Por: Octavio Díaz García de León.
La idea: Nuestro país,
como el resto del mundo, enfrenta una dura batalla contra un enemigo
físicamente pequeño, invisible al ojo humano, pero potencialmente letal. Como
nos enseña la historia de nuestro país, si queremos ganar esta batalla, el ejército que habrá de defendernos necesita
estar muy bien equipado y deberá tener, por lo tanto, todos los recursos posibles.
Según Peter Guardino en su libro “La Marcha Fúnebre. Una historia de la
guerra, entre México y Estados Unidos” (https://www.amazon.com.mx/marcha-f%C3%BAnebre-Guardino-Peter/dp/6079824914), lo que derrotó a los mexicanos ante los
estadounidenses no fueron sus divisiones políticas, sino otro factor más importante: la diferencia
de recursos.
Dice el autor que “… las diferencias económicas entre los dos
países contribuyeron mucho más a la victoria estadounidense que las diferencias
políticas”. Los ejércitos mexicanos “… estaban mal equipados y aprovisionados;…
carecían de uniformes adecuados y casi
siempre enfrentaron a los estadounidenses con armas gastadas y frágiles.” En contraste,
los estadounidenses tenían mejores
uniformes, mucho mejores armas y suficiente dinero para comprar los alimentos que
necesitaban.
La lucha contra la pandemia que hoy enfrentamos tiene analogías
con una guerra. Excepto que se trata de un extraño enemigo y
contra el cual no hay armas de ataque eficaces en forma de antivirales, ni
defensas apropiadas, en forma de
vacunas.
Como bien dice Michael B.A. Oldstone en su libro “Virus, plagas e
historia” (https://www.amazon.com.mx/Viruses-Plagues-History-Present-Future/dp/0195327314/ref=sr_1_1?__mk_es_MX=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&keywords=viruses%2C+plagues+and+history&qid=1586531268&s=books&sr=1-1) lo que derrotó
a los aztecas ante los españoles no fue que creyeran que los blancos eran
dioses o que tuvieran mejor tecnología, caballos y armas, sino la viruela que trajeron
consigo y que mató a millones de indígenas.
Esa derrota de los aztecas a manos de un enemigo letal e invisible,
es quizá la enfermedad fundacional de nuestra nación. Y no va a ser el COVID-19
quien acabe con ella, pero sí causará estragos si no la combatimos
adecuadamente.
Los virus, cuyo nombre en latín significa veneno, no son
seres vivos, pero lo único que hacen, lo
hacen muy bien: reproducirse. Al multiplicarse destruyen las células que
invaden pues de allí toman el material para crear más ejemplares.
El virus SARS-Cov-2 (COVID-19) es esférico, mide 120 nm (120 x
10-9 metros), cuenta con alrededor de 30 mil bases nucleicas y está
cubierto de una envoltura y membrana con protuberancias como clavos que
son proteínas que permiten penetrar las células para infectarlas. Son pequeños
y frágiles, pero una vez que logran penetrar las defensas de un ser vivo,
encuentran el medio idóneo para reproducirse y pueden ser letales al ir
destruyendo células.
Nuestro país lleva a cabo una guerra contra esta plaga y la
inicia en circunstancias poco favorables. No se tiene bien identificado el
número de afectados ni tampoco están georreferenciados para aislarlos
eficazmente. El enemigo invisible anda
suelto por las calles porque al infectar a las personas, estas permanecen asintomáticas
varios días y se convierten en transmisoras del virus.
La segunda y más importante línea de defensa (la primera puede
ser el aislamiento) que tenemos, son hospitales,
médicos, enfermeros y demás personal sanitario. Si los enfermos llegan a los
hospitales sin ser identificados como portadores del COVID-19, se corre el riesgo de que ese personal se contagie
y al enfermarse ya no puedan seguir atendiendo a los enfermos.
La lucha contra la pandemia requiere muchos recursos y quizá estemos
llegando tarde a los mercados que venden insumos médicos pues muchos
otros países se encuentran tratando de conseguirlos.
Tampoco habrá camas ni unidades de cuidados intensivos
suficientes si mediante el aislamiento no se logra contener la dispersión del virus.
Hasta ahora, la medida ha sido tímida
y no sabemos si logrará evitar una explosión en contagios.
Será necesario montar nuevos hospitales rápidamente, poner
camas, comprar unidades de cuidados intensivos, ventiladores, etc... Pero si los primeros en caer por no
tener las condiciones adecuadas de protección es el personal médico, no
habrá quienes atiendan a los enfermos, aunque
haya insumos y equipos.
Debemos empezar por proteger al personal de los hospitales con trajes,
guantes y cubre bocas, con pruebas suficientes para identificar a los pacientes
contagiosos, para aislarlos y tratarlos con el cuidado que se requiere para
evitar infectarse.
Si en esta guerra contra este extraño enemigo nos quedamos sin nuestro ejército de personal médico, la conquista
del virus será brutal y el costo en vidas, enorme.
Apoyemos con todo a nuestros
médicos, enfermeros, y personal que trabaja en los hospitales. Hay que pagarles
extraordinariamente bien, darles toda clase de apoyos y reconocimientos, y
sobre todo, proveerles todas las herramientas que requieran para atender a los enfermos. En nuestras manos
está no repetir las derrotas de nuestra historia, en esta ocasión, contra este extraño
enemigo invisible.
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@octaviodiazg
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