Por: Octavio Díaz García de León
El domingo 13 de
noviembre tuvieron lugar manifestaciones en muchas ciudades de México para
protestar en contra de la propuesta de reforma electoral que impulsa el
presidente López Obrador y su partido. Estas manifestaciones ocurrieron porque se
advierten peligros de retroceso democrático en los avances que se han logrado
en materia electoral.
El sistema electoral
que México ha venido construyendo ha permitido la alternancia en el poder de
manera pacífica, no solo a nivel federal
sino en los estados y municipios. Por primera
vez desde que nuestro país alcanzó la independencia, se han creado mecanismos confiables
para que opciones ideológicas y grupos políticos diversos puedan acceder al
poder sin recurrir a la violencia, como
se ha demostrado en estas últimas dos décadas.
Este sistema no es
perfecto. Por ejemplo, en un artículo reciente, señalaba el problema del financiamiento y gasto ilegal en
las campañas, lo cual permite comprar
elecciones. Por ello, más que una reforma electoral, lo que hace falta son mecanismos eficaces de
combate a la corrupción en los organismos electorales.
Los riesgos de corrupción en los organismos electorales no solo están
en el manejo de recursos para su operación interna, sino de manera más
relevante, aquellos que tienen que ver con su actividad sustantiva.
Esto es debido a que las decisiones del INE y del Tribunal Electoral
del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), al afectar el resultado de las
elecciones y la vida interna de los partidos, afectan también los intereses y
recursos que se manejan, tanto en las campañas, como en los partidos, los cuales son muy cuantiosos.
Por ejemplo, está en juego el dinero ilegal que se maneja en las
campañas. Para repagar ese dinero ilícito hay que ganar elecciones para estar
en posibilidad de devolver los “favores” mediante actos de corrupción en
contrataciones públicas y otras actuaciones ilegales, ya desde el poder.
Una manera de abatir
esos riesgos es fortalecer los mecanismos de vigilancia que tienen estos
organismos. El INE, por ejemplo, cuenta con una contraloría cuyo titular es
nombrado por la Cámara de Diputados. Sin embargo, al depender de los diputados
que representan a sus partidos, podría estar
sujeto a presiones que le impidan un funcionamiento imparcial.
Por otra parte, el TEPJF tiene esquemas de control interno débiles. Su contraloría solo fiscaliza
aspectos administrativos y su ámbito de competencia es solo con personal no jurisdiccional.
Los magistrados de la Sala Superior solo se pueden investigar y sancionar ellos
mismos y para el resto del personal quien los puede sancionar es la Comisión de
Administración, en donde participan tres
Consejeros de la Judicatura y dos magistrados de Sala Superior, con el posible riesgo
de parcialidad en sus resoluciones.
Un indicio de estos
riesgos de corrupción se dio con la revelación que hizo la gobernadora de
Campeche, Layda Sansores, del supuesto intercambio de mensajes entre
el entonces presidente del TEPJF, Francisco Fuentes y el presidente del PRI,
Alejandro Moreno, en donde, de ser
cierto, se evidencia un tráfico de influencias con intercambio de favores entre
autoridades electorales y actores políticos.
Este tipo de denuncias
las debe investigar una autoridad independiente al TEPJF, ya que actualmente las
responsabilidades administrativas en que incurren los magistrados de la Sala Superior
se investigan y resuelven en la misma Sala Superior. En los mensajes presentados
por la gobernadora Sansores, se da a entender que todos los magistrados de la
Sala Superior podrían estar involucrados en el tráfico de influencias. Entonces,
no habría forma de investigar y sancionar este caso de manera imparcial. Por
ello, no hay certeza de que se investigue esta denuncia, como sí lo haría de oficio cualquier Órgano Interno
de Control. Sin embargo, esperemos que lo hagan y den a conocer sus hallazgos. Por
otra parte, esta denuncia debería investigarse también por la vía penal.
Es ineficaz combatir la corrupción desde adentro de las instituciones
electorales por la vía administrativa por las razones expuestas. Por la vía
penal caería en el ámbito de la Fiscalía Anticorrupción y la Fiscalía
Especializada en Delitos Electorales.
Hace falta darles los recursos necesarios a estas Fiscalías pues, entre
las dos, su presupuesto en 2022 representa
apenas el 2% del presupuesto de la Fiscalía General de la República.
Los riesgos de corrupción en las instituciones electorales se pueden
mitigar mediante un buen control interno y mediante una fiscalización externa independiente.
El INE tiene la ventaja de que el contralor
es nombrado por la Cámara de Diputados, pero en el TEPJF donde todo se resuelve
por empleados del propio Tribunal, quienes
responden a los magistrados de la Sala Superior, existe la necesidad de crear
una instancia de control interno con mayor autonomía para que sea eficaz. Ojalá la discusión sobre el tema electoral se
enfoque más en cómo combatir la corrupción al interior de estas instituciones y
no en otras reformas que no contribuyen a favorecer la democracia.
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