Por: Octavio Díaz García de León
Las sucesiones presidenciales en México, desde el asesinato de Obregón,
han sido bastante pacíficas. Quizá con
un poco de sobresaltos en las elecciones de Ruiz Cortines, debido a la disputa
con el Gral. Henríquez, la tragedia del asesinato de Colosio y en el 2006, cuando el candidato opositor no estuvo
dispuesto a aceptar su derrota. Esperemos que la transmisión de poderes que
viene sea también pacífica.
Podemos dividir en dos etapas las sucesiones presidenciales de los
últimos cien años. La primera, dominada por un partido único y hegemónico, el
PRI y sus antecesores, en donde los
presidentes de la República nombraban a sus sucesores y prácticamente a todos
los que ocuparían puestos de elección. El presidente en turno era el jefe de
facto del PRI y este partido solo era un mecanismo para ejecutar su voluntad.
Lo mismo ocurría con todos los puestos importantes de los tres poderes
y de los tres niveles de gobierno, los cuales eran designados ya fuera por el presidente
o con su consentimiento. Vargas Llosa caracterizaría a este sistema como una
“dictadura perfecta”, en donde todo el aparato de gobierno estaba sometido al
presidente. Esto ocurrió sin mayores sobresaltos desde 1928 hasta 1994.
Ya había algunos indicios de resquebrajamiento de este sistema
monolítico, como fue el movimiento
estudiantil en 1968 o la ruptura interna del PRI en 1988. El inicio del fin se
dio a raíz del asesinato de Colosio en 1994, aunque el presidente Salinas pudo
designar sin problema a su sustituto, Zedillo, a quien finalmente le tocó
consumar la apertura democrática que reclamaba el país.
En la segunda etapa, que inicia con Zedillo, cada presidente en turno
vio frustrados sus deseos de dejar como sucesor a quien ellos querían.
Labastida, el candidato de Zedillo, perdió ante Fox. Creel, el candidato de
Fox, perdió la batalla interna en el PAN
ante Calderón, quien luego derrotó a López Obrador. Calderón no pudo imponer a
su candidato Cordero en el PAN y Vázquez Mota perdió ante Peña. Peña escoge
para el PRI a Meade, un candidato que tiene más afinidad con el PAN, partido al cual acaba restándole votos, para
que López Obrador logre un triunfo abrumador.
En la designación de la candidata presidencial de Morena para 2024 tampoco
hubo dudas ni resistencia para designar a quien el presidente había escogido
tiempo atrás, Claudia Sheinbaum. Ella logró hábilmente el favor del único
elector, operando bajo las viejas reglas palaciegas del PRI, con absoluto sometimiento al presidente.
Actualmente Morena tiene más semejanza con el PRI del siglo pasado, que
con un partido político moderno, ya que opera al servicio del presidente López
Obrador. Se puede advertir que con Morena se pretende regresar a aquella “dictadura perfecta”. Sin embargo, ya se demostró
que es un sistema agotado y al que será difícil regresar, pues México ya
conoció la democracia.
Un aspecto que llama la atención es que la disputa por la presidencia
no ha sido tanto entre la candidata de Morena y la de la oposición, sino entre la oposición y el presidente López
Obrador. No es extraño, porque lo que está en juego no es la continuidad de un
partido, sino la continuidad de un personaje en el poder. Es el camino que
intentó Calles, o el que siguió Porfirio Díaz al entregar el poder
temporalmente al Gral. González, para no
volverlo a soltar hasta la Revolución.
Dado que el liderazgo de Morena no es transferible a otra persona, la
hipótesis de que se intente un nuevo Maximato no es descabellada y puede darse
mientras López Obrador esté dispuesto a seguir en la política. Claro, habrá que ver, si gana Sheinbaum, si ella quiere o tiene la fuerza política para
resistirlo, sin olvidar que pende sobre su cabeza la espada de Damocles de la
revocación de mandato, instrumento que será clave para mantener el Maximato.
Aún si pierde Morena la elección y suponiendo que este partido y su
líder estén dispuestos a reconocer su derrota, la revocación de mandato es una
forma de someter a la próxima presidenta,
y más si es de la oposición.
La alternancia en el poder ha sido muy sana para el país. Tanto para
inhibir un poco la corrupción y evitar los pactos de impunidad que existían
cuando un solo partido gobernaba, como para que la población tenga la
posibilidad de conocer distintas formas de gobierno e irse decantando por
aquella que les traiga mayores beneficios y permita mejorar el nivel de vida de
todos.
De ser derrotada la candidata presidencial de Morena, continuaría esta
segunda etapa de nuestra historia reciente, en donde el presidente en funciones no puede
imponer a su sucesor y con lo cual, el
avance hacia la democracia podría continuar en su camino de lento
perfeccionamiento.
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