Por:
Octavio Díaz García de León
Los
políticos tienen fama de decir mentiras, pero Donald Trump ha llegado a
extremos pocas veces vistos. Lo peor es que a pesar de que se ha demostrado lo
mentiroso que es, podría ser el próximo presidente de los Estados Unidos aún con
los últimos descalabros mediáticos que ha sufrido. Pareciera que la honestidad
y el apego a la verdad no son cualidades que aprecie el electorado, no solo en
Estados Unidos, sino en otras partes del mundo.
¿Por
qué los políticos mentirosos tienen éxito? ¿Por qué la verdad en política no es
un elemento que convenza a las personas? ¿Por qué pueden mentir algunos
políticos con total impunidad y mantener su popularidad?
Recientemente
la revista The Economist en su artículo de portada “El Arte de la Mentira. La
política de la post-verdad en la era de las redes sociales.” hace un recuento
muy interesante del fenómeno. Una porción importante del electorado ya no cree
en verdades que se sustenten en hechos, sino que prefieren creer aquello que
refuerza sus prejuicios, basados solamente en su intuición y sentimientos.
El
artículo alude a ejemplos de comportamientos irracionales del electorado como
el caso de los partidarios de Trump, quienes lo apoyan, aunque mienta todos los
días y la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (BREXIT) lograda a base de
una campaña de mentiras. Más
recientemente hemos visto el voto del “No” a la paz en Colombia que también
estuvo influido por una campaña tendenciosa.
Según
el artículo citado, los seres humanos no buscan la verdad, sino que tratan de
evitarla. Utilizan la información que reciben de manera selectiva para reforzar
sus creencias debido a que el cerebro trabaja menos al confirmar una creencia
que al ponerla en duda, ya que esto último requiere un esfuerzo intelectual.
A
pesar de que las sociedades han logrado construir instituciones para defender
la verdad tales como escuelas, universidades, el sistema legal, los medios de
comunicación y la ciencia, estas instituciones están sujetas a errores y abusos
y han ido perdiendo credibilidad.
También
ha contribuido a que ingresemos a la era de la post-verdad el que las personas
cada vez en mayor número reciben la información a través de las redes sociales.
De acuerdo con The Economist, dos tercios de los adultos en Estados Unidos
obtienen sus noticias por medio de las redes sociales. Lo malo es que estas
redes divulgan también mentiras y supuestas noticias, sin fundamento. Además, las personas tienden a recibir
información solo de aquellas fuentes que son afines a sus creencias ya que las
redes sociales utilizan algoritmos que seleccionan la información que se hace
llegar a los usuarios en base a los gustos de las personas, tal y como sucede con
Facebook. Para colmo, los medios de comunicación tradicionales ahora suelen
reproducir la información que sale de las redes sociales, a veces sin
verificarla, lo que alimenta el círculo vicioso.
Por
ello, no importa que los políticos digan mentiras. Las personas están
dispuestas a aceptarlas porque refuerzan sus prejuicios. Una gran parte del electorado
prefiere no pensar y votar llevados por sus sentimientos y no por la razón. El
fenómeno no es nuevo, pero se ha vuelto más notorio, ahora que líderes
peligrosos como Trump pueden llegar al poder en el país más poderoso del mundo
o cuando los electores han tomado decisiones que les perjudican, como el caso
del BREXIT y el “No” a la paz en Colombia.
En México
algunos políticos también recurren a las mentiras. Basan sus campañas en
promesas que nunca cumplen, alimentan miedos de las personas y apelan a los
sentimientos más que a la razón para atraer seguidores. El riesgo de que en
2018 sea elegido presidente un político que recurra a la mentira y a la
desinformación está muy presente.
Algo de
experiencia tenemos en México para desconfiar de la información que nos llega,
donde hemos aprendido a reconocer que tal periódico, noticiero de televisión o de
radio ofrecen solamente boletines oficiales o anuncios disfrazados de noticias.
Pero ser críticos con la información obtenida del internet y de las redes
sociales es más difícil, especialmente si obtenemos solo aquella información
que alimente nuestros prejuicios sin tener acceso a otros puntos de vista y mientras
no seamos capaces de filtrar aquello que no es verdad.
La
capacidad crítica no se desarrolla de la noche a la mañana. Los prejuicios se
arraigan desde la infancia. Mientras no tengamos un sistema educativo que
desarrolle el pensamiento crítico, padres que ayuden a sus hijos a pensar, un
ambiente familiar de libertad con discusiones abiertas, y foros públicos donde
poder debatir ideas, estaremos a merced de políticos sin escrúpulos que sepan
leer los prejuicios y miedos de la gente, alimentarlos y sacarles provecho para
llegar al poder.
¿Solo podemos apostarle a que el menos malo de
los candidatos estimule el miedo hacia el más malo como está ocurriendo en
Estados Unidos? Es una gran prueba para la democracia. ¿Habrá dejado de ser la democracia
la mejor forma de gobierno en vista de lo irracional que ha resultado el
electorado? ¿Debemos regresar al ideal de Platón de tener una república
gobernada por filósofos o sabios? En la era de la post-verdad y la
irracionalidad, habrá que evitar caer en esta tentación y más bien desarrollar
un electorado más crítico y atento al quehacer público.
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