@octaviodiazg
En
el baúl de los objetos olvidados aparecieron unas polvosas cartas. Cartas de esas que se escribían en cualquier
papel, con la mejor letra posible para que quien la recibiera pudiera
entenderlas. Estaban en unos pequeños sobres con timbres. Un remitente con su
dirección y la persona a la que iban dirigidas con domicilio en un país lejano.
Gracias a que eran cartas de papel y no el efímero correo electrónico, hoy se
pueden leer de nuevo.
Las
cartas eran el intercambio entre una pareja de profesionistas a principios de
los años ochenta. Relatan escenas y
sucesos cotidianos y son un triste recordatorio de la pesadilla que se vivía
entonces. El Presidente en turno hacía poco había dicho que defendería al peso
como un perro contra cualquier devaluación ante el dólar. La realidad, como
todo lo que ocurría en el país, tenía que obedecerle porque era el supremo
poder de la Nación. Y no era raro que aquél Presidente se confundiera al
pedirle a la realidad que actuara como él quería. Su poder era parecido al poder
que tuvieron los mayores gobernantes absolutos. “El Estado soy yo”, decía Luis XIV de Francia pero también hubiera podido decirlo aquél Presidente en turno, al tener a
sus órdenes a los tres poderes, a los tres niveles de gobierno, a todos los
sindicatos, a los empresarios más poderosos y controlar con empresas estatales
la mayor parte de la economía del país. Tan grande era su poder, sin ningún
contrapeso u oposición, que en una tarde
estatizó la Banca al querer echar la culpa a los banqueros de lo que había sido
una pésima conducción económica por parte del gobierno federal. En aquella
época los presidentes se jactaban de que la Secretaría de Hacienda se manejaba
desde los Pinos, lo cual llevó al país a una crisis que duró casi una década. Recientemente el ex presidente Zedillo, según una nota del
periódico Reforma, dijo que al contrario
de aquella época, ahora Los Pinos se manejan desde la Secretaría de
Hacienda. Tampoco es garantía de que las cosas marchen mejor.
Las
cartas revelan las vicisitudes cotidianas de aquella joven pareja. A pesar de
que tenían buenos trabajos, lo cotidiano eran los problemas económicos. El dinero no alcanzaba. La renta de un pequeño
departamento subía cada mes, como subían los precios de todo. En las tiendas
escaseaban productos que requerían algún componente importado: por ejemplo los
tubos de pasta de dientes. No se podían comprar
dólares porque los bancos no podían ofrecerlos en venta; todos los dólares eran
recogidos por el gobierno para tratar de hacer frente a una deuda impagable. Antes
de la debacle, las personas podían abrir cuentas en dólares, hasta que un día fueron expropiados por el gobierno, convertidos
por decreto en pesos al tipo de cambio oficial, inferior al real.
Recordemos
que el tipo de cambio en febrero de 1982 pasó de 26 pesos por dólar a 45; en
agosto llegó a 103; con la estatización de la banca en septiembre se fija en 70
pesos. Al iniciar el gobierno De la Madrid sube a 149 pesos por dólar; al
acabar su sexenio, un dólar cuesta 2,295
pesos; al finalizar el periodo de Salinas e iniciar el de Zedillo, el dólar
llega a costar 5,762 pesos; ya para
entonces habían decidido quitarle tres ceros a la moneda pues las cifras que se
manejaban cotidianamente eran multimillonarias (“Gano seis millones de pesos al
mes y el libro que compré me costó solamente 25 mil pesos” podía decir algún afortunado amigo). La moneda
fraccionaria era por centenas de pesos (Tengo en mis manos una moneda de
quinientos pesos con la efigie del presidente Madero y que alcanzaba para
comprar lo que hoy compra una moneda de
cinco pesos). La inflación promedio anual en el sexenio de De La Madrid fue de
87% o sea que prácticamente cada año se duplicaban los precios de todo. La
economía estaba en recesión así que las
empresas quebraban por no tener negocio, no poder pagar sus deudas y la gente no podía
conseguir trabajo. Los ahorros perdían valor en el banco cada día. Las tasas de
interés eran menores que la inflación por lo que se podía comprar cada vez menos con ese
dinero ahorrado. Los sueldos subían cada mes pero no alcanzaban a cubrir el incremento
de los precios. No había crédito al consumo de ningún tipo. Mucho menos crédito
para comprar una casa o un departamento. Los bancos simplemente no prestaban.
Todo lo consumía el gasto del gobierno.
La
receta para llegar a este caos es sencilla: Que el gobierno gaste más de lo que
recaude. Que pida prestado para pagar ese déficit. Que haya mucha obra pública
que beneficie a funcionarios corruptos y a unos cuantos empresarios. Que se
construyan elefantes blancos que en nada benefician a la población. Que no haya rendición de cuentas ni
instancias que combatan la corrupción para evitar que el dispendio ocurra
impunemente. Que los responsables de la economía digan que la realidad es la
que está mal y no sus teorías económicas. Si la receta se aplica sin cambios de
nuevo, no es nada grato lo que nos espera y se volverá a repetir una historia
dolorosa. Ojalá que no.
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octaviodiazgl.blogspot.com Correo: odiazgl@gmail.com
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