7 de diciembre de 2011

CONVERSACIÓN CON EL INMORTAL

  El Conde Raymond Fosca nació en Italia el 17 de mayo de 1279. Es inmortal. Una pócima lo ha dejado en este mundo para la eternidad. Sabía yo de él por el libro de Simone de Beauvoir llamado “Todos los Hombres Son Mortales”. La autora le pierde la pista al Conde Fosca en algún lugar de Francia en los años cuarenta del siglo pasado. 

  Por una extraña coincidencia, el destino es así, azaroso, hace algunos días leía un libro descuidadamente en un café de esta ciudad; para mi sorpresa, noté que el hombre en la mesa de junto coincidía con la descripción de Fosca y tenía la actitud, por demás notoria, de un inmortal. Lo abordé y resultó ser él. Después de muchas reticencias aceptó conversar conmigo. Este es el recuento de esa conversación.

   Le pregunté por qué había buscado la inmortalidad. Contestó que es un anhelo de todos los hombres. “El Hombre no soporta el saber que ha de morir.” – dijo. En su caso, por su ambición desmedida, sus proyectos eran demasiado grandiosos para llevarlos a cabo en el corto espacio de una vida. 

   ¿Qué proyectos tenía que requerían ser inmortal?, le pregunté, y me dijo: “Deseaba que la ciudad que yo gobernaba fuera fuerte y conquistara a las ciudades vecinas. Soñé con que mi ciudad, Carmona, dominara a Florencia, a Génova, a todas las demás. Necesitaba tiempo. Tenía que formar ejércitos, vencer el hambre, vencer la peste, vencer a mis enemigos. Necesitaba gobernar muchos años. Mis antecesores habían sido asesinados después de unos cuantos años de gobierno. Asesinados por sus amigos, por la plebe, por sus hijos. No podía permitirme el lujo de morir sin ver cumplidos mis sueños. La pócima de la inmortalidad me permitiría lograrlo. Un día un viejo me la ofreció; la había encontrado en Egipto. Antes de tomarla, por desconfianza, se la di a un ratón. El animalito la bebió. Luego le retorcí el cuello para ver si la pócima servía; aquél ratón resucitó. Fue entonces que yo la tomé.” 

   Pasaron los siglos pero la ciudad de Carmona nunca prevaleció. No fueron suficientes los esfuerzos del Conde Fosca. Soñó con la unificación de Italia, como ya lo habían hecho Francia y España, pero no lo logró. Se fue cansando de Italia. Marchó entonces a la corte del emperador Maximiliano I de Habsburgo en donde vio nacer, educó y se hizo consejero del futuro Carlos V de Alemania y I de España. Fue tramando, con la influencia que tenía en el futuro emperador, unificar bajo un solo reino Europa y quizá más adelante al mundo. Pero pudo más la debilidad del Rey, las ambiciones de muchos otros y lo complejo de su sueño, para no verlo cumplido. 

   Después de esos proyectos desmedidos y con más de trescientos años a cuestas, el poder y la política le cansó. No tenía caso luchar por un mundo mejor, los hombres con su cortedad de miras, sus ambiciones, sus debilidades, no podían construir ese reino feliz y único que él ambicionaba.

   Marchó a América para conocer ese nuevo continente lleno de oro, plata y ciudades maravillosas. La encontró devastada. Habían muerto millones de indígenas y los demás, esclavizados brutalmente. Vio la impotencia de los misioneros para salvar de las garras de los conquistadores a esos infelices. Se asqueó de todo y se fue desde México hasta el Canadá, buscando ríos, conociendo extensiones interminables de tierra. Un día, regresó a Francia para atestiguar la caída del viejo régimen y el surgimiento de la nueva república. 

   Tanto había vivido y tan inútilmente, que perdió todo deseo de vivir. Durmió sesenta años, pasó treinta en un asilo de locos. Apareció en Francia en los años cuarenta del siglo XX y ahora en este café. Me dijo que algunas mujeres le habían apasionado, pero con el tiempo las veía marchitarse y finalmente morir; no podía evitarlo. Tuvo hijos, a algunos los quiso; los crió para ser grandes hombres. Al que más quería lo perdió cuando tenía 20 años al morir en una batalla inútil. Tuvo grandes amigos pero pasaba lo mismo. Un día ellos morían y el seguía allí. Todos morían, pero él tenía que seguir.

   Le pregunté a Fosca que como debía vivirse una vida mortal, limitada por el tiempo. Me dijo: “Yo no puedo aconsejarte sobre eso.” Le insistí y me dijo: “Actúa conforme a tu conciencia”. Luego deslizó unas palabras más: “El pasado puede ser un lastre que te impida avanzar. Pensar demasiado en el futuro puede resultar inútil. Sabes que vas a morir pero no sabes cuándo. Sólo queda el presente. Sobre el presente construye la vida y vive cada instante. Es el único tiempo que realmente es tuyo. La vida es única porque nadie más puede vivirla por ti.” Le pregunté: ¿Debo buscar la inmortalidad? Y me contestó: “Velo en mi. La vida sin la muerte no tiene sentido. Mi vida ha perdido sentido. Bajo mi perspectiva inmortal, los afanes y proyectos humanos son efímeros, las pasiones y las penas, pasajeras. Todo lo veo carente de sentido.” ¿Qué pasará contigo? Le pregunté y me contestó: “Pasarán milenios, desparecerá la vida, pero un ratón y yo seguiremos en el mundo. Esa es mi maldición. “Cansado de la conversación, hastiado, el Conde Fosca se levantó sin verme y desapareció.

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