Por: Octavio Díaz García de León
El presidente Trump busca redefinir el orden mundial establecido tras
la Segunda Guerra Mundial. Mientras que Estados Unidos ha sido un pilar en la seguridad
global, desplegando su fuerza militar y promoviendo la democracia en diversas
regiones, ahora parece adoptar una postura más aislacionista y perseguir nuevas
ambiciones territoriales.
La retórica y la actitud de Trump hacia Ucrania muestra un acercamiento
importante con Rusia, lo que permitiría que este país avance en sus
reivindicaciones territoriales y en la reconfiguración del extinto imperio
soviético, a cambio de que Putin lo apoye en sus propios reclamos territoriales
que incluyen el incorporar a Canadá a la “Unión Americana”, tomar el Canal de
Panamá y anexarse Groenlandia, aunque dichas amenazas no se han traducido en
una política formal.
Trump aún no ha mostrado cuáles son sus ambiciones geográficas hacia México,
más allá de cambiar unilateralmente el nombre del Golfo de México, pero no sería extraño que manifestara el
querer anexarse Baja California y podría, aventurándonos un poco, decir que
quiere crear un “protectorado” en los estados de Sonora, Chihuahua, Coahuila,
Nuevo León y Tamaulipas a fin de poner una barrera territorial entre su país y
el sur del continente para evitar la “invasión de personas y drogas.” Suena
descabellado, pero así suenan las ambiciones territoriales que ya ha
manifestado.
El impacto de estos cambios en la geopolítica mundial se traduce en algo
que hasta hace unos meses se veía como impensable: la posibilidad de que México
vea amenazada su seguridad nacional por parte de Estados Unidos, el cual podría
intentar incursionar con su ejército en nuestro país en busca de
narcotraficantes y querer apoderarse de territorio mexicano.
Es importante recordar que la seguridad nacional se refiere a la
defensa del Estado mexicano y su soberanía, mientras que la seguridad pública
se enfoca en la protección de los individuos y sus propiedades. Distinguir
entre ambas es fundamental para una adecuada formulación de políticas.
En este sentido, se ha expresado en discursos oficiales y debates
públicos la necesidad de reforzar nuestra soberanía nacional. Por ejemplo, recientemente
se reformó la Constitución, de manera inocente, para prohibir intervenciones
extranjeras. Pero a una potencia militar agresiva, lo que menos le preocuparía
es cumplir con nuestras leyes. Tampoco es de esperarse un levantamiento popular
generalizado contra un posible invasor, invocando nuestro himno nacional. Esto
no ocurrirá, pero si se diera algún
grado de oposición impulsado por un discurso patriotero, dada la diferencia de
fuerzas militares, acabaría en un baño de sangre de mexicanos, no de invasores.
Pero las nuevas amenazas a la seguridad nacional no solo vienen del
exterior. Del interior provienen las disputas por agua
y tierras, la actuación en territorio nacional de servicios de inteligencia
extranjeros contrarios al interés nacional, así como la presencia de grupos
islámicos radicales y otras organizaciones terroristas.
Finalmente, otro factor de preocupación es el control de extensos
territorios por parte del crimen organizado como ha ocurrido en el “Triángulo
Dorado”, ubicado en la confluencia de Chihuahua, Sinaloa y Durango, desde hace
décadas y que se ha extendido a gran parte del país. Además, el fenómeno
delincuencial se ha tornado cada vez más violento, lo cual se evidencia con el
descubrimiento de campos de exterminio y las miles de fosas clandestinas a
donde van a parar los restos de las víctimas de los criminales.
A pesar
de que el crimen organizado es un problema que compete a las instancias de
seguridad pública, también representa una grave amenaza para la seguridad
nacional. Por ello, se requiere un esfuerzo coordinado del Estado para
desmantelar las redes de narcopolítica y recuperar el control territorial.
Esto ocurre en un contexto en que instituciones como SEDENA, la Marina
Armada y el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) están debilitadas por
dedicarse a resolver problemas de seguridad pública y las primeras dos por
atender asuntos de carácter civil tales como la construcción de obras públicas
y la administración de trenes, aeropuertos, hoteles, aduanas, puertos, etc., lo
cual diluye su capacidad para proteger la seguridad nacional.
A su vez el CNI debería volver a ser la institución de inteligencia
civil dedicada a salvaguardar la seguridad nacional, mientras que las funciones de inteligencia
para la seguridad pública se deberían concentrar en la Secretaría de Seguridad
y Protección Ciudadana.
Ante estos escenarios sin precedentes, derivados de desafíos externos y
peligros internos, es imperativo colocar la protección de nuestra seguridad
nacional en la agenda pública e institucional. Además, se debe regresar a los civiles
las tareas administrativas; reconstruir a la policía civil federal; y reenfocar con los recursos necesarios, a las
instituciones encargadas de la seguridad nacional.
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