Por: Octavio Díaz García de León.
Uno de los retos que enfrento para escribir un
artículo es la elección del tema. Inevitablemente, una fuente fértil de asuntos
son las conferencias mañaneras de nuestro presidente las cuales casi siempre
son motivo de polémica. Él fija la agenda, él dice de qué se habla y de allí
surge el coro de las lamentaciones contra sus dichos por parte de aquellos que
no están de acuerdo con él y, por otro lado, el coro de las alabanzas de
quienes lo apoyan. Todo lo cual amplifica sus mensajes de manera que no es
fácil ignorarlos.
Desde luego que en el espacio de dos o más horas de
conferencia de prensa diarias el presidente habla de muchos temas. Algunos
importantes, otros no. Pero basta un par de frases o comentarios para dominar
el resto del día y, a veces semanas, la discusión pública, aunque estos no
tengan relevancia.
Entre ellos, por ejemplo, la polémica que surgió por
sus comentarios contra la clase media a la cual pertenecemos, él mismo y la
mayoría de quienes tenemos oportunidad de comentar sus dichos. La tentación al
escribir estas líneas era unirme a esa discusión. Pero creo que al respecto ya
se habló en demasía y hubo quien lo hizo con especial brillantez como Jesús
Silva-Herzog.
A veces le damos más importancia a las palabras que
a los hechos y eso es un gran distractor, pues el espacio público se llena de
debates que no llevan a ninguna parte. Este efecto comunicativo suele
distraernos de lo que está sucediendo en nuestro país y de cómo se están resolviendo
los grandes problemas de México.
En el entorno nacional hay señales buenas y malas. Entre
las primeras, tenemos que no hay protestas sociales, no hay grupos guerrilleros
levantados en armas, no hay intentos golpistas, no hay escasez de alimentos y no
hay una crisis de gobernabilidad. Decenas de millones de personas fueron a
votar en paz y se respetó el voto.
Existe estabilidad macroeconómica a pesar de los semáforos amarillos en
las finanzas nacionales, pero no existen los problemas que sufrimos en los años
ochenta y mediados de los noventa, en parte porque se ha respetado la autonomía
del Banco de México, el INEGI y otras instituciones clave, a pesar del discurso
en su contra.
Sin embargo, las noticias malas en 2020 y lo que
llevamos del 2021 son alarmantes. Nos ha tocado vivir (o sobrevivir, más bien)
la peor pandemia desde la influenza española de hace un siglo, la cual ha
costado más de medio millón de vidas (el 0.5% de la población mexicana) y
secuelas de por vida para millones de personas. Además, la pandemia no ha
terminado por más que se haya tratado de minimizarla, aunado a que el sistema
público de salud sigue con graves problemas, incapaz de dar atención a todos
los que lo necesitan y que acusa falta de medicamentos, vacunas e insumos.
Vivimos la peor crisis de inseguridad de este siglo
que marca ya 72,723 homicidios
en lo que va de este sexenio lo que demuestra el grado extremo de violencia que
padecemos. Lo vimos con el asesinato de candidatos durante las pasadas
elecciones y por los avances que ha realizado la delincuencia organizada al
gobernar cada vez más territorios, desplazando al Estado mexicano.
También tenemos tragedias urbanas tal como el
accidente del metro en la Ciudad de México que dejó 26 muertos y 80 heridos y
que dejará sin ese servicio a una zona de la ciudad, pero también por la
inseguridad y la falta de servicios públicos.
Estamos pasando por la peor recesión económica
desde los años treinta del siglo pasado, la cual tomará años en recuperarse y
que ha producido la pérdida de millones de empleos, el cierre de empresas y el
aumento del número de pobres. Se están llevando a cabo proyectos de
infraestructura de poca viabilidad económica en lugar de inversiones
estratégicas que estimulen a la economía y se han cancelado proyectos que
hubieran impulsado el crecimiento económico. Millones de niños no han podido
acudir a las escuelas, en deterioro de la calidad educativa, ya de por sí
bastante mala.
El rescate de PEMEX y CFE se está haciendo a costa
de sacrificar la inversión privada cuando ni estas empresas ni el gobierno tienen
los recursos para invertir y no se atienden las causas de fondo, como son los
contratos colectivos onerosos, la corrupción, la ineficiencia y las pensiones
que ahogan a ambas paraestatales.
Para salir adelante como sociedad es urgente atender
los problemas que he mencionado, sin descuidar los aspectos positivos que han
permitido mantener la paz social y unas finanzas públicas relativamente
sanas.
Más que estar al pendiente de las ocurrencias del
día en las redes sociales o de los distractores cotidianos, pidamos conocer los
planes que resolverán los grandes problemas nacionales en el mediano y largo
plazo para debatirlos, darle seguimiento a su implementación y ver si están
dando resultados. Hay que enfocarse a lo importante y no distraernos con lo
trivial.
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Twitter: @octaviodiazg
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