Por: Octavio Díaz García de León
Gran conmoción causó el atentado en Pensilvania que estuvo a punto de
costarle la vida al expresidente y ahora candidato presidencial Donald Trump.
En la memoria de los americanos permanecen vivas las imágenes del asesinato del
presidente Kennedy, el atentado contra el presidente Reagan y el homicidio del
candidato presidencial Robert Kennedy.
Parece que la agresión pudo afectar emocionalmente al candidato Trump.
Quizás en su fuero interno se cuestione si en su lucha constante por tener
poder solo por tenerlo, (porque no se vio que haya hecho buen uso de él) vale la pena perder la vida. Falta ver si los servicios de protección
pueden salvarle en caso de que haya futuros atentados. En este caso fallaron
lamentablemente y solo la suerte de voltear la cabeza en el momento justo, evitó su muerte.
Estados Unidos está pasando por momentos de polarización extrema. La división entre los ciudadanos de este país
amenaza a sus instituciones. Ya Trump intentó dar un golpe de estado al no
reconocer que perdió las elecciones en 2020 y azuzar a sus huestes a tomar el
Capitolio y a asesinar al vicepresidente Mike Pence, quien corrió grave peligro
en esa asonada.
Por lo pronto, este intento de
asesinato le dio un impulso espectacular a la campaña de Trump al convertirlo
en mártir y forzó al presidente Biden a renunciar a su candidatura. Por ello, no
han faltado las teorías conspiratorias para decir que fue un autoatentado,
aspecto descartable ante lo cerca que estuvo de perder la vida.
Al momento de escribir estas líneas se sabe poco del tirador que fue
muerto unos instantes después de disparar y no están claras las motivaciones de
este joven de 20 años, republicano, aparentemente normal y a quien lo echaron
de un club de tiro con rifle por ser pésimo tirador. Si fracasó por centímetros
en su intento, está claro que no era tan
mal tirador.
Hasta hace pocas décadas lo normal eran los atentados y asesinatos
contra gobernantes. Si nos remontarnos hacia atrás en la historia encontramos
que este fenómeno era muy común. Por ejemplo, se recuerda el asesinato de Julio
César y de varios emperadores romanos; en la Edad Media la forma más frecuente
de acceder a un trono era matando al rey en funciones. Más recientemente, a
finales del siglo XIX y principios del XX, hubo muchos atentados contra gobernantes.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la política ha traído formas más pacíficas de
resolver los cambios de gobierno y por eso no dejan de llamar la atención estos
acontecimientos recientes donde se asesina a políticos como el ex primer
ministro Shinzo Abe en Japón o como el atentado contra Robert Fico, Primer
Ministro de Eslovaquia. Pero en general, en el mundo civilizado, este tipo de
sucesos son excepcionales, porque se han encontrado vías democráticas para
resolver los desacuerdos entre mayorías y minorías.
En México se recuerda el asesinato del entonces candidato presidencial
Luis Donaldo Colosio o más recientemente, el atentado que sufrió el ex
Secretario de Seguridad Ciudadana de la Cd. de México y próximo Secretario de
Seguridad federal, Omar García Harfuch.
Pero la violencia política en México está desbordada. No contra grandes
personajes, sino en perjuicio de actores
locales. En el proceso electoral de este
2024, fueron asesinados por lo menos 30 aspirantes,
precandidatos y candidatos. Desafortunadamente este fenómeno se debe no a
cuestiones ideológicas sino a disputas territoriales de la delincuencia
organizada.
Por lo pronto, las campañas en Estados Unidos nuevamente tendrán a
México como protagonista. Estas se enfocarán a fomentar el odio contra los indocumentados
que ingresan por la frontera sur de Estados Unidos; acusarán a México por robo
de empleos derivado del T-MEC; y amenazarán
usar la fuerza militar para combatir a los carteles de la droga en territorio
mexicano, ya que el problema de consumo
de drogas en Estados Unidos es ya una emergencia nacional.
Todo ello por la incapacidad de nuestro país para resguardar su
frontera sur, generar empleos suficientes, proporcionar seguridad pública,
educación y servicios de salud, entre otros, para evitar la emigración de
nuestros compatriotas en busca de mejores oportunidades y calidad de vida.
También por la incapacidad para combatir a los cárteles de la delincuencia
quienes trafican drogas con impunidad y se han convertido en gobiernos de facto
en buena parte del territorio nacional, imponiendo gobernantes y corrompiendo a
las autoridades encargadas de combatirlos.
De endurecerse la posición de Estados Unidos contra México, podremos
esperar una intervención cada vez mayor de nuestros vecinos en asuntos internos
de nuestro país. Si eso ayuda a solucionar problemas que México no puede
resolver, gran parte de los mexicanos les
estará agradecido. Pero si esa intervención es perjudicial, ojalá que el nuevo
gobierno federal pueda resolverlos antes.
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