31 de marzo de 2025

LA BRUTALIDAD DEL NARCO

  

Por: Octavio Díaz García de León


El hallazgo de un rancho convertido en campo de entrenamiento y exterminio, atribuido a uno de los cárteles más poderosos del crimen organizado y ubicado en Teuchitlán, Jalisco, visibilizó nuevamente el fenómeno de los desaparecidos, que lleva décadas ocurriendo en México.

Se estima que existen más de 125,000 personas desaparecidas en el país, de los cuales casi la mitad en los últimos 6 años. Los grupos criminales suprimen a las víctimas, partiendo de la premisa de que “sin cuerpo, no hay delito”, llegando así la impunidad en este delito a tasas del 99%.

Son impactantes los testimonios respecto a lo ocurrido en dicho rancho: reclutamiento forzado, métodos de entrenamiento violentos, rituales salvajes,  formas de disciplina inhumanas y la facilidad con la que los reclutados eran desechados. Todo ello muestra la extrema brutalidad del narco en lo que académicos como el Dr. Carlos Alberto Sánchez, de la Universidad Estatal de San José en California, han denominado “la cultura del narco”.

En su libro A Sense of Brutality. Philosophy after narco-culture, Sánchez aborda desde una perspectiva filosófica el problema de esta brutalidad extrema. El autor propone que, más allá de ser únicamente un fenómeno criminal, la cultura del narco constituye un nuevo paradigma de pensamiento y vivencia que desafía las concepciones tradicionales sobre la moral, la estética y la existencia.

La cultura del narco se manifiesta en todas las facetas de la vida cultural: en las artes plásticas, la música, la religión, la literatura, el cine, las series de televisión, los estilos de vida y los códigos de conducta, acompañada de una violencia extrema. Lo paradójico es que esta cultura es creada por personas consideradas racionales e incluso inteligentes, lo que puede resultar incomprensible, vista desde fuera.

A su vez, la sociedad mexicana está profundamente impregnada de la cultura del narco. Por ejemplo, en plataformas como Netflix predominan las series sobre narcos, como si ese fuera el reflejo cotidiano de México y los narco corridos se han ido adueñando del gusto popular.

El narcotráfico es una manifestación extrema de un capitalismo desenfrenado y un consumismo llevado al límite. Los narcos buscan obtener riqueza a toda costa para gastar sin restricciones durante su breve carrera profesional, e incluso tras su muerte, como se evidencia en el panteón Jardines del Humaya en Culiacán, repleto de mausoleos de figuras del crimen organizado.

 Sánchez describe cómo, en contextos de ausencia o debilitamiento del Estado, el narcotráfico se transforma no solo en una fuente de ingresos y poder, sino también en un referente cultural que moldea la identidad y el comportamiento social. La narrativa del sicario o del capo se difunde ampliamente, y la violencia, en lugar de limitarse a ser un instrumento de represión, se convierte en un lenguaje simbólico capaz de comunicar mensajes de poder, resistencia y fortaleza.

 El rasgo más oscuro, y a la vez definitorio, de esta cultura es su brutalidad. Se evidencia en la manera en que se inflige la muerte a las víctimas: no se ejecuta de forma “funcional” y rápida, sino mediante un sufrimiento prolongado e inimaginable, que culmina en finales atrozmente violentos, como decapitaciones y amputaciones.

 Quizás este fenómeno de violencia extrema derive de la cultura castrense, como ilustra Stanley Kubrick en su película Full Metal Jacket, dado que muchos grupos del crimen organizado han sido formados o reforzados por exmilitares.

 Tanto para los militares que entrenan soldados como para los narcos, la brutalidad funciona para cosificar al ser humano: al convertir a la víctima en objeto, se deshumaniza. El sicario ya no está matando a otro ser humano como él, sino deshaciéndose de un pedazo de carne que obstaculiza su negocio. 

 Para ello establecen métodos para eliminar a las “personas molestas”. Así nació la especialidad de los “pozoleros”, encargados de disolver los cuerpos para no dejar huella, aunado a la proliferación de miles de fosas clandestinas y campos de exterminio equipados con hornos crematorios.

 Para el narco, la ejemplaridad y el infundir terror no siempre constituyen el objetivo principal. Aunque circulen videos en internet que muestran ejecuciones terribles y, en los noticieros se presenten imágenes de cuerpos torturados y desmembrados, lo más aterrador y frecuente es la desaparición de los cuerpos, lo cual añade una dimensión adicional de terror para los familiares y la sociedad.

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 Cuando un fenómeno tan violento rebasa nuestra capacidad de explicación, es comprensible que los filósofos traten de encontrarle sentido. Se busca identificar vías para erradicar esta cultura nacida del consumismo y el capitalismo extremo, facilitada por un Estado débil y una sociedad indiferente y frecuentemente cómplice.

 Figuras como Nayib Bukele han manifestado que “México lo puede hacer”, haciendo uso, irónicamente, de la misma cultura de brutalidad para combatirla. Sin embargo, es fundamental que existan caminos más racionales y éticos para enfrentar esta problemática. Quizás en los planteamientos filosóficos del Dr. Sánchez podamos encontrar algunas respuestas.

 

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