obrador dijo que se iban a
sacar a dependencias y entidades del gobierno federal de la Ciudad de México.
Recuerdo que la SEP instaló oficinas para su secretario en Puebla; el IMSS, a cargo de Germán Martínez, ubicó un edificio histórico en Morelia; y me parece que el secretario de Salud
despacha en Acapulco, aunque no sé si siga allí después del huracán Otis.
Esta prometida descentralización que podía haber sido una buena idea si
se hubiera hecho como en el caso exitoso del INEGI, resultó una más de las promesas incumplidas
por el presidente López Obrador y acerca de lo cual no hubo una explicación.
Hubiera estado bien que la presidencia se hubiera trasladado a Tabasco y no al
Palacio Nacional, símbolo del centralismo que aqueja a nuestro país.
Ahora que hay cambios de gobierno, ojalá los próximos responsables
tengan entre sus prioridades rescatar a la Ciudad de México del caos y los
riesgos en que se encuentra, retomen la posibilidad de descentralizar oficinas
fuera de la ciudad y que la iniciativa privada haga lo mismo.
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