Por: Octavio Díaz García de León.
@octaviodiazg
Al gobierno del presidente Peña
le han tocado cuatro grandes crisis en un año: los 22 muertos de Tlatlaya, los
43 normalistas asesinados en Ayotzinapa, las casas que el contratista del
gobierno, Grupo Higa, construyó a su
esposa y la que le vendió al Secretario de Hacienda y la fuga de Joaquín Guzmán
alias “El Chapo”. Ésta última también causó gran indignación en medios de comunicación
y la noticia estalló en las redes sociales, pero no pasó de allí, como no pasó nada en los
otros tres casos. Ni despido de
funcionarios de primer nivel, ni investigaciones que aclaren los sucesos, ni
grandes protestas, ni castigo al partido en el gobierno durante las elecciones.
En México pueden pasar acontecimientos graves y a la vez seguir todo como
siempre. Aquí no pasa nada.
La noticia tuvo su lado espectacular: un túnel de 1.5 Kms., construido
con precisión milimétrica hasta la celda del fugitivo, con ventilación,
iluminación, rieles y hecho a la medida de El Chapo; una motocicleta adaptada a
correr sobre rieles tanto para extraer la tierra como para transportar al
fugitivo en unos pocos minutos; toneladas de tierra extraídas (más de 300
camiones de volteo) sin que nadie lo notara; la casa de escape, a 500 mts. de un cuartel del ejército; una
celda constantemente vigilada con cámaras en la prisión de máxima seguridad del país;
protocolos de seguridad estrictos, paredes inexpugnables, etc.. No cabe duda,
ni Houdini hubiera podido realizar este acto de escapismo a la vista de todos.
Tan espectacular fue el escape, como
espectacular fue el ridículo que hicieron las autoridades responsables de
evitar que esa fuga ocurriese. La aprehensión de El Chapo fue anunciada como
uno de los logros más grandes del gobierno federal. De nada sirvió que el
presidente Peña dijera que sería imperdonable que se volviese escapar, que le haya encargado al Secretario de
Gobernación que no dejara de vigilarlo, ni que el entonces Procurador dijera que El
Chapo iba a pasar los próximos 300 a 400 años en cárceles mexicanas. Solo despidieron
a tres funcionarios de alto nivel y hay 7 detenidos de menor rango.
Los medios de comunicación de todo
el mundo han hecho una crítica feroz del gobierno mexicano y del país, pero ha
provocado una especial molestia al gobierno de los Estados Unidos que había
solicitado la extradición de El Chapo, sin éxito.
La reacción en las redes sociales fue virulenta, mordaz, insultante e
ingeniosa. Los memes surgieron de inmediato con humor e ingenio, lo cual hizo
de un evento tan grave, algo ligero. Esta reacción refleja una enorme
indignación de un segmento pequeño de la población, que solo sabe manifestar su
descontento por estos medios. Hay que recordar que no llegamos a 7 millones de
mexicanos (Ver nota) los que usamos redes sociales. Del resto de los mexicanos no
sabemos mucho. Mi impresión es que no les importó mayormente.
En este país podrá haber algunos millones de indignados pero no hay revolucionarios.
Cuando yo era muy joven, algunos compañeros de mi Universidad decidieron tomar
las armas para combatir al gobierno. Una decisión muy equivocada, engañados por
el espejismo del comunismo. Pero había un auténtico idealismo para intentar
cambiar al país.
Hoy en día unos 50,000 jóvenes han tomado las armas, (Ver nota) pero no por la causa noble de mejorar
a su país, sino para incorporarse a los ejércitos de delincuentes que asuelan
el país con la única ilusión de hacerse
millonarios rápidamente. Después de todo, como se jactaba El Chapo en su supuesta
cuenta de twitter (Ver Nota) tras escaparse, este negocio de la droga le genera
al país más de 600,000 empleos directos y
tantas divisas como las exportaciones de petróleo o las remesas de los
emigrados.
Quizá por ello a pesar de la indignación de un pequeño segmento de la población, no pasa
nada. Fue un evento que no causó muertes ni daño a nadie. El daño fue moral,
como si eso importara, cuando la corrupción es cultural y está en nuestra
condición humana, según dicen.
No se sabe cómo pasar de estar indignados
a provocar un cambio. La democracia que debería ser el medio para lograrlo no
lo hace o no avanza a la velocidad necesaria; o quizá a la gran mayoría de las personas no le
importan los malos gobiernos ni la corrupción y los asuntos de la vida pública
les son indiferentes; o se resignan a
las dádivas de los programas sociales que llegan a más de 45 millones de
personas (Ver Nota), como el reparto de televisores; o bien les gusta como están las cosas. Basta
ver el resultado de las elecciones del mes pasado en donde los votantes
refrendaron su apoyo al partido en el
poder y en Michoacán, por ejemplo, donde
eligieron al candidato del partido que tuvo gobernadores aliados de
delincuentes como La Tuta. Quienes se
muestran indignados y molestos por lo que sucede, son una minoría que no sabe
cómo llevar a la acción su indignación.
Queda en manos de jóvenes elegir entre tomar las armas para incorporarse
a los ejércitos del narco o participar activamente en política para lograr los
cambios que requiere el país. Los demás seguirán siendo simples espectadores de
las fallas de las autoridades como si se tratara de la incapacidad de la
selección nacional de fútbol. Espectadores indignados, pero nada más.
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