Mi papá me enseñó a jugar ajedrez como a los 6 años. Me acuerdo de la edad porque me ponía a jugar con mi maestra de primero de primaria, Mrs. Morlet. Los amigos de Avalos la recordarán seguramente.
Me enseñó en un tablero de ajedrez de esos que hacen los artesanos de Michoacán. Mi papá le había agregado pequeños pesos de plomo a las piezas para hacerlas mas estables. Como trabajaba en la fundición de plomo, le fue fácil hacer esos pequeños pesos. Además en la parte inferior de las piezas les había pegado pequeños pedazos de fieltro gris con lo que no se rayaba el tablero y las piezas corrían con facilidad.
Me enseñó en un tablero de ajedrez de esos que hacen los artesanos de Michoacán. Mi papá le había agregado pequeños pesos de plomo a las piezas para hacerlas mas estables. Como trabajaba en la fundición de plomo, le fue fácil hacer esos pequeños pesos. Además en la parte inferior de las piezas les había pegado pequeños pedazos de fieltro gris con lo que no se rayaba el tablero y las piezas corrían con facilidad.
No es difícil que un niño aprenda a mover las piezas a esa edad, al contrario, creo que es bastante sencillo. Lo que me ayudó a desarrollarme un poco más en el ajedrez es que los amigos de mi edad no lo jugaban, así que mis contrincantes eran por lo general adultos, empezando por mi papá, o amigos bastante mayores que yo, como de la edad de mis hermanos. Entre ellos recuerdo los juegos con Samuel y Eduardo Romero. Este último me recordaría, para mi sorpresa, pues desde la última vez que jugamos quizá habrían pasado más de 40 años, como era mi estilo de juego. Otros grandes rivales eran mis hermanos Gabriel y Arturo y con quien nos echábamos sesiones de decenas de juegos. También recuerdo los juegos en el Club de la Colonia Americana en Avalos con otras personas, teniendo a mi lado una coca cola chica y unos cacahuates enchilados. Excuso decir de que color quedaban las piezas blancas cuando me tocaba jugar con ellas.
La afición no llegó a mayores. Jugué con mucha frecuencia hasta el Tecnológico, inclusive en algunos torneos. Era la época del gran duelo entre Fischer y Spassky en medio de la guerra fría y que todo el mundo siguió con enorme atención. Nosotros en Chihuahua también. Después, al terminar la carrera, dejé el ajedrez.
¿Cual fue el impacto del ajedrez en mi vida? Ciertamente me ayudó a pensar con más claridad y creo que aumentó mi capacidad para resolver problemas por lo que la ingeniería no me costó tanto trabajo. También me ayudó a tener una mejor visión para poder planear mejor. Me sirvió, por cierto, en mi primer trabajo que fue precisamente en la Dirección de Planeación de Telmex. Este aspecto de saber planear, me ha ayudado a lo largo de la vida, no solo en aspectos profesionales sino de manera especial en aspectos personales. El ajedrez enseña a pensar varias jugadas adelante para analizar las consecuencias de determinados caminos de acción. Esto no garantiza que se tomen las mejores decisiones pero sin duda ayuda a tomarlas de una forma mas racional.
Me encuentro al ajedrez en mis lecturas actuales y ahora hay unos programas muy buenos para jugar en el Ipad. Creo que el impacto del juego para mejorar la vida de las personas no es trivial y se debería extender su enseñanza.
Entre los libros recientes que he leído sobre el tema están The 64-Square Looking Glass, una antología de textos literarios sobre el ajedrez, muy buena. Luego La Defensa Luzhin de Navokob una novela clásica que no hay que perderse. La Partida Inmortal de David Shenk, una historia excelente del ajedrez y Como la Vida Imita al Ajedrez de Garry Kasparov, el ex campeón del mundo. Y un favorito de toda la vida es el poema de Borges:
I
Una fortuna fue que mi papá me haya enseñado a jugar ajedrez, aunque no fue lo único que me enseñó. Me inculcó el gusto por la música clásica y el piano, me abrió las puertas del cosmos con su afición a la astronomía. Recuerdo haber visto uno de los espectáculos mas grandes del siglo, el cometa Ikeya Seki, una madrugada en el llano cerca de Avalos. Nunca he vuelto a ver algo mas espectacular en el cielo. Papá me enseñó álgebra en cuarto de primaria y a manejar logaritmos en quinto de primaria y sobre todo me transmitió un gran interés por la lectura. El me enseñó a contar las sílabas de un verso y desentrañar los secretos de un poema y me animó a escribir cuentos apenas aprendí a escribir. Dentro de su amplia cultura no podía fallar la de otro tipo: por él descubrí que los escargots eran un manjar especial; conocí mi postre favorito, las Crépes Suzettes, y otros descubrimientos de la comida francesa. también supe de un Chambertin, un buen Beaujolais o un Borgoña. De la mano de Fuentes Mares ("Nueva Guía de Descarriados") descubrimos una Cava, Codorniú, que rivaliza con el champaña, o un caldo supremo como el Vega Sicilia. Un gran privilegio haber tenido a ese papá que supo despertar tantos intereses en sus hijos.
Ajedrez
I
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
Por lo pronto y regresando al ajedrez, a jugar se ha dicho. e2-e4
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